Me desperté
queriendo ser alquimista, quería encontrar la piedra filosofal. Sólo tenía en
mente una sola cosa, descubrir si el cariño se podía medir, o tal vez pesar, o
si era solido o gaseoso, también pensé en descubrir el espacio que podía
ocupar.
Anduve haciendo
multiplicaciones, divisiones, reste, sume, incluso utilice ecuaciones, pero
nada me llevaba a un resultado satisfactorio, pronto descubrí que ninguna fórmula química o física, me llevaba
a poder darle algún valor demostrable al amor.
Desistí, abandone el
estudio, me puse la mochila y me lance al mundo en busca de una respuesta. La
primera parada fue París, había leído tanto sobre el amor en esta ciudad, que
pensé descubrir el secreto nada más llegar, decepcionado quede al deambular por
sus calles y descubrir una ciudad como la mía, gente que andaba pensando en sus
problemas, niños buscando el colegio donde se harían mayores, ancianos
solitarios en un desierto de asfalto, el único relumbró de amor que vi, fue
una señora dándole limosna a un mendigo.
Mi segundo destino,
y nuevamente guiado por la literatura estuvo en Venecia. Tampoco en esta
hermosa ciudad encontré los valores del amor, lo más cerca que estuve de ello,
fue ver una pareja besándose en algún turístico rincón, o unos jubilados
dándose la mano en una góndola.
A partir de este
segundo viaje, abandone las ciudades sin darle credibilidad a tantos libros
escritos sobre el amor, así que me dirigí a su búsqueda en los picos más altos
del mundo, pensaba que el amor estaría
cerca de las nubes rozando el cielo, donde se supones está el amor
verdadero, el amor de Jesucristo. Nada,
ni rastro, solo encontré nieve, frío y paisajes tremendamente bellos.
Hastiado de mí
fracaso, y después de diez años recorriendo mundo, sin saber cómo ni porque,
acabe en un pueblo de Etiopía llamado Borana. Bajo una acacia, y amparándose en
su sombra, había unas improvisadas tiendas formando lo que parecía un hospital
de campaña. Cuando fui acercándome, descubrí algunas personas con batas
blancas, atendiendo a una serie de pacientes, entre los que había muchos niños,
con enfermedades difíciles de imaginar en occidente.
Cuando hube arribado
a una de las tiendas, una chica con bata blanca salpicada de sangre, con
mascarilla y gafas de protección, me dijo en un tono de celeridad.
― O te pones un equipo de
protección y nos ayudas, o te largas de aquí.
Quede alucinado al
ver tanto dolor allí metido, así que sin titubear me puse el vestuario
pertinente y seguí a aquella mujer.
― ¿Tienes alguna experiencia en
técnicas sanitarias? Me pregunto sin parar de moverse.
― Estuve en salvamento marítimo,
durante catorce meses. Le respondí, casi sin saber si me escuchaba.
― Con eso será suficiente, coge
una vía de ese estante y vente tras de mí.
Vi que me escuchaba,
incluso escribiendo como estaba sobre la tablilla de un paciente.
Aquella jornada fue
agotadora, estuvimos sin parar hasta casi el ocaso, cuando nos relevaron otros
voluntarios sanitarios. Cuando nos despojamos del equipo de protección y
mientras nos lavábamos las manos. Ella por primera vez, me miro a la cara
diciéndome.
― Me llamo Angie.
― Yo Alex, encantado de
conocerte. Respondí, sacudido por una incertidumbre devastadora, no acertaba a
pensar, que hacia una chica tan linda en aquel difícil lugar.
― ¡Gracias por tu ayuda! Dijo ya
en tono más sosegado.
― Ha sido un honor poder
ayudaros. Un verdadero honor, pensé por dentro, pues nunca creí poder haberme
metido entre tanta enfermedad y desolación, uno no sabe hasta dónde puede
llegar, hasta que no se encuentra en el infierno de Dante.
― ¿Te apetece una cerveza? Dijo
sonriendo.
Por supuesto que
acepte aquella cerveza, que tomamos en algo que llamaban cantum, para ellos
algo parecido a un bar, pero que para mí era una chabola difícil de describir. Fue
allí donde empecé a conocer a aquella sorprendente chica, que lo dejo todo por
un pedazo de humanidad.
Día tras día estuve
ayudando a aquellos Ángeles de tierras áridas y crueles. No me importaba hacer
aquellas jornadas agotadoras, ya no solo por la ayuda humanitaria que prestaba,
era y aunque suene algo egoísta Angie la que me retenía allí, mi corazón latía
de forma diferente desde la primera palabra que cruzo conmigo.
Los descansos que
teníamos, los dedicábamos a dar largos paseos, pues pocas cosas se podían hacer
en una zona tan desértica. En uno de aquellos paseos me comento.
― ¿Sabes porque estoy aquí?
― Algo puedo intuir, pero no del
todo. Le respondí.
