miércoles, 25 de septiembre de 2019

El Gnomo Verde













  En uno de mis delirios de fantasía, salí a pasear por el bosque. El día estaba lluvioso, mi intención era buscar una seta roja, con el único objetivo de encontrar un gnomo verde en su morada, me hubiera dado igual que fuese azul, pero dicen que los verdes saben escuchar mejor. Quería contarle mi situación actual, que se basaba básicamente en la soledad, había perdido la esperanza de amar.

  Encontrar el amor, me resultaba cada día más difícil. El mundo se había vuelto banal, superficial, la gente se movía por impulsos similares, parecían estar conectados entre sí, repitiendo siempre las mismas secuencias. Yo me encontraba fuera de lugar, en este enrevesado circuito que había formado la sociedad, por eso las ganas de evadirme hablando con un gnomo verde, aunque me hubiera dado igual que fuese amarillo, pero dicen que los verdes saben oír con atención.

  Perdido, andaba absorto en mis pensamientos, cuando a lo lejos algo parecido a una seta roja divise ¡por fin! Ahora tendré la oportunidad, de poder pedir consejo al gnomo viejo, de la seta roja, del bosque lluvioso, donde hace tiempo también busqué como amigo a un oso panda, pero no lo encontré, días después leí en el periódico, que se habían marchado a China, así era normal que no lo pudiera encontrar.

  Cuando más cerca estaba, más extrañado quedaba, la seta cada vez se hacía más grande, y yo me preguntaba ¿seguro que con ese magnitud, ahí vive un gnomo de mi tamaño? Mojado y calado, el frio recorría todos mis huesos, aún así intentaba descubrir quien vivía en aquella seta, y aunque la lluvia no me dejaba ver con claridad, casi palpando llegué hasta lo que creí era la puerta de la seta roja, morada del gnomo verde, aunque si hubiese aparecido uno marrón, no le hubiera dado de lado, aunque para el consejo sabio el del gnomo verde, que dicen atiende a tus necesidades mucho mejor.

  Cuando pude golpear la seta roja, note que era algo blanda, se hundía y parecía materia plástica. De repente la seta se giró, entre el salpicar de gotas que soltó al girarse y la tintineante lluvia que no cesaba, pude atisbar casi borroso, casi difuminado, un precioso rostro sobresaltado. Que por cierto, no era verde.

― ¿Qué hace usted?

  Me dijo de un modo imperativo, pero que para mí sonó a gloria.

 ― ¡Usted perdone! Dije segundos después de poder reaccionar, ante aquella aparición divina.

― ¿Por qué aporrea mi paraguas con tanta insistencia?

  Dijo esta mujer extrañada.

― Es que pensé que era la puerta de la seta roja, vivienda del gnomo verde.

  Dije en un tono de alelamiento total.

  La dama en cuestión quedo casi congestionada, al oír aquello que le contaba.

― Pero… ¡ usted se ha vuelto loco! Respondió aquella preciosa señorita, mirándome como el que mira lo absurdo.

― Disculpe por no hacerme entender, pero es que no sabría cómo explicarle lo que me ha traído hasta usted.

  Le comenté en tono cándido he inocente.

  Creo que la mirada es el espejo del alma, de ahí que esta mujer no hubiera salido corriendo al oír mis disculpas, creo que al mirarme se dio cuenta que no era un peligro para ella.

  Increíblemente esbozo una tímida sonrisa, y metiendo la mano en su bolso, saco unas monedas ofreciéndomelas, ahora sí que me quedé descolocado. Mientras me acercaba las monedas me expreso lo siguiente.

― Que forma más ingeniosa de ir pidiendo una ayuda, jamás me habían pedido una limosna de esa manera. 

― No, no por favor, no voy pidiendo, lo que le conté anteriormente es totalmente cierto, de hecho si me da unos minutos se lo podría contar.

  A lo que ella me respondió.

― Estoy esperando el autobús, es el único tiempo que le voy a dedicar hasta que éste llegue, así que abrevie si quiere contarme su historia, pero antes refugiémonos debajo de la marquesina, que ya estás demasiado mojado, como para seguir bajo la lluvia.

  Así fue como empecé a contarle mi historia, de porque buscaba a un gnomo verde, las razones para andar bajo la lluvia perdido, la esperanza perdida en lo que se supone nunca se pierde. Con forme contaba mi relato, ella iba cambiando el rostro, paso de oír por compasión a oír por pasión.

