Un día, de esos extraños en los que uno deambula
desorientado y pensativo, paseaba por una rivera al lado del rio Guadalquivir
con mi perro Roco, de repente oí una vocecilla que pedía ayuda, mire a mí
alrededor y no vi a nadie, quede quieto y agudice mi oído volviendo a oír la voz, tuve que agachar la
vista para localizar de dónde provenía aquella voz tintineante.
Allí estaba casi rozando el agua, pero sin llegar a
alcanzarla. Era una pequeña piedra o guijarro totalmente circular del tamaño de
dos canicas, yo quede alucinado al ver como se dirigía hacia mí diciéndome.
― Señor, señor muchas gracias por atenderme y disculpe que
lo moleste pero es que llevo varado aquí varios días y necesito ayuda para que
me lancen al curso del rio, que es donde yo vivo.
Yo no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, y como
si de un espejismo se tratase le respondí
pero sin esperar respuesta.
― ¿Me estás hablando a mi o es una fantasía?
―Si le hablo a usted caballero, y de por sentado que no está
usted en trance, soy yo esta humilde piedrecita la que le habla.
Me pellizque y comprobé que no me había desmayado, por lo
que decidí hablar con ella, aunque con el miedo de que alguien pasase por allí
y me tomase por loco.
― Dime pequeña, ¿de dónde vienes?
― Señor, yo nací en la sierra de Cazorla, y nací con veinte
veces más el tamaño que tengo ahora, aproximadamente el tamaño de una pelota de
balonmano.
― ¡Un momento!, ¿cómo sabes tú lo que es un balón?.
― Caballero, yo se muchas cosas que hasta usted pueda
ignorar, tengo cuatrocientos años y a lo largo de mi vida he tenido
inimaginables historias. Para su curiosidad le diré que hace años que los niños que juegan al lado del rio y
por accidente sus balones caen al agua, y gritan para recuperarlos y articulan
palabras y con ellas frases y con estas un idioma, de ahí puede deducir como
puedo entenderlo y hacer que usted me entienda a mí.
― Perdóname, pero nunca se me hubiera ocurrido que un ser
como tu tuviese vida y menos que pudiese hablar y tener esos conocimientos.
― Es normal, las piedras tenemos unas leyes muy estrictas
que no nos permiten hablar con los humanos y con ningún ser que pueda interferir
en nuestras vidas.
― Pero entonces tú, ¿porque no has acatado las reglas?
― Buena pregunta, pero yo le explicare. Cuando alguna de
nosotras queda varada permanecemos ahí hasta que pasan varios años y la erosión
que en este caso es como la muerte para vosotros los humanos, nos va
desmoronando hasta hacernos desaparecer y morimos. Efectivamente yo tenía que
haber acatado las normas, pero en mi viaje llegue a un meandro donde a algún
lector se le había caído un libro al fondo del rio, este ejemplar se titulaba
“Juan Salvador gaviota” y yo tuve la gran fortuna de poder leerlo, eso cambio
mi vida me hizo independiente a la vez que medio ilusión y esperanza, y decidí
no conformarme con lo que se conforman los demás. Por eso debo de seguir mi
camino, pues me quedan muchas cosas por ver en los doscientos o trecientos años
que me quedan de vida.
― ¿Y qué has visto en tu camino hasta aquí? Dije en un tono
de admiración.
― Por no alargarle mucho la historia le diré, que he visto
todo tipo de objetos que vosotros los humanos cuando no los animales arrojáis
al rio, por ejemplo botellas, muñecas, semillas, flores y un sinfín de objetos
más que no vienen a cuento nombrar ahora. Pero si hay algo que me ha impactado
durante estos años ha sido ver cuerpos sin vida flotando en las aguas.
― ¿Cuerpos sin vida? Pregunte asombrado.
― Si señor, tenga en cuenta que he vivido guerras y
escaramuzas en donde muchos cuerpos caían al rio, también accidentes de tráfico
que acababan en nuestras aguas, por no citarle las personas que se han
suicidado durante años y no le digo nada de las riadas que he vivido, las
cuales han arrastrado a seres humanos y
animales además de todo tipo de cosas.
Yo no daba crédito a lo que este pequeño ser inerte me
estaba contando, pero me tenía embaucado con su historia, y yo quería saber
muchas más cosas de él o de ella pues no podía distinguir cuál sería su sexo,
así que fue la siguiente pregunta que le hice.