― Pues estoy aquí, porque estaba
asqueada de la ciudad, de mi trabajo, de la sociedad de consumo. Necesitaba
hacer otra cosa, estaba cansada de estar en unas urgencias de un consultorio de
barrio, donde solo atendías a personas con resfriados y poco más. Un amigo me
hablo de la necesidad de hacer algo por los demás, pero algo realmente
importante, como enfrentarte y luchar contra la muerte en estos míseros y
decrépitos países. Así que este es mi cuarto destino, por pueblos de África, y
si te digo la verdad, nunca me he sentido tan realizada como en estos cuatro
años de voluntariado. ¡Pero bueno! yo no paro de hablar, y tú nunca me has
contado que motivos te han traído hasta estos lares, así que cuéntame.
Estando en esto,
ella quiso apartar una rama de acacia que caía sobre el sendero, cuando…
― ¡Ay! joder vaya pinchazo que
me he pegado.
Angie, se había pinchado
con una púa de aquel demacrado árbol, su dedo empezó a sangrar. Yo en un acto
reflejo, le cogí la mano y empecé a succionar la sangre con mis labios, cuando
se hubo cortado un poco el sangrado, me levanto la cabeza y con mis labios aún
llenos de su sangre me beso. Fue un beso largo y prolongado, pero no tan
prolongado como hubiese sido mi deseo, alargarlo una eternidad.
― Bueno, ya paso todo. Ahora no
tienes excusa para contarme porque estás aquí. Me replico con una sonrisa
celestial.
En esta situación,
yo trataba de encontrar el motivo que me llevo hasta allí, pues había perdido
el norte ya hace tiempo. Por lo que tuve que rememorar para poder contestarle.
― Fue algo parecido a tu historia lo que me
trajo hasta aquí, La única diferencia con respecto a ti, es que yo no buscaba
un pedazo de humanidad. En un principio, yo no pensaba salir de Sevilla, sólo
quería mediante estudio averiguar si el amor tiene algún valor predeterminado,
me refiero a si se podría medir con números, si tenía capacidad concreta, si
algunas personas tenían su escala del amor más alta que otras. Me tire
estudiándolo mucho tiempo, pero desazonado por no encontrar respuesta alguna,
me dedique a viajar por todo el mundo, con la idea de poder encontrar su
barómetro o algo que me indicara el valor del cariño. Así, que después de mucho
viajar y sin hallar ninguna respuesta, abandone mi empecinamiento y el azar me
trajo hasta aquí.
― Volvamos rápido, se acerca una
tormenta. Dijo Angie, dejándome con la palabra en la boca.
Fue una carrera
larga, hasta llegar al barracón donde nos hospedábamos. Cuál fue mi sorpresa al
entrar, encontré a todos aquellos que ya después de un año y medio eran mis
amigos, esperándome con una mesa improvisada llena de refrescos, cervezas y
algo de picar.
― ¡Felicidadessss! Gritaron
todos al unísono dándome un sonoro aplauso.
Ellos habían
recordado lo que a mí se me había olvidado, mi cumpleaños. Pero estoy seguro,
que todo había sido orquestado por Angie para darme una sorpresa. Aunque lo
mejor de esa improvisada fiesta, fue el regalo compartido que me hicieron todos
mis amigos, una corona hecha del único arbusto de hojas verdes parecido al
laurel que había cerca de nuestra zona, aunque tuvieron que hacer algunos
kilómetros para encontrarlo, fue todo un detalle por parte de aquellas personas
tan especiales. Fue uno de los mejores días que pase en Borana.
Seguían pasando los
días, la monotonía sólo se rompía con el trabajo que realizábamos en el
hospital. Esa mañana Angie trabajaba, yo estaba libre y ayudaba a un nativo a cubrir
la techumbre de su cabaña, cuando de repente Rodrigo me grito.
― ¡Alexxx! correo, tienes una
carta de tu madre.
Salte del andamio
sin reparar en la altura, dos años sin saber de ella de mi familia, estaba loco
de contento.
― Gracias Rodrigo, que alegría
me has dado.
― Ya te digo Alex, dímelo a mí
cuando recibo correo. Bueno te dejo tranquilo que puedas leer.
― Gracias otra vez Rodrigo, ah y
dile a Jorge que luego lo relevo yo.
― Eso está hecho, hasta luego.
― Chao amigo.
Que maravilloso fue
leer el nombre de mi madre en el sobre, la dirección de su casa y mi añorada
Sevilla. Tembloroso por la emoción, casi
no atinaba a abrir el sobre, cuando al fin pude desplegar el folio para
leerlo, quede marcado por el azul de la tinta allí esparcida, nada más y nada
menos que por mi madre…
Querido hijo, espero
que a la llegada de esta carta te encuentres bien. Sólo quiero decirte que te
extraño en demasía, que tu habitación sigue esperándote tal y como la dejaste.
Por aquí todo sigue igual, la única noticia importante que puedo darte, es que
tu prima Noelia ha tenido un niño, es precioso no sabes lo que se parece a tu
añorado tío. Tu hermano está bien, la empresa le va genial, ahora se ha
comprado un apartamento en Marbella, para disfrutar allí con tus sobrinos y su
mujer. No veas la de veces que me pregunta por ti, dice que no le escribes,
quiere saber de ti, aunque yo lo tengo informado de todo lo que haces.
