Esta es mi tercera novela.
Título: “El Inconformista”
Autor: Alejandro Maginot.
Venta: En Amazon.
Su lectura te sumerge en el viaje de un joven, entre
sus adversidades y una sed insaciable de libertad.
Relatos y poemas
Esta es mi tercera novela.
Título: “El Inconformista”
Autor: Alejandro Maginot.
Venta: En Amazon.
Su lectura te sumerge en el viaje de un joven, entre
sus adversidades y una sed insaciable de libertad.
Paseaba
entre la tierra y la luna, cuando de repente te vi…
Y me paré a contemplar tu hermosura.
Asombrado
pregunte:
-- ¿Eres
estrella o cometa?... o quizás seas el reflejo del cielo entre la luna y la
tierra.
Y tú te
deslizas como polvo cósmico, entrando por mi nariz…
Cristales que se soldaron, para no desoldarse
ni en las zonas más oscuras.
Ahora tú y yo podemos ser una medusa, una mariposa o cualquier otra cosa…
Lo que
nos apetezca, pues estamos hechos de la misma materia.
Y pasaron los años y te volví a repetir:
─ Te amé desde el primer día, como se ama al más bello planeta…
Itinerantes
seguimos caminando por la galaxia, como si esta fuese nuestro planeta.
Tu órbita me hizo girar en tu sendero…
Sin medir distancias, sin calcular tiempo…
Solo el impulso de un amor sincero, que late con el ritmo del
universo.
Somos dos astros con la misma luz, bailando un vals sobre el canto de la luna.
Mi corazón viajó más allá de un agujero oscuro, para encontrarse por fin...
Junto al tuyo.
Y si el cosmos un día se apagara, o las constelaciones se durmieran, aún así brillarían nuestras almas…
Que darían luz a los amantes en la
tierra.
Alejandro
Maginot
Un día, una enorme y terrible tormenta azoto
toda la región. El río Blas cercano al granero, que normalmente llevaba el
cauce de un arroyo tranquilo, se desbordo sin control y con una furia
inusitada, inundo rápidamente los campos y todo lo que encontraba a su paso.
Dentro del granero, dos pequeños ratoncitos, aún demasiado jóvenes para valerse
por sí mismos, quedaron atrapados en una balsa improvisada que la corriente
arrastraba hacia un torbellino del río. Sus padres desesperados, ¡chillaban y
gritaban pidiendo ayuda!, pero la fuerza del agua era tan abrumadora… que parecía que
aquella situación no tendría un buen final.
Los ratones más agiles intentaron acercarse,
pero la fuerza del agua los hizo retroceder. En medio de aquel tremendo caos,
Remy sintió un alarde de valentía que lo hizo actuar. Su pelaje que antes había
sido motivo de burla, ahora era su mayor ventaja. Su cuerpo regordete y su pelo
denso y ligeramente impermeable, le daban una flotabilidad inesperada en él.
Con una determinación que nunca antes había sentido, Remy se lanzó al agua sin
titubear.
Nadando con todas sus fuerzas, lucho contra la corriente, mientras los ratoncitos asustados se aferraban a su balsa, Remy logro alcanzarlos y con un esfuerzo sobre humano, empujó la balsa hacia un terreno más elevado, donde el agua ya no suponía un peligro. Agotado pero victorioso, Remy regreso al granero llevando a los pequeños ratoncitos a salvo junto a su familia.
La atmosfera cambio al instante. Los ratones
que antes se habían burlado de él, ahora lo miraban con admiración ¡Remy nos
salvó! Gritaban los pequeños ratoncitos, ahora todos querían ser amigos suyos,
compartir su comida y escuchar sus historias. Pero Remy, aunque agradecido por
la aceptación de los suyos, en su interior sentía que su propósito en la vida
iba más allá de ese granero… Había descubierto que su singularidad era su fortaleza.
Con una sonrisa por primera vez en sus labios, Remy decidió
que no se quedaría en el granero. Se despidió de todos, con la promesa de que
usaría esa valentía en esta situación descubierta para ayudar a quienes lo
necesitaran... Su corazón se había llenado de una nueva determinación para
afrontar cualquier reto, que la vida le pusiera por delante.
