jueves, 16 de julio de 2020

La desolación de Rodrigo









  Pasaron años de dicha y fortuna, Paula y Rodrigo fueron enormemente  dichosos y felices, bienaventurados ellos que pudieron disfrutar de un amor mágico y de una preciosa singularidad. Pero como bien sabemos todos, el reloj del tiempo no se detiene, así que una fría mañana de invierno, Paula nos dejó. El hidalgo quedó desolado, en un segundo había perdido la magia del amor, la felicidad y hasta envejeció cien años más. Al atardecer sentado en la alameda, contempla el rio correr, mientras divaga hablando solo:




  Me llamo Rodrigo, que después de muchos años de felicidad, de un sólo hachazo, he quedado loco, asustado y desvalido.
  El señor y en contra de mi voluntad a Paula ha requerido, por lo que me ha dejado solo y tullido, pues caballero sin noble dama está perdido.
  Alondra que marca las doce, ruego a Dios que el ángelus de mi vida haya desaparecido… broma, capricho o destino, sin tí la vida no tiene sentido.
  Amor que, aunque fue duradero, ahora que me faltas, fugaz lo veo en el tiempo, pues fuiste mi mayor reloj de arena, donde las horas eran bálsamo para mis pensamientos.
  Amarte fue tan apasionante como desearte a cada instante, pues sin tí mi existencia hubiera sido un suplicio. Mi dama márcame el norte, dile a las flores que me indique el rumbo que he de seguir, para no perder el corazón en pro de la sinrazón.
  Pues yo ya he envejecido,  quedando sin tus manos donde agarrarme para que guíen mi destino, me siento sólo, decrépito y sumamente perdido.
  Amapola que en mi vientre te posaste, para que las mariposas crearan sus nidos, ahora que te pierdo mujer, ahora esas mariposas me han dejado  enloquecido.
  Mi señora, mi Dama, mi indeterminado adjetivo, quiero rezar, pero de ello me olvido, cuando el poderoso Dios, no quiere indicarme el camino.
  Te recé, y aunque te pedí y rogué, que me llevaras  con ella, tú me dijiste que me castigarías, si intentaba abandonar esta vida sin tu permiso.
  Paula, corazón mío, con toda la resignación del mundo, quedo aquí esperando mi destino, pero por favor te pido, deja de tus amapolas, esos pétalos de flor por el espacio esparcido,  para poder seguir tu estela y que al abrazarnos formemos un nuevo destino.


                                                 Alejandro Maginot


lunes, 13 de julio de 2020

El sueño de Rodrigo... El desenlace










  De repente, Rodrigo en una mezcla de locura y felicidad, abrazó a Paula rodando por la cama de una punta a otra, hasta que su cuerpo quedó sobre el de ella y mirándola fijamente a los ojos le dijo:

― Mi amada, como bien sabéis, no me gustan los lujos, mi vida ha sido siempre moderada y austera, no estoy acostumbrado a este mundo de etiquetas, no me gusta andar por la calle y que todo el mundo haga una reverencia a mi paso, quiero vivir en el anonimato. Esta noche he tenido un sueño, haré la mayor locura que puedo hacer por amor y libertad, así que os ruego os vistáis, que tenemos que llevar a cabo esta locura lo antes posible.

  Mientras ambos se vestían, ella le pregunto:

― ¿Y por donde empezara dicha locura? Mi amado señor.

― Pronto lo veras, baja a desayunar y di a los sirvientes que preparen la calesa más veloz que tengan, enseguida estaré contigo.
                                                  
  Rodrigo estaba subido en la calesa, ya había dado instrucciones previas al chófer indicándole el destino donde irían, sólo quedaba que Paula subiese al carruaje para partir.

― ¿Hacia dónde vamos mi señor? ¿Podría contármelo?

― Vamos hacia el cortijo Paula, haremos muchas cosas en el día de hoy.

  Llegados al cortijo, Rodrigo mando reunir a todos los jornaleros con su capataz al frente. Improvisó un pulpito en la zona de carga junto a su amada y se dispuso a dar un discurso:






 ― “Damas y caballeros, muchos de vosotros no me conocéis, sólo vuestro capataz Armando ha estado reunido conmigo en una ocasión, a la señora Paula la conocéis todos, pues ha sido administradora vuestra hasta hoy. Pues bien, yo Rodrigo, dueño y señor de todas estas tierras, quiero deciros, que desde este día os cedo la explotación de dichos terrenos, siempre que sea en consenso y el reparto sea equitativo entre todos vosotros, así que tendréis que organizaros y aprender a guiar vuestro propio destino. Dicho esto, me despido augurándoos un buen porvenir”.

