Babeando como un caracol, seguía tu estela que
brillaba como plata bajo el sol. De mundos diferentes, tú de climas nevados y yo
de tierras plagadas de calor, pero lo dos con un mismo fin… saber si en un
naufragio juntos podríamos sobrevivir.
Animado por el espejismo de una ilusión, metí
por ti la mano en el fuego, pensando que tú serias mi apagafuegos y no me
dejarías morir sin consuelo.
Pero cada día me levantaba con un trocito de
mí que ardía y mi dolor ni un ápice de
tu corazón conmovía… vaga ilusión que como espejismo de nuevo se desvanecía.
Ya no era nuestro cubículo el que bajo su
techo alegría veía, ya ni a la hora de comer la mesa conmigo
compartías… estaba claro que algo muy extraño te sucedía.
Ahora cada dos por tres al balcón salías o en
el baño a puerta cerrada te escondías, como queriendo ocultar algo que muy
profundamente te preocupaba… quizás que yo descubriera algo, que como una olla
exprés te hiciera explotar y sin poder evitarlo dispararas miles de palabras
que me pudieran dañar.
¡Ironía del destino!, que sin apenas hablarme
cuidaras de no dañarme el corazón, seria porque te sentías culpable o porque
sabias fehacientemente… que al estar locamente enamorado de ti, podías con tus
actos hacerme morir.
Y por fin cuando creíste tenerlo todo bien
amarrado, en un tono lineal y seco me dijiste:
― Esta tarde me marcho, la semana que viene acabare de recoger
mis cosas.
Después de esa frase se hizo el silencio, y
viendo que no estabas dispuesta a hablar más, no tuve más remedio que
preguntar:
― ¿Por qué te vas? Dime en que he podido pecar, para que de tu
preciosa sonrisa pases a una indiferencia total.
Creí que no iba a responder, pero después de
una tos impostada me respondiste sin ninguna delicadeza y con aspereza:
―He conocido a un hombre en una red social de internet, y no
preguntes más que no te voy a responder.
¡Ahí! en ese preciso momento se rompió nuestra
relación, como se rompe el frágil cristal… en una caída fortuita que no se
puede parar.
Y yo inocente como lo había sido siempre, me
quise consolar pensando que ese hombre al que se refería… creí que sería un robot
con el corazón de hojalata que había salido de una pantalla.
Mientras yo me sentía feliz, sabiendo que había salido de una raíz, raíz de paloduz que cuando la pelas y llegas a su
corazón… cuanto más lo masticas mejor sabor de boca te deja y jamás quita de tu
cara una sonrisa de amor.
Alejandro
Maginot