Así que después de despedirse de todos, el
pequeño ratón peludo se embarcó en una aventura sin precedentes alrededor del
mundo... con la finalidad de ayudar a los más desfavorecidos.
“Se propuso llevar su bondad y coraje a cada
rincón del planeta que visitara”
Alejandro Maginot.
En un pequeño pueblo rodeado de bosques, vivía un erizo llamado Rombito. Era un erizo adorable, con una carita redonda y unos ojos grandes y curiosos. Sus padres lo querían con locura y siempre intentaban llenarlo de besos, pero Rombito tenía un problema: era increíblemente tímido y cada vez que sus padres se acercaban para darle un beso, Rombito avergonzado y con rubor en sus mejillas, agachaba la cabeza y su pequeñas púas, aunque suaves la mayor parte del tiempo al ponerse nervioso se ponían de punta, ¡pinchando a cualquiera que atreviese a acercarse demasiado para darle un beso!
Esto entristecía mucho a Rombito. No quería
pinchar a sus padres, solo quería sentir el calor de sus besos. Sus papas
también se sentían un poco apenados, aunque nunca jamás se enfadaban con el
porque los pinchara.
Un día el tío de Rombito el “Tío Agujas”,
llego de visita. El Tío Agujas era conocido en el pueblo por ser el mejor
peluquero de todos los alrededores, con, unas manos mágicas para cortar y
peinar cualquier tipo de pelo, ¡o en este caso de púas! Al ver la tristeza de
Rombito y la frustración de sus padres, el Tío Agujas tuvo una idea brillante.
−“¡No hay problema que una buena tijera no
pueda solucionar!”, exclamó con una sonrisa.
Con mucho cuidado, el Tío Agujas empezó a cortar las púas de rombito, dejándolas suaves y cortitas, especialmente las de su cabecita. Rombito se sintió un poco raro al principio, pero cuando sus padres se acercaron de nuevo pudo mantener la cabeza erguida. ¡Y por primera vez, sintió los suaves besos de sus padres en sus mejillas sin pincharlos! La alegría llenó el hogar, y Rombito se sintió el erizo más feliz del mundo.
Aunque sus púas volvieron a crecer con el
tiempo, gracias a su tío Rombito había tenido un rayito de esperanza. Y así con
el paso de los años Rombito creció, y aunque su timidez seguía siendo parte de
él, aprendió a manejarla un poco mejor.
Un día conoció a una hermosa eriza llamada
Espinita, que era dulce, paciente y que entendía perfectamente la timidez de
Rombito. Poco a poco, con sus palabras amables y su sonrisa contagiosa,
Espinita ayudó a Rombito a sentirse más seguro de sí mismo. Le enseñó que la
timidez no era algo de lo que avergonzarse, sino parte de su encanto.
Una tarde, mientras paseaban por el bosque
cogidos de la mano (o de la patita en su caso), Rombito sintió una nueva
valentía: Miró a espinita, sus ojos se encontraron y esta vez no agachó la
cabeza. Sus púas se mantuvieron suaves y su corazón latía con fuerza. Se
inclinó lentamente y con sus propios labios, ¡por primera vez, besó a Espinita!
Fue un beso tierno y dulce, lleno de todo el amor y la gratitud que Rombito
sentía.
Desde ese día… Rombito y Espinita compartieron
muchos besos, con la calidez y la
conexión que solo dos almas gemelas pueden encontrar. Rombito aprendió que la
verdadera valentía no estaba en no tener púas, sino en superar sus miedos y
abrir su corazón.
Alejandro Maginot
La vida de Sucio dio un giro de ciento ochenta
grados. De las calles y el abandono, pasó a tener un hogar cálido y lleno de
amor junto a Joel y a su madre. Pero la adaptación no fue un camino de rosas.
Sucio, acostumbrado a la libertad y a valerse por sí mismo, se sentía a veces
un poco desorientado en su nuevo entorno, la cama suave, los cuencos llenos de
comida y agua… y las caricias constantes eran algo nuevo y a veces abrumador.