  La gente aplaudió enfervorecida, hicieron un pasillo por donde pasó la pareja hacia el carruaje, los jornaleros estuvieron vitoreándolos hasta que se perdieron de vista.

― ¿Hacia dónde nos dirigimos ahora? Si es posible conocer el destino mi señor.

  Rodrigo eufórico y sonriente contestó a Paula:

― Vamos a la iglesia Paula.

― ¡A la iglesia!

  Respondió la dama desconcertada, imaginando cual sería la cuestión que llevaba a su amado a la iglesia.

  Una vez estuvieron en el santo edificio, el párroco Don Bartolomé, los recibió enseguida.

― ¿Qué deseáis hijos míos? Si os puedo ayudar en algo aquí me tenéis.

   Rodrigo se santiguó y soltó estas palabras:

― Pues claro que nos puede ayudar señor párroco, no sé si  sabe quién soy.

 Estando diciendo esto, el cura lo interrumpió:

― Pues claro que se quién eres hijo mío, en los pueblos las noticias vuelan,  veo que traes la grata compañía de Paula, feligresa de la parroquia además de ayudante de vuestro desgraciadamente fallecido tío abuelo.

― Pues entonces abreviaré, yendo al grano. Padre, la cuestión que me trae ante usted, es breve y simple, le cedo mi palacio para que en él puedan atender a enfermos, gente necesitada, niños huérfanos, quiero que haga usted un trabajo justo y equilibrado con todo aquel que necesite ayuda. Ahora, sólo le pondré una condición, los sirvientes de palacio han de conservar su trabajo, ayudando en estas cuestiones.

  El cura, bonachón y fiel creyente de las pautas que nos marcó nuestro Señor Jesucristo, rápidamente se abalanzó sobre Rodrigo, dándole un fuerte abrazo.

― Muchas gracias hijo mío, no sabes la necesidad que teníamos de un proyecto así en nuestra villa. No puedo más que bendecirlo por esto, es usted un santo señor Rodrigo.

  Despidiéronse  del párroco y continuaron su camino.






― Bueno mi amado, ¿qué más nos queda por hacer? Porque os veo frenético en vuestras decisiones.

― Pues ahora, queda lo más importante, espero que me sigáis en mis locuras, lo mismo que yo os seguiré a cualquier parte.  Pasaremos por el palacio, vos recogeréis lo imprescindible, y antes de la noche estaremos en la capital.

    Estando Paula recogiendo lo necesario para el viaje, Rodrigo dijo al chófer que quedaría en Carmona, trabajando al cargo de la parroquia, detalle que el conductor le agradeció, pues toda su familia y su vida estaba en la villa. Luego le pidió que por favor preparase dos caballos de refresco para enganchar a la calesa, pues el viaje aunque no muy largo, era tedioso para los animales por el calor de tierras Andaluzas.

  Emprendido ya el camino, Paula cogió a Rodrigo por el brazo y apoyando la cabeza en su hombro, le pregunto:

― Mi señor, mi amado. ¿Con cuál menester me sorprenderéis ahora? Rabio por saber vuestro próximo paso, o como vos lo llamáis, vuestra próxima locura.

― Lo próximo será fantástico Paula, esta noche dormiremos en la casona que poseemos en Triana, mañana os presentaré a mi mejor amigo Marcelo, pidiéndole el favor que ponga la casona de Triana a la venta; mientras nosotros nos mudamos a una casita entre el rio Guadalquivir y el poblado de San Juan de Aznalfarache. Esa será nuestra morada, la descubrí hace años enamorándome de ella, y cuando supe lo de la herencia, le roge al señor notario que la adquiriera para nosotros. Allí estaremos tranquilos, entre los árboles frutales y las alamedas del rio seremos sumamente felices. Concentraremos toda nuestra vida para amarnos.






  Y de esta forma sucedió, Rodrigo perdió la razón en pro del corazón, encontró lo que jamás busco, algo que él desconocía y que se llama amor.


                                                                                                       
                                                                                Alejandro Maginot


    Final de una historia, que aunque de tiempos modernos, quise trasladarla a época de Quevedo.





domingo, 12 de julio de 2020

Paula... Sexta parte










  Tras unos segundos de contemplación, decidió tocar la campana. De soslayo, vio el rostro de una hermosa dama asomarse a un gran ventanal, acto seguido, todo se tornó en un caos, Rodrigo oía carreras y movimientos extraños tras la puerta, estos ruidos lo tenían absorto. Tuvo que esperar cinco largos minutos, hasta que la puerta se abrió, y un señor totalmente uniformado le dijo:

― Bienvenido señor, pase por favor.