  Pasó el primer autobús, pasó el segundo, pasó el tercero, los minutos se convirtieron en horas, ella me escuchaba embelesada y nosotros seguíamos sentados en la marquesina. Mi cuerpo no podía con tanta humedad, así que empecé a tiritar, cuando ella me observó me dijo.

― Perdona, estaba tan absorta en tu historia, que me había olvidado de que estabas empapado, por favor vayamos dentro de aquel bar, te invito a un buen café, que esté lo más caliente posible, además podrás entrar al baño y secarte un poco, debemos conseguir que entres en calor.

― Gracias, necesito entrar en calor, tanto como salir de la soledad, aunque te diré que hoy al estar a tu lado, me siento el hombre mejor acompañado del mundo.

  Una vez estuve en el local algo más reconfortado,  sentado frente a ella y en mis manos un café súper caliente, pude continuar con mi historia: Son pocas palabras, con las que puedo resumir mí últimas vivencias. Soledad, que es el mundo al que estamos abogados con las últimas tecnologías. Desconfianza, algo imparable, que crece diariamente minándonos a todos. Y por último y no menos importante, la difícil búsqueda del amor perfecto, o como otros dirían del amor eterno, pues yo me conformaría con mucho menos, tan sólo con un amor amable, tan amable como lo eres tú.

― Así que dime ¿Qué es lo que buscas tú? Le dije intentando dejarle espacio, para que ella participase en la conversación.

― ¡Yo! Ahora mismo me pillas totalmente absorta, no sabría que responderte.

― Empieza pos decirme tu nombre, luego tiras de la madeja y conseguirás hacerme un ovillo, deleitándome con tus palabras.

― Me llamo María, llevo una vida de lo más normalita, jamás he llegado a tener una necesidad como la tuya, pero te entiendo perfectamente, te doy toda la razón  con respecto a la soledad que nos invade en los momentos actuales, además de las relaciones en su mayoría banales; pero se vé que es el precio que tenemos que pagar en esta sociedad, que se torna de locura. Aunque he de confesarte, que jamas se me hubiera ocurrido buscar un gnomo verde, para pedirle consejo, aunque si te confieso, que me hubiera gustado tener como amigo a un oso panda, ¡me encantan los animales!

― Pues considérame un animal, el más exótico, el más mágico, el que más te guste, ¡en fin! El que pueda poner tu vida patas arriba, porque eso es lo que pienso hacer, llenar tu vida de aventuras, de emociones, de gnomos de colores, de hadas; y sobre todo de amor, mucho más que amable, te colmaré de un amor férreo, duro y longevo como una roca. Claro está, si tú quieres ser la princesa de mi cuento.

  Pensé que en esta parte de la conversación, ella se cortaría poniéndose a la defensiva, de las proposiciones que discretamente le lanzaba. Pero cuál fue mi sorpresa cuando ella continuo diciéndome.

― Pero creo que antes de hacer todo eso que me planteas, al menos podrías decirme cómo te llamas, más que nada porque tú ya sabes cómo se llama tu princesa, pero yo no sé cómo se llama mi príncipe; todo es cuestión de ir tejiendo lazos.

  Asombrado, al no esperarme su respuesta, continúe articulando mi nombre y algo más.

― Me llamo Israel, y como ves por nuestros nombres bíblicos, podríamos ser los príncipes de Judea, en sus muros podríamos grafitear una historia de amor, que podría ser de ensueño.

  Ella salto como un resorte, atendiendo a mis ilusiones.

― Me llamo María, y puedo asegurarte, que por la luz que desprende tu corazón, será una historia de amor de ensueño; jamás vi una sinceridad tan abrumadora, en unos ojos tan hermosos como los tuyos.

― Entonces, entiendo que quieres comenzar una nueva andadura en tu vida, acompañada por un servidor.

  A lo que ella continúo diciendo, con una fuerza desmedida.

― Quiero empezar una vida contigo, en tus castillos sean de arena o no, rodeada de gnomos sabios o cómicos, paseando entre esas setas rojas que pueblan tu mágico mundo, acompañada por  tu cortejo de osos pandas… ¡y cómo no! Quiero empezar esa nueva vida, con todo el peso de tu amor.


Nadavepo




Brisa