No sabes amor mío,
cuanto bien me hace leer tus cartas, las leo y releo una y otra vez, con ellas
viajo a tu lado. Gracias cariño por tenerme siempre presente, por hacerme reír
con tus ocurrencias, eres el único que me arranca una sonrisa desde que murió
tu padre. Bueno no quiero ponerte triste, ese no es mi cometido, bien sabes que
yo siempre te he apoyado en tus para mi locuras, sabes que seguiré apoyándote
siempre, aunque no comprenda muchas de las cosas que te mueven a no parar cerca
de nosotros, pero tus motivos tendrás, ya sabes que mi felicidad es la tuya, es
lo único que me importa en este mundo, verte feliz. Así que espero pronto
noticias tuyas.
Pd. No sé cuándo
recibirás esta carta, pues ya sabemos en los lugares tan remotos que te
pierdes. Pero deseo con toda mi alma que llegue para el día de tu cumpleaños,
así que en estas letras te envío todo mi amor y te deseo un feliz cumpleaños.
Cuídate muchísimo hijo. Besos infinitos.
Al final de esos
trazos en azul, quedo el perfume de mi madre. Unas lágrimas furtivas
recorrieron mis mejillas, quede muy sensible durante un largo rato, refugiado
debajo de una gigantesca roca, donde me perdía incluso de Angie cuando buscaba
soledad y algo de concentración para meditar. Cuando me hube calmado de la
emoción, mire el reloj, habían pasado más de dos horas, perdí la noción del
tiempo sin darme cuenta. Así que cuando entre en cordura, salí corriendo, Angie
habría acabado su turno y me estaría esperando.
Bajaba hacia los
barracones ya atardeciendo, de pronto empezó una tormenta seca, solo truenos y
rayos. Cada rayo iluminaba el sendero, haciéndome estar entre la luz y la
oscuridad. No sé si fue ese contraste de luces y sombras lo que me ilumino, o
fue un lapsus de mi memoria, pero por fin había descubierto lo que tantos años
había buscado.
― ¡Aleluyaaaaaaaa! Gritaba
mientras corría en busca de mi amada.
Llegue jadeante, incluso asuste a Angie que
aterrorizada me pregunto.
― ¿Qué te pasa? ¿Qué ha
ocurrido? Respóndeme Alex.
― Joder, espera que recupere el
aliento. Le dije con la voz entrecortada.
― Pero es algo grave, dime al
menos eso. Dijo desencajada.
Respire hondo y
recobre el aliento.
― No amor, al contrario. Por fin
he descubierto lo que buscaba.
― ¿Pero qué buscabas? Replico
sin comprender aquella euforia que me embargaba.
― Escúchame atenta, te lo
contare todo. Te acuerdas cuando me preguntaste, que motivos me habían llevado
hasta aquí.
― Si, me acuerdo, pero porque
ahora, no dices que habidas abandonado la búsqueda.
― Si, es verdad, pero no te
parece increíble que haya encontrado una respuesta, ha sido un flash
impresionante, lo he descubierto, he encontrado mi piedra filosofal.
― ¿Tu piedra filosofal? Dijo
ella, cada vez más asombrada.
― No te das cuenta Angie, tu
eres mi piedra filosofal. Tú me has llevado al descubrimiento de mi
interminable búsqueda, ya sé que el amor es imposible medirlo, que no tiene
capacidad ni volumen, que no tiene baremo, por fin he descubierto que el amor
no se mide, se distingue por su color.
― ¿Qué se distingue por su color?
Pregunto Angie cada vez más extrañada.
― Si color, el amor está en una
escala de colores cariño. Nuestro amor es de color rojo, como nuestro corazón y
el de tu sangre fundida en mis labios por un beso tuyo.
El verde, es el
color del cariño de la amistad. Recuerda el verde de las hojas de la corona que
me regalaron nuestros amigos para mi cumpleaños.
El blanco, es el
amor a tus semejantes, el amor a ese pedacito de humanidad que te trajo hasta
aquí, recuerda siempre que donde veas una bata blanca, descubrirás el color del
amor a la humanidad.
Y hoy al leer la
carta de mi madre, he descubierto que el amor de ella hacia mí es azul, como la
tinta con la que plasma esas letras que me llenan de tanta felicidad.
Así sucesivamente,
yo he descubierto cuatro tipos de amor englobados en cuatro colores, pero
seguro que hay infinitas graduaciones.
― ¡Que! Exclamo ella.
Me miro asombrada,
casi embobada, estuvo algunos segundos sin reaccionar, pero cuando despertó del
lapsus me alentó diciéndome.
― ¡Oleee! Me demuestras a diario
que estás loco, pero es mi bendita locura. Te quiero y siempre te querré, serás
mi loco adorable por siempre.
Seguidamente me beso
apretándome hacia ella, ahí quede perdido, en el limbo del amor para toda una
eternidad.
Nadavepo.