  Cuando Rodrigo entró al rellano del palacio, comprendió el jaleo que había oído tras la puerta. Se encontró en la inmensa instancia a unos dieciséis sirvientes, firmes y totalmente ordenados en fila, la bella dama que había visto por los cristales estaba posicionada delante de ellos, para recibirlo.

― ¡Buenas tardes señor!, espero que su viaje no le haya resultado cansado.

― Buenos tardes señora, el viaje se me ha hecho corto, observando los bellos paisajes que hay que recorrer hasta llegar a Carmona.

― Mi nombre es Paula mi señor, mi trabajo ha sido servir y gestionar todos los asuntos legales del señor Marqués. Ahora, y si vos lo considera conveniente, me pondré a su servicio en cualquier cuestión que usted necesite.

― Mi señora, considero que vos conoceréis todos los entresijos de las propiedades que acabo de heredar, además estará mucho más preparada que yo en cuestiones administrativas, por lo que no veo ningún inconveniente, en que siga usted realizando la misma labor.

― Agradecida quedo mi señor, ahora y si no está cansado del viaje, le puedo presentar al servicio y las estancias de vuestro palacio.






  Después de presentarle al servicio, ambos recorrieron la propiedad. El caballero la seguía, mientras la dama le mostraba estancia tras estancia, dándole explicaciones de todos los detalles. Pero Rodrigo se encontraba raro, no estaba poniendo atención a nada de lo que la dama le explicaba, es como que su corazón se había acelerado y no por el esfuerzo de subir escaleras, notaba que su corazón había subido de pulsaciones tras entrar en su cuerpo un sentimiento para él desconocido, que lo atraía fervientemente hacia la dama.

  Pasaron los días, luego los meses… y Rodrigo y Paula, pasaban prácticamente todo el día juntos, pues los asuntos a tratar les ocupaban la mayor parte del día. Rodrigo se sentía feliz, por los nuevos sentimientos encontrados, Paula como mujer, notaba que Rodrigo sentía algo por ella, sus detalles y comportamiento lo delataban, aunque ambos no se atrevían a dar el paso que los llevara a descubrir sus sentimientos.

   Era por las noches, cuando el caballero echaba más de menos a la dama, ya que, está acabado su trabajo, se dedicaba a sus quehaceres o se retiraba a sus aposentos. Como cada noche, Rodrigo cenaba en una mesa enorme, sólo algunos sirvientes lo atendían, pero él se sentía sólo, así que se armó de un valor muy diferente al que usaba en sus duelos y mando llamar a Paula.

― ¡Buenas noches! ¿Qué desea mi señor?

― Perdone que la moleste señora, pero me preguntaba si querría cenar usted conmigo, cómo ve la mesa es demasiado grande y aburrida.

  La dama sonrió, luego dijo al caballero.

― Mi señor, yo ceno más temprano que vos. Pero podría acompañarlo mientras usted cena.

― Sería un honor para mí que me acompañase, tómese un jerez y hablemos.

  El servicio se había retirado hace horas, era bien entrada la madrugada y la pareja seguía charlando, prácticamente se habían contado toda su vida. Estaban tan ensimismados que habían perdido la noción del tiempo, sólo quedaban un par de candelabros a punto de agotar sus velas, cuando Paula dijo al señor:






― Que hermoso es estar en penumbra, observando su rostro mi señor, me relaja observarlo y oír sus extraordinarias historias, el tiempo es un suspiro junto a vos, perdóneme por mi atrevimiento, pero tenía que decirlo.

―Si alguien ha de pedir perdón soy yo. Pues no he sabido llegar a usted, con la fuerza que mi corazón demanda, con vos siento sensaciones jamás sentidas junto a ninguna dama. Quizás ha llegado el momento de perder la razón en pos del corazón… y es justo lo que siento en este momento, un amor tan inmenso por vos, que pienso haber perdido todo tiempo del mundo, que ahora quiero recuperar en un segundo, declarándoos todo mi amor. Amor que quizás llevaba por dentro, pero que no ha tenido ningún sentido hasta que os he conocido, mi señora.

― Si vuestro amor es tan poderoso hacía mí, podemos consolidarlo mi señor, pues no hace falta convivir una eternidad, para saber en un segundo… que somos dos seres en uno. Y habiéndome hablado de su soledad en estas noches tan largas, yo Paula, me presto a que vos mi caballero, no pase ninguna noche más en soledad, pues mi compañía será nuestro reflejo inmóvil en un espejo de cristal.

  La pareja, viendo que tan sólo quedaba el final de una vela encendida, decidieron marchar… esta vez para un sólo aposento, el del caballero Rodrigo. Quedaron dormidos contemplándose, sin que hubiera más allá de unas caricias sobre sus rostros, y una de sus manos entrelazada.

