Salí al balcón y contemple el mar que como
purpurina lanzaba estalas luminosas sobre la arena, mágico me pareció aquel
momento… aunque más mágico fue mirar hacia nuestra cama y ver tu cuerpo tiznado
por el sol.
Abrace mis pensamientos recordando lo que había
sucedido aquella noche, todo lo que me rodeaba se volatizo en un instante
cuando te abrace, tu magnetismo hizo que mi mente desconectara del mundo para
evadirme cual muerte celestial de todo y de todos.
Solo tú… pues ni yo creía ser algo formado de
materia, me sentí como aire compuesto simplemente por el oxígeno que se esconde
en las gotas de roció del amanecer.
Si me hubiese sentido un ser mortal, pensaría
que había estado en una locura transitoria, pues ni daba ni quitaba crédito a
lo que tu respiración producía sobre mis
poros rellenos de agua salada… maremotos que convulsiones de placer me
provocaban.
Era oro lo que relucía o tus ojos clavados en
mi corazón, como se te clava en el alma…
la más bella de las poesías.
Y al amarte, en cada suspiro me sentía como
aviador que remonta esa montaña rusa de nubes blancas… que sobresaltan en la
noche y parpadean por la mañana.
Y me enriqueces… con solo pronunciar unas
palabras, que retumban en mi corazón como eco en la montaña, trasladándome de
árbol en árbol sin tener que trepar por sus ramas.
Y ahora en este mismo instante, si un puñal me
clavaran… ni sentiría, ni padecería, ni sufriría, pues cogido a tu mano me
siento en el nirvana.
Llore, y también adolecí por muchas causas,
como cualquier persona que sobre la tierra anda. Pero a tu lado todo quedo en
el olvido… porque me has tatuado a sangre y fuego dos palabras “amor y
esperanza”.
Alejandro Maginot