Ya
casi sin aliento por no poder verla, dado al castigo que ambos teníamos
impuesto por viejas disputas entre nuestros respectivos linajes. No pude evitar
aquella misma noche y tras el regreso de una dura batalla, plantarme bajo la
torre donde se encontraban sus aposentos… y entre suspiros y lamentos lance
estas palabras al viento.
¡Oh!
Como te odio impertérrita hiedra, que con tus miles de tentáculos escalas las
murallas sigilosa y en silencio llegando al balcón de mi amada, teniendo el
privilegio de contemplar su pura y delicada belleza.
Mientras yo ni tan siquiera tengo alas para
poder desafiar a la gravedad y volar hasta sus aposentos, para abrazarla y
desteñirla a besos. Quiero echarle un pulso entre sus sabanas nacaradas y tener
por testigo sólo la luna plateada.
Pero ya ves mi Dama el creador me ha negado
esas alas, por lo que no tengo más remedio… que conformarme con verte asomarte
a tomar el fresco de la madrugada, quedando absorto mientras observo cual
luciérnaga mágica como las estrellas iluminan tu cara.
No puedo ni gritarte para explicarte mi rabia
ni tan siquiera pronunciar tu nombre para calmar mi alma.
Y yo te pregunto roció de la noche, ¿Cuándo oirá mis suplicas, cuando mis proclamas?
Alejandro
Maginot.