  Cuando Rodrigo despertó, encontró a Paula mirándolo con una devoción inusitada, él sonrió con dulzura alargando su mano hasta alcanzar el cuello de la dama, tirando suavemente de ella hasta que sus labios se juntaron, fue todo tan sutil y maravilloso, que ambos se derretían en el gozo del amor verdadero.


                                                                                             Alejandro Maginot


                                            Continuará...




viernes, 10 de julio de 2020

La lealtad de la amistad... Quinta parte










― Por favor Rodrigo, relájate, vengo en son de paz. Sólo quiero hablar contigo si me lo permites. ¿Te importa si hablamos mientras tomamos una cerveza?

  Por la mente de Rodrigo, pasaron miles de imágenes de lo sucedido con Marcelo aquel fatídico día, pero Rodrigo no era hombre de guardar rencor y mucho menos odiar. Así que miro a Marcelo aflojando la mano del pomo de su espada y le dijo:

― Claro que no me importa, tomémonos esa cerveza y hablemos.
                                     
  Estando en la mesa de la taberna uno frente al otro, Marcelo tomo la palabra.

― Ante todo te doy las gracias Rodrigo, por no matarme aquel día, sé que pocos hombres han sobrevivido a tu espada, fuiste muy generoso conmigo, después del comportamiento tan abrupto que tuve contigo.

― Jamás te hubiera herido más allá del puñetazo que te di, para reducirte y que no hicieras daño a alguien o a ti mismo. Yo también quiero pedirte perdón por ese puñetazo, pero era lo único que podía detenerte de la ira que llevabas infundida en tu cuerpo.

― Te diré también Rodrigo, que después de varios meses de enfado, María por fin me contó la verdad de lo sucedido, he de pedirte perdón nuevamente por haber dudado de tu caballerosidad. Entiendo perfectamente que hubieras tomado a mi hermana como una amiga, pues ya sabemos los dos que es de conversación agradable y de compañía divertida.

― Te prometo Marcelo, que fue una buena amiga. Y por cara de tu padres hasta intenté enamorarme de ella, pero bien sabes que el corazón no se deja obligar, así que antes de perjudicar a tu familia y sobre todo a ella, decidí aclara las cosas contándole a vuestra hermana mis sentimientos,  ambos sabemos que María no se lo tomó muy bien, pero es totalmente comprensible, ella estaba enamorada, no captó que era una bonita amistad lo que nos unía. 

  También tengo que decirte algo, que me ha encargado María que te dijese. Te pide perdón por el comportamiento que tuvo hacia ti, además te da las gracias por lo que le dijiste el último día, que encontraría el amor verdadero con quien fundaría una familia. Y así ha sido, se ha casado con el Conde Luis Castro, escolta de su majestad, han tenido dos hijos y son sumamente felices.

― Pues... ¡me alegro enormemente Marcelo! ¡Es la mejor noticia que me podías dar en el día de hoy!

― Y por último Rodrigo, te he de pedir otra cosa, aunque lo mismo te resulta difícil concedérmela.

― Tú dirás Marcelo.

― Hemos sido buenos amigos, desde que nos separamos, he estado con esa preocupación guardada en mi corazón. No veía el momento para pedirte humildemente, que vuelvas a ser mi amigo, si lo tienes en consideración y no te perjudica.

― Pues claro que sí Marcelo, yo nunca dejé de pensar que eras mi mejor amigo, aún en la distancia he seguido sintiéndome unido a ti, rezaba porque llegara este día. Puedes dar por hecho que somos los mismos y que lo seremos para siempre, máxime ahora que estaré entre Carmona Y Sevilla.

  Los dos caballeros se despidieron, emplazándose para sucesivos encuentros, siempre que los quehaceres se lo permitieran.






  Rodrigo recordó las palabras del señor notario, advirtiéndole de la prisa en organizar los trabajos de sus nuevas tierras. El caballero busco a toda prisa, una diligencia que partiese hacia Carmona. En el trayecto del viaje, analizó el vuelco que había dado su vida y la responsabilidad que caía sobre sus hombros; aunque para relajarse, pensó que gobernar una hacienda no sería mucho más difícil, que cuando organizaba a sus hombres en el orden de combate, ante una situación adversa en plena batalla.

  Ya en Carmona, Rodrigo bajó de la diligencia y preguntó a un jornalero que pasaba con la yunta de sus mulas:

― Señor, ¿podría decirme, donde está el palacio del Marqués de Carmona? 

