lunes, 27 de marzo de 2017

El Piano












  Este cuento comienza en un dorado desierto, donde el sol calienta hasta su punto más extremo.

   Anda sonámbulo  el superviviente de un avión perdido, sólo algunas zonas de su piel son tapadas por andrajosas ropas, quemadas carnes que parecen estar sacadas del asado de unas brasas. Rojeces de dolor insufrible, labios quemados por la desesperación de la sed que padecen, piernas cansadas por los cortos pasos que va dando, clavándose sobre las dunas. Manos irreconocibles, de treinta años que  se confunden con los setenta y tres. Barba enredada como zarza, de corona de un suplicio ya escrito. Ojos que aunque nubios, no están adaptados al desierto.

  Sus pensamientos son lo único que le queda intacto en tan duros momentos. Sus piernas andan sobre abrasadora arena, pero sus sueños caminan sobre cartulinas de colores.

  Una nube, seguramente perdida por tan crudos lares, tapa como paraguas su endeble y ya frágil cuerpo. El levanta muy despacio su cabeza y mirando hacia el horizonte vislumbra un punto negro, cree creer lo increíble al oír una música que le es muy familiar, es una melodía que compuso a los quince años.

  El, nota en sus extremidades una fuerza que hace días lo habían abandonado. Anda casi erguido, la cabeza avizora intentando no perder de vista aquel punto negro, de donde sale tan conocida música.

  Siente que camina deprisa, aunque la realidad es otra. Avanza a un ritmo de diapasón cansado, pero seguro. Su firmeza lo lleva casi en volandas por el deseo de llegar al punto de donde parte la música.

  Siente como la ilusión lo abraza y casi lo hace flotar, cada vez está más cerca del objeto. Ya no le parece un espejismo, ya va tomando forma.

  A unos tres metros queda paralizado, está ante un piano de cola al frente del cual hay una dama, vestida con una túnica de tul blanco. Desde su posición, sólo puede ver sus largos cabellos negros y unas blancas manos. Colores que identifica las teclas de un piano, pero que él está viendo con una claridad absoluta.

 Queda maravillado de la acústica que tiene, allí en aquella llanura interminable, donde sería casi imposible oír una nota musical. Ve como aquellas manos de ángel acarician unas teclas de marfil, que presionan sólo con pasar su calor corporal. Gratos recuerdos llegan a su mente, mientras contempla como dicha dama danza sobre la música, creando magia acústico-visual.

  Entra en trance oyendo su propia composición, la primera de tantas bellezas que salió de su mente y de sus manos. Los movimientos de aquel ángel tocando el piano, lo evaden del dolor, del cansancio, del hambre, de la sed. Partitura casi inacabable, aunque como todo tiene su fin.

  Cuando acaba, se dirige a la dama para agradecer lo que él cree será la última visión de este mundo, al tocarle el hombro se gira la mujer y al verle la cara entra en shock desmallándose.

  Cuartel avanzado, de las tropas españolas en Afganistán:

  Dos soldados de la operación de rescate, comentan lo sucedido: 

 Javier- Que suerte ha tenido este hombre, lo hemos rescatado en sus últimos instantes.

  José- Desde luego, unos minutos más y lo hubiéramos perdido.

  Javier- Es curioso, lo que balbuceaba mientras veníamos en el helicóptero, me impacto bastante. ¿Tú oíste lo mismo que yo? 

  José- Claro, no paraba de repetirlo. Vino  todo el tiempo diciendo: Gracias mama, gracias por enseñarme música y volar a través de ella para salvarme.

  Javier- Creo que aquí se cumple el dicho” la fuerza de voluntad mueve montañas”

  José- Creo que en este caso, no ha habido dichos ni fuerzas sobre naturales, solo un amor de madre, que ha vuelto desde el cielo para darle una segunda oportunidad.





Nadavepo. 




sábado, 4 de marzo de 2017

Pequeño














 Que pequeño me siento, y aún más diminuto me hago, cuando te veo tumbada en la cama del hospital. Acorralada por los miedos, débil por la enfermedad, hundida en la tristeza de una lucha que no sabes si ganarás.

  Imploro, ruego y me devano los sesos sin poder pensar… que triste y sola en tu interior estás, ni incluso yo con las palabras más relucientes te puedo consolar.

  Aún así, sin fuerzas, sin ganas, con toda la debilidad del mundo, no eres capaz de dejarme de amar… como te miro intentando, mi pena disimular.

  Cuántas lágrimas derramo, por un milagro que pudiera suceder… como te quiero en la tristeza, como te quería en la alegría de ayer.

  Rompe mi corazón señor, que no es el que se forjó de roca a los veintitrés… con el tiempo se pulió en cristal, y que ahora late entre el dolor y la pena, esperando que llegue el momento en que se pueda fragmentar.

  No te digo adiós, porque algo bueno sucederá… estarás a mi lado, aunque sea al otro lado del cristal. Tú te iras por la noche y cada mañana regresarás a nuestro hogar.

  En esta vida, se pueden romper todos los vínculos, menos el de amar… que clara veo ahora nuestra vida ¡aquí o detrás del cristal!





Nadavepo. 






Brisa