Un día Joel se sentó junto a Sucio, y
acariciando su cabeza le dijo: ¿no te parece que es hora de cambiarte el
nombre? Pues Sucio no te hace justicia. El perro agradecido asintió con un
ladrido como queriendo dejar el nombre de Sucio atrás. ¿Qué te parece que te
llamemos Titán? Más que nada por la fuerza que has demostrado al sobrevivir tu solo, en las tenebrosas calles de esta enorme ciudad… El perro miro tiernamente
a Joel y nuevamente con un ladrido corto asintió, como diciéndole que estaba de
acuerdo.
Joel con su infinita paciencia fue su mejor
guía. Le enseñó a jugar con la pelota, a caminar con correa por el parque, y a
disfrutar de las sientas al sol. Lo más difícil para Titán era superar su miedo
a los ruidos fuertes y a las personas desconocidas, sobre todo a las personas
adultas. Cada vez que sonaba el timbre o alguien alzaba la voz, Titán se
encogía y buscaba refugio bajo la cama de Joel.
Un día, la abuela de Joel vino de visita. Era una mujer enérgica y ruidosa, con una voz potente y una risa estridente. Al ver a Titán, exclamó con alegría: “¡Qué perro tan simpático! ¡Ven aquí pequeño, que te dé un abrazo!”. Titán, aterrorizado se escondió debajo de la cama, negándose a salir. Joel trató de explicarle a su abuela la historia de Titán y sus miedos, pero ella con su carácter no lo entendía del todo.
Joel, preocupado por el bienestar de Titán,
tuvo una gran idea… recordó cómo la gominola había sido el primer paso para
ganarse la confianza de Titán. Así que le pidió a su abuela que, en lugar de
intentar abrazarlo, le ofreciera una golosina con suavidad y en silencio. La abuela,
aunque un poco escéptica, accedió. Se sentó en el suelo con una galleta en la
mano y esperó….
Pasaron unos minutos tensos. Titán desde su
escondite, olfateaba el dulce aroma. Poco a poco, con cautela asomo la cabeza,
vio la mano extendida de la abuela, que se mantenía inmóvil. Se acercó
despacio, tomó la galleta y regresó a su refugio para comérsela. La abuela
sonrió… “¡Vaya, parece que tengo que ser más paciente con este pequeñín!”, dijo
en voz baja.
A partir de ese día, la abuela de Joel adoptó
una nueva estrategia. En lugar de ser ruidosa y efusiva, se movía con suavidad
y le hablaba a Titán con un tono de voz calmado. Le ofrecía pequeñas golosinas
y… poco a poco, Titán empezó a salir de su escondite y a aceptar sus caricias.
Descubrió que la abuela tenía manos suaves y que su risa ya no era tan
aterradora… era la segunda persona adulta, después de la madre de Joel en la
que confiaba.
Titán aprendió que la paciencia y el cariño
podían derribar cualquier barrera, incluso las que él mismo había construido. Y
aunque siempre tendría un poco de su instinto callejero, ahora sabía que tenía
un lugar seguro donde ser amado. La casa de Joel no solo le dio un techo, sino
también la oportunidad de sanar su corazón y de aprender a confiar de nuevo.
Alejandro Maginot
“Sucio” era
el nombre con el que llamaban a este perro callejero, prueba viviente de lo
cruel que puede ser el abandono de un perro. Lo llamaban así por su pelaje
marrón y blanco sucio, abandonado por su dueño se había buscado la vida en las
calles de la gran ciudad, comiendo las sobras que encontraba en los
contenedores y enfrentándose a la dureza de un mundo que era cruel con él. Su
corazón herido por el maltrato, se había llenado de desconfianza hacia los
humanos.
Sucio, se había refugiado en un solar abandonado,
justo en la calle por donde pasaban los niños al salir del colegio. Cuando los
veía el miedo y el resentimiento lo invadían. Les ladraba y le enseñaba los
dientes, asustándolos para que no pasaran por la calle. Los niños aterrados,
tenían que dar un rodeo enorme, lo que hacía que tardaran mucho en llegar a
casa. Sucio con su aspecto desaliñado y su corazón roto, se había convertido en
el guardián de la calle.