  El hombre le explicó minuciosamente, como llegar a dicho domicilio. Sin dilación, Rodrigo anduvo durante veinte minutos, hasta llegar a la cancela de tan lujoso palacio. Él no lo conocía, pues las pocas veces que vio a su tío abuelo, fue en el cortijo en su tierna infancia.

  Empujo la reja que se encontraba entornada, caminó hacia las escalinatas, todo ésto sorprendido por la magnitud de aquel edificio, cuando hubo subido las escalinatas, quedó prendado con la puerta de roble que coronaba dicho palacio.



                                                                                              Alejandro Maginot


                                           Continuará...




jueves, 9 de julio de 2020

La herencia del Marqués de Carmona... Cuarta parte










  Llegado a Roma, peregrino hasta Francia donde volvió a firmar como capitán en los tercios españoles, durante cinco años más.

  Pasado los cinco años de milicia, Rodrigo se alejó de las guerras, regresando a Italia, país que le encantaba por su arte y arquitectura clásica, así que estuvo deambulando entre Venecia, Florencia, Pisa y Roma.

  Estando en Florencia, recibió una carta llegada de Sevilla, la mandaba el notario de su tío abuelo Eduardo Ronces, Marqués de Carmona. En esta misiva su señoría el señor notario ,lo requería de esta manera:

   “Muy señor mío, me dirijo a usted en primer lugar, para darle mi más sentido pésame por el fallecimiento de su tío abuelo. En segundo lugar, he de leerle la herencia dejada por éste, cosa que ha de hacerse a la mayor brevedad posible, pues el destino de sirvientes y jornaleros depende de usted mi estimado caballero. Le ruego encarecidamente abrevie  su viaje, y nos encontraremos en la notaria de un servidor lo antes posible, ya que como bien sabrá, no queda familiar alguno del Marqués de Carmona, es usted la única parentela que queda de dicho caballero. Sin más, se despide su seguro servidor Don Florencio Estrada”.

  Rodrigo, quedó pensativo y apesadumbrado, los recuerdos de su tío abuelo eran vagos, pues a lo largo de su vida lo vio sólo cuatro veces, en temporadas cortas y de muy niño. Se sintió totalmente sólo en este mundo, su último familiar había muerto.

  Rápidamente y sin perder tiempo, partió al puerto de Génova, allí estuvo un día, esperando a la salida de un galera que atracaría en el puerto de Sevilla. El viaje se le hizo condenadamente largo, pero tuvo tiempo de ordenar sus pensamientos por primera vez, además afrontar este reto, le hizo olvidarse momentáneamente de la vida tan dura que había llevado, dándole por primera vez un respiro.






  El barco atracó en el puerto de Sevilla en plena noche, las posadas estaban todas cerradas, lo que le hizo acudir a una taberna del puerto, donde su dueño conocido y amigo de él, le dejó un rincón donde acomodarse para pasar la noche.

  A la mañana siguiente, acudió a la notaria, donde el señor notario pasó a leerle la herencia de su tío abuelo. Éste le había dejado todos sus bienes, un cortijo en Carmona con gran extensión de terreno, dedicado al cultivo, y del cual dependían miles de familias, también le dejó un palacio en el centro de Carmona, una casona en el barrio de Triana, cuadros, joyas, carruajes, acciones y un sinfín de haberes, que hacían de Rodrigo uno de los caballeros más ricos de Sevilla. Firmados todos los documentos, el notario le advirtió que lo más urgente, era organizar el cortijo de Carmona, pues de él dependía la comida y salarios de la inmensa mayoría de ciudadanos de la villa.

  Despídiose del notario con gran agradecimiento, salió de su despacho y buscó la salida. Cuando salió a la calle, su corazón se llevó un tremendo sobresalto, en la fachada de enfrente se encontraba Marcelo esperándolo. Rápidamente Rodrigo echo mano al pomo de su espada, no fiándose de Marcelo se puso en guardia. Pero cuál fue su sorpresa, cuando observo que su antiguo amigo no iba armado.


                             
                                                                                                Alejandro Maginot



                                     Continuará...





miércoles, 8 de julio de 2020

El enfado de María... Tercera parte










  Os tenía por un caballero, pero con vuestros actos me demostráis que no merecéis tal trato. Vos sabéis de sobra, que yo entendía que lo nuestro era amor… y por supuesto daba por hecho, que acabaríamos juntos como pareja, ya que como amigo no os quiero.

― Dejadme que me explique María: mi vida es un desastre, como bien sabéis, llevo una eternidad en el ejército, llevando una desastrosa existencia, siempre dando tumbos de un lado para otro, y aún hoy en día no sé dónde ni como acabare. Por eso después de mucho pensarlo, no puedo arrastraros conmigo a tan semejante vida.