― Y dime, ¿podrías decirme cuales tu sexo?
― Nosotros somos seres asexuados, que nacemos de las
entrañas de la tierra.
― Y otra curiosidad que tengo, ¿tenéis alguna función? ¿Trabajáis?
en definitiva ¿servís para algo?
― Pues claro que sí señor, mis homologas de la tierra sirven
para crear montañas, cuevas en donde vuestros antepasados tuvieron refugio y
que hoy en día siguen refugiando a los animales, además de orear la tierra para
que este oxigenada y puedan habitar en ella lombrices y otros animales y las
plantas crezcan frondosas y sanas. Y nosotras las de los arroyos y ríos,
atrapamos verdinas que cambian los colores del agua para darle una u otra
tonalidad, además de oxigenar el agua para su entorno animal. También nos
amontonamos unas encima de las otras, para crear corrientes y cascadas y darle
mayor o menor velocidad a las aguas según estas lo necesiten, además de hacer
espuma en donde se refleja el sol y da al agua un tono plateado que os deleita
a todos vosotros cuando las contempláis. Y otra de las cosas importantes que
hacemos es crear oquedades entre nosotras que sirvan de morada a peces, ranas y
demás seres acuáticos. Y para todo esto se necesita organización y disciplina,
además de compañerismo, por eso caballero espero haber respondido con claridad
a su pregunta.
― Claro que si pequeño ser inanimado.
En ese momento el canto rodado se enojó al oír mis palabras
y me dijo en un tono enfadado.
― Sepa usted señor, que nosotros no somos seres inanimados
aunque usted no lo crea tenemos alma y corazón, ya que contribuimos al
funcionamiento de la rueda de la vida, además de ayudar a otras formas de vida
y compadecernos de los seres vivos que sufren, aunque nuestra capacidad para
ayudarlos este limitada.
Yo un poco avergonzado le pedí perdón y le argumente que
como podía llamarla o qué si tenía algún nombre, a lo que él me respondió.
― Pues claro que tenemos nombre, todas tenemos un nombre al
nacer yo me llamo “Liberum” que si sabes latín sabrás que significa libre. Y
estoy orgulloso de él, ya que hace honor al tipo de vida que he querido
escoger, ser libre y avanzar hasta mi destino final.
― ¿Y cuál es tu destino? Replique.
― Mi destino es seguir el curso del rio, ayudando y
transmitiendo mis experiencias a las de mi especie, y sobre todo enseñándolas a
ser libres y a que nunca se conformen y luchen por encontrar su destino. Y al
final de mis días habre llegado a mi meta y esta será la desembocadura del rio
Guadalquivir en San Lucar, ahí moriré sepultado por las arenas del mar y yo
mismo pasare a formar parte de esas arenas que resurgirán como dunas y algún
día un soplo de viento me enseñara a volar entre ellas y es ahí donde alcanzare
el cenit de mi vida.
El tesón y las ganas de cambiar las normas de su mundo,
intentando ayudar a los demás a pensar por ellos mismos, calo dentro de mis
principios y de mi ridícula forma de enfrentarme a la vida, por lo que no tuve
más remedio que darle las gracias por haber compartido su historia conmigo, que
de una u otra forma hizo que yo cambiara a partir de aquel día, haciéndome
mucho más fluido y volátil ante las adversidades.
Así que cuando le agradecí sus palabras, la cogí en mi mano y
con mucha admiración le dije.
― Aquí se separan nuestros caminos, espero que tus sueños se
cumplan.
― No dudes que con ganas de luchar se cumplirán, y ahora por
favor lánzame al centro del cauce del rio.
La obedecí y haciendo una parábola la lance hacia el centro
del cauce, y antes de caer al agua y perderse en sus profundidades me grito.
― La vida es bella, exprímela hasta el final como si fuera
un limón.
No dude en hacerle caso a aquel ser, tan pequeño pero a la
vez tan grande de corazón que podría haber cambiado el mundo simplemente con su
oratoria.
Como me hubiera gustado que alguien más hubiera compartido
aquella historia, para que al contarla no me llamaran loco, ¡lástima que solo
me acompañaba mi perro Roco!
Nadavepo.