Pero un día todo cambió, salió del colegio un
niño ciego llamado Joel. Este niño, al no poder ver los dientes de Sucio, solo
escuchó los ladridos que para él sonaban como una invitación del perro. Sin
miedo se acercó y le extendió la mano. Sucio, al sentir que el niño no lo veía,
se dejó acariciar con un poquito de recelo. Joel le dio una gominola que
llevaba en el bolsillo; Sucio que jamás había probado algo tan dulce, se quedó
alucinado.
Ese simple acto de bondad rompió el hielo.
Sucio empezó a esperar a Joel todos los días con ilusión, y Joel con la
sabiduría de un niño que ve con el corazón, le enseño que no todos los humanos
eran iguales. Le dijo que había niños buenos y entre ellos algunos traviesos, y
que no debía castigarlos a todos. Le pidió que dejara pasar a los niños, para
que no tuviesen que dar tanto rodeo y llegaran a su hora a casa.
Sucio, poco a poco empezó a confiar en los niños pero no tanto en los adultos. Los ladridos se convirtieron en suaves gruñidos y luego en juguetones gemidos. Día a día, se hizo amigo de todos los niños. Ellos en agradecimiento le llevaban comida y chuches… Y al final, a petición de Joel su madre acogió a Sucio en su casa. Y el perro abandonado, el guardián gruñón de la calle había encontrado, por fin, un hogar y una familia. Y su corazón, antes lleno de rencor, ahora estaba lleno de amor.
Continuará…
Alejandro Maginot
Zumbido era un mosquito
pequeño y soñador que vivía en un estanque rodeado de altos juncos y brillantes
flores de loto. Mientras los otros mosquitos se contentaban con revolotear sin rumbo,
Zumbido tenía un sueño muy particular: quería ser un gran bailarín.
Admiraba la elegancia
de las libélulas y la gracia con la que las ranas saltaban sobre las hojas, y
anhelaba moverse así de libre y ligero.
Cada vez que Zumbido
se preparaba para ensayar sus pasos de ballet, el resultado era siempre el
mismo. Se elevaba girando con todas sus fuerzas, pero en lugar de aterrizar suavemente
terminaba pinchando a alguien con su aguijón.
― ¡Ay! ¡Zumbido, ya basta!, gritaba una rana con el dolor que
le había producido el aguijonazo de Zumbido.
― ¡Otra vez no!, se quejaba una carpa, agitando la cola con
furia después de llevarse un pinchazo del mosquito.
Zumbido se sentía
terriblemente mal… No quería ser aguafiestas ni lastimar a nadie.
Estaba tan frustrado,
que en vez de bailar se escondía detrás de los juncos y suspiraba, sintiendo
que su sueño estaba fuera de su alcance.
Un día, mientras
Zumbido se lamentaba escuchó una melodía. Era el viento soplando a través de
una caña hueca, creando un sonido dulce y melódico. Intrigado Zumbido, se
acercó y sin pensarlo empezó a emitir un sonido intentando recrear el sonido
del viento.
Descubrió que podía
variar el tono y la intensidad de su melodía, creando notas altas y bajas… De
pronto, su frustración se desvaneció.
Se dio cuenta de que
no necesitaba intentar hacer ballet para sentirse bien. Había descubierto que
su verdadera pasión no era el baile, sino la música. Con su aguijón que antes
solo servía para molestar, ahora lo movía con gracia al son de la música que
creaba.
De esta forma,
Zumbido dejó de lado su sueño de bailar y se dedicó por completo a la música.
Perfeccionó su técnica y pronto se corrió la voz en el estanque sobre un
mosquito que no picaba… Sino que tocaba música.
La rana que una vez
fue su víctima, lo invitó a unirse a la “Orquesta del Pantano”. Zumbido se convirtió
en el solista de la orquesta, utilizando el sonido que creaba para tocar melodías alegres
y rítmicas.
Todos bailaban
poseídos por el ritmo… Mientras el pequeño mosquito que soñaba con ser
bailarín, se convirtió en el mejor trompetista de todos los alrededores,
haciendo que todos danzaran al son de su dulce y melódica música.