― A mí no me hubiera importado la vida que llevase, siempre que hubiese sido con vos.

― No es sólo eso señora, como usted bien sabe la razón no manda en el corazón. Por eso pensé, que aquel día en sus aposentos  usted se habría dado cuenta, que yo velaba por su virginidad, para que la guardase para ese caballero que de vos se enamorase, que bien él lo agradecería.

  María estaba roja de indignación, así que no tardó en estallar. Soltó una sonora bofetada a Rodrigo y acto seguido, en voz elevada le dijo:

― ¡Es usted un villano, un sinvergüenza, lo odio por todo lo que me ha hecho sentir, no quiero volver a verlo jamás!

  Unas lágrimas se asomaron a los ojos de María, la dama se giro para marcharse,  Rodrigo la detuvo suavemente para decirle:

― Algún día, vos recordareis este momento, y aunque ahora no lo creáis, os acordareis de mí dándome las gracias, porque habréis encontrado al caballero adecuado, para formar una bonita familia.

  La dama se zafó del caballero… y llorando volvió sobre sus pasos hasta donde la esperaba su dama de compañía, y desaparecer de la vida de Rodrigo para siempre.

  No habían pasado dos días, cuando Marcelo llegó a la taberna el Rinconcillo gritando a Rodrigo que se encontraba dentro.

― ¡Sal cobarde! ¡Traidor! ¡Sal ya! que voy a dar buena cuenta de vos.

  Dentro el tabernero el tabernero avisa a Rodrigo.

― Señor, fuera está el señor Marcelo muy alterado, creo que está profiriendo improperios hacia vos.

  Rodrigo quedó estupefacto, respondiendo al mozo:

― No puede ser, jamás Marcelo diría improperios sobre mí.

― Señor, salga usted a la calle, lo comprobará por vos mismo.






  Rodrigo salió apresurado y preocupado, no entendía lo que estaba pasando. Nada más salir a la calle, Marcelo con el florete desenvainado, arremetió contra él.

― ¡Villano! Te has aprovechado de nuestra amistad para mancillar a mi hermana.

  Marcelo tiró una estocada hacia Rodrigo, que éste pudo esquivar a duras penas.

― ¡Por favor! Marcelo calmaos, no es como lo contáis, os juro que jamás mancille a María.

  Mientras Rodrigo trataba de calmarlo, Marcelo volvió a la carga con otra estocada, afortunadamente Rodrigo desenvainó su espada y pudo desviar dicha estocada dirigida hacia su corazón. Viendo la situación, Rodrigo empezó a preocuparse, Marcelo no paraba de atacarle una y otra vez con su espada, Rodrigo sólo se defendía tratando de calmarlo.

― ¡Marcelo detente! No quiero lastimaros, os lo suplico no me ataquéis más.

― Estaré batiéndome con vos hasta mataros, ¡truhan, villano, luchad como un hombre!

― Marcelo, os lo ruego, sabéis que soy uno de los mejores espadachines de la corona, os puedo matar sin moverme, pero eso no va a suceder, sois mi amigo y no me batiré con vos.

  Para ese momento la calle estaba llena de personas viendo el duelo, Rodrigo seguía esquivando los envites de Marcelo, hasta que llegó un momento en el que vio que Marcelo no sedería en su empeño. Por lo que decidió actuar de la forma más factible para no herirlo de gravedad.

  En uno de los ataques, Rodrigo contuvo el florete de Marcelo con la cazoleta de su espada, momento en el que aprovecho para pegarle un puñetazo, dejándolo noqueado.

  Marcelo quedo tumbado en el polvoriento suelo, mientras Rodrigo daba unas monedas a dos mozos, para que lo llevaran a su Palacete. En este punto Rodrigo, vio que la situación se haría insostenible y que Marcelo lo buscaría todos los día para enfrentarse a él, así que tomó una drástica solución, aquella misma noche acudió al puerto, para enrolarse en un barco que partía hacia Roma. Sólo quería poner tierra de por medio, para evitar una tragedia.


                                                                                                Alejandro Maginot


                                        Continuará...





lunes, 6 de julio de 2020

El poema de María ... Segunda parte










― No, por Dios María, si para mi sus conversaciones me son sumamente amenas, no pueda usted imaginar lo agradable que será para mis oídos, oír un poema escrito por vos mi señora, Así que la insto a que me lo recite.

  María acercó sus labios al oído de Rodrigo, dispuesta a narrar su poema…

  ― “¿Cómo llegó hasta mí el amor?, tan mágicamente como una preciosa perla llegada del lejano oriente. De porte gallardo y aptitud valiente, quedé prendada de vos cuando me besó la frente, aire cálido nuca ardiente, por un abrazo suyo quedaría prendida a su corazón, hasta mi última oración”.

