Miraba hacia el suelo mientras caminaba
pensando en mis cosas. A tres pasos de mí te vi al borde de una alcantarilla,
corrías peligro de desaparecer por ella, así que con mucha cautela fui a
salvarte de la tragedia.
Mientras acachaba mi mano con suavidad para
recogerte, observe que eras transparente, en tu centro había una figura eólica
de múltiples colores y tu exterior era perfecto, tu forma esférica me
eclipsaba porque eras pura matemática.
Con la palma de mi mano te eleve a mi altura
mientras tú despertabas de tu amargura. Me fije que abrías tus pequeños ojitos
mientras te sorprendías y asustada me decías:
― ¡No me haga daño por favor!
Después del sobresalto que me lleve, tuve que esperar
unos segundos para poderme reponer. Pues jamás pensé que un ser inanimado
pudiera hablar y que yo le pudiera contestar:
― ¡Jamás te haría daño!, lo único es que casi me vuelvo loco…
viendo que siendo una pelota de goma puedas hablar.
Me miro fijamente con sus ojitos redondos y
con una expresión de incredulidad me replico:
― Puedo hablar y sentir, pero también me he quedado anonadada
al saber que después de tantos años un ser humano me puede oír.
Intuitivamente le conté:
― Hace tiempo leí una historia de una persona que había tenido
una conversación con un canto rodado, la verdad es que no llegue a creérmelo. Pensé que era una historia sensacionalista, de ahí que al oírte me haya quedado
como si hubiera visto a un fantasma. Pero cuéntame, ¿Cuál es tu historia?
― Mi historia es la degradación desde la alegría a la pena.
Todo empezó cuando un niño en un kiosco me compro, pues como puedes ver soy una
bola de goma maciza… de esas que arrojas contra cualquier superficie y no para
de botar y rebotar una y otra vez. Pero esto era en los años setenta, cuando
los niños jugaban con nosotras y con otros muchos juguetes, todo era alegría
para ellos cuando nos veían como locas saltar y saltar, además nos guardaban en
sus mejores cajas donde tenían sus tesoros más preciados. También te diré que
como éramos tan locas y pegábamos esos saltos tan grandes, nos perdíamos con
mucha asiduidad… pero siempre aparecían otros niños que nos encontraban y a los
cuales hacíamos disfrutar.
Pero pasaban los años y los niños dejaron de
salir con otros amiguitos a la calle para jugar, además aparecieron unas
maquinitas digitales que les absorbió la mente aislándolos de la realidad y
encerrándolos en casa. Por lo cual fuimos siendo olvidadas y desapareciendo con
los años y a duras penas tengo noción de como he podido sobrevivir hasta hoy,
he dado tumbos por campos, ciudades, ríos y un sinfín de parajes más. Pero lo
último que recuerdo es estar rezando al borde de esta alcantarilla… para ver si
alguien me rozaba y caía por ella para desaparecer en las cloacas y no aparecer
más, y acabar con esta tristeza que tanto me pesa.
Me dio tanta pena sus palabras, que no puede
más que responderle de esta manera:
― ¡No seas negativa!, te diré que yo fui de los niños de esa generación
que fuimos súper felices jugando con vosotras, nos alargabais los días, las
distancias y la emoción de ser niños. Y te puedo asegurar que si no hubiera sido
yo y te hubiera encontrado otra persona de mi generación ya fuese hombre o
mujer la hubieras llenado de ilusión. Entiendo de tu desesperación por no haber
encontrado a alguien que te haya valorado.
Exclamó con una sorpresa superlativa:
― ¡De verdad!
― Por supuesto.
Le respondí sin titubear.
― Y es más lo que te digo, conmigo te
quedarás y aunque yo ya no tengo edad de jugar, si tengo un amiguito que no se
cansa de jugar, es mi perrito huesitos que es tan bueno y bonito como tú, así
que jugarás y jugarás y te cuidaremos como si en vez de goma fueses de cristal.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado…y
si quieres sorprenderte más cuelga en tu árbol las bolas de navidad.
¡Que ya vas tarde!