  Rodrigo quedó con mirada fija hacia los ojos de María, su cara era de sentimiento indescifrable. Tres segundos y reaccionó diciendo:

― Anonadado quedo señora, maravillosas letras usted me ofrenda. Pero puedo asegurarle querida dama, que no hago justicia a ninguna de ellas, pues me halaga usted en demasía, sin saber mi pasado ni el presente de mi vida.

― Mi querido caballero, el pasado no importa, si en el presente te ofrecen una rosa, rosa sin espinas que puede alegrar su vida, llenarla de belleza y hacerlo olvidar las calamidades de aquellas guerras.

― No me haga caso bella María, quizás son lapsus de la memoria aterrada por los dolores pasados, lo que a veces me hace divagar. No obstante, le diré, que como poeta no tiene usted precio y es un honor para mí, que vos me haya dedicado tan sublime poema.

  Siguieron el paseo, hasta que el calor los hizo ir de nuevo al carruaje de Rodrigo para volver al palacete. En el trayecto, María cogió la mano de Rodrigo mientras apoyaba su cabeza en el hombro de éste. Mercedes leía su habitual libro, mientras la pareja quedaba en silencio y con los ojos cerrados.

  El trayecto era corto, pero fue tan intenso, que Rodrigo seguía martirizándose con sus pensamientos, él estaba a gusto con María, pero le faltaba algo, que él no sabía descifrar.

  Estando en la puerta del palacete, Mercedes fue la primera en bajar del carruaje, momento el cual aprovechó María para besar los labios de Rodrigo apasionadamente, una vez pudieron separar sus labios, María dijo a Rodrigo:

― Mi señor, mañana si vos tiene tiempo, le espero a las once de la mañana aquí en el palacete.

― Mi dama, aunque algún quehacer tuviese, no dude que sacaría tiempo para vos, pues su compañía bien lo vale.

  María bajó del carruaje, y cogiéndose al brazo de Mercedes entraron en la casa mientras Rodrigo se alejaba mirándolas por la ventanilla.

  Llegado el siguiente día, Rodrigo como buen caballero, estaba a la hora acordada en la puerta del palacete. Éste accionó la campana, en apenas treinta segundos, un sirviente abrió la puerta, al ver a Rodrigo le comentó:

― ¡Buenos días señor! Tengo instrucciones  que espere usted en la biblioteca, mientras vienen a recogerlo, así que si me acompaña lo dejaré en dicha sala, mientras le preparo lo que usted desee.

― ¡Buenos día! Lléveme a la biblioteca que yo esperaré gustoso a que me recojan. ¡Ah! Y por favor no me prepare nada, se lo agradezco.

  Rodrigo se entretuvo en recorrer los estantes, mientras esperaba llegaran a recogerlo. Quedo sorprendido al ver en una estantería la obra satírica de Quevedo, ya que no se lo esperaba en dicha morada, así que cogió el libro “Los sueños” y comenzó a ojearlo.

  Habían pasado quince minutos, cuando apareció Mercedes por la puerta de la biblioteca.

― ¡Buenos días caballero!

― ¡Buenos días Mercedes! ¡Qué sorpresa!, esperaba que me recogiera María.

― Bueno, espero que no le importe, pero como usted mi señor no conoce bien las estancias de la casa, soy yo quien, por orden de mi señora, lo acompañaré a sus aposentos.





― ¡A sus aposentos!

  Dijo Rodrigo un poco confuso.

― No creo que, a los padres o hermano de María, les haga ninguna gracia que yo suba a sus aposentos.

  Mercedes sonrió en un tono pícaro, dejando aún más atónito al caballero que la miró con cara de asombro.

― No tenga usted reparo señor Rodrigo, los padres de María partieron hacia Écija en un viaje de dos días, mientras que el hermano de la señora, tuvo que partir a tierras onubenses para asuntos de negocios.  Fue mi señora la que dispuso que subiese usted a sus aposentos.

― Bueno no sé qué decir, me deja usted sorprendido. Pero bueno si es decisión de María tendré que complacerla… y por supuesto señora, le doy las gracias por su atenta comprensión.

― Aclarado todo, si no le importa señor Rodrigo, sígame que lo guiaré hasta los aposentos de mi señora.

  Ambos atravesaron varias estancias, hasta dar con la subida de unas enormes escaleras de mármol. La planta de arriba, se ensanchaba en una enorme circunferencia que daba a numerosos pasillos, Mercedes tomó el del ala izquierda y Rodrigo la seguía asombrado al ver el fondo de tan largo corredor. Llegaran a la altura de una puerta, donde Mercedes dijo a Rodrigo:

― Señor, aquí acaba mi cometido, ya no tiene más que llamar a la puerta mientras, yo me retiro.

― Gracias Mercedes, agradecido quedo por tan atenta atención hacia mi persona.

  Cuando Rodrigo quedó sólo, tardó un momento en reaccionar, pues todavía no acababa de salir de su asombro. Cuando por fin tocó con sus nudillos un par de veces la puerta, se oyó al otro lado:

― Pase, ¡por favor!

  Abrió la puerta el caballero, encontrándose a María tumbada en la cama, cubriéndose parte del cuerpo con la sabana, menos uno de sus senos desnudo, que había dejado deliberadamente fuera.

― ¡Por Nuestro Señor! Mi señora por favor cúbrase, se lo ruego.

  Al ver tan escandalizado María a Rodrigo, no tuvo más remedio que intentar calmarlo.

― Mi señor, por favor. Más me ha costado a mí preparar este encuentro, pues jamás había hecho yo algo semejante. Esperaba que usted hubiese reaccionado de otra forma, pues usted como hombre de mundo y curtido en mil batallas, sabría cómo socorrer a una dama en tal situación.

― No le niego mi señora, que algún bagaje tengo en estos lares. Pero para mí, usted es lo más sagrado, no quiero perjudicar ni su imagen ni su reputación. Antes me quitaría la vida que mancillar a una noble dama.

― No os preocupéis, mí amado caballero. Soy yo la que os pide, soy yo la que os suplica, que apaguéis en mí estas ansias, este deseo irrefrenable que siento por vos. Un día más sin culminar nuestro amor, hará que palidezca cien años, os lo ruego Rodrigo hacedme vuestra. Nadie os culpará mientras sea yo la que comete el delito de amar desaforadamente. Y no me siento pecadora, pues a los ojos de Dios, una unión carnal con amor, es una estrella que iluminará eternamente nuestras vidas.

―Pero compréndame mi apreciada dama, para mí sería una traición hacia su familia. No podría vivir con tal cargo de conciencia.

― Ya que os empecináis mi cortés caballero, no os pondré en tal tesitura, esperaremos a hacer firme nuestro compromiso… y después si sigue tan fiel a la lealtad hacia mi familia, estoy dispuesta a esperar que lleguen nuestras nupcias.

  Rodrigo, se sintió alterado en su interior, aunque trataba de fingir que estaba normal. Pero sabía que, si aguantaba más en aquellos aposentos, María notaria que algo le estaba sucediendo. Así que tomo la más drástica de las soluciones, apresuro a marcharse diciendo a la dama:

― Lo siento mi señora, pero  he de marcharme, me espera el cardenal  para poner al día las recaudaciones hechas esta última semana. Como le prometí, no falté a la cita, pero asuntos mayores me esperan.






  La dama quedó perpleja, pero el caballero se despidió cortésmente y salió de la mansión como alma que lleva el diablo.

  Rodrigo, estuvo varios días sin aparecer por casa de María. Y aunque ésta le hacía llegar cartas todos los días, él siempre ponía una excusa para no acudir a su encuentro. En el fondo había llegado a una situación algo delicada, Rodrigo se sentía muy cómodo en compañía de María, pero en su fuero interior notaba, que no era el momento ni la dama que lo pudiera llevar a un serio compromiso.

  Pasaron algunos días más, hasta que Rodrigo preso de sus inseguridades, tomó la decisión de citar a María, para darle la explicación que ella merecía.

  Habían quedado en el barrio de Santa Cruz. Rodrigo llevaba más de media hora esperando, estaba nervioso y apesadumbrado, trataba de memorizar todo lo que tenía que decir a la bella dama. De repente María y su dama de compañía, aparecieron montadas a caballo. Ella con cara de enfado desmontó dejando las riendas del caballo a su acompañante.

  Anduvo hacia él y con tono y semblante serio le replicó:

― ¡Por fin os dejáis ver! Pensaba que os había tragado la tierra. Creo que no os he dado motivos para que desaparecierais de esa forma.

― Por favor María, pasemos mientras os cuento mis motivos.

  Ambos caminaron unos metros sin articular palabra, el enfado de María era monumental. Así que fue el caballero quien tuvo que romper tan afilado silencio:

― María, no os merezco, quiero pediros disculpas por mi comportamiento. También he de pediros perdón, por si os he hecho creer que lo nuestro podía llegar a algo más que una amistad.

  La dama interrumpió bruscamente a Rodrigo.


                                                                                            Alejandro Maginot


                             Continuará...





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