Entre las dos viejas murallas, está el mástil arrogante y
erguido,ondeando su presumida y orgullosa bandera...
A sus pies, y entre las finas hierbas, cientos de aspersores
intentando regar la árida tierra...
Entre la bruma, los gorriones están bailando la danza de la
primavera, mientras en un viejo banco, dos ancianos contemplan la escena.
¿Cuantas danzas, hemos visto a los gorriones bailar en la
primavera? Preguntaba un anciano al otro.
Ya mi memoria ni lo recuerda, solo sé que en la primera
primavera, yo me enamore de ella de mi diosa terrenal, aunque no lo pareciera.
Vida que dio vida a otras siete primaveras, a las que cuido
con el esmero con el que la cigüeña mima a sus crías en la torre de la iglesia.
Amor infinito, tan infinito, como donde se pierden los surcos de la tierra y empieza
la fina línea del mar con su tupida arena.
Amor que fue de plata, se forjo en oro y quiso acabar en
platino, aunque no lo permitiera el destino.
Por eso amigo mío, cada vez que veo a los gorriones danzar,
es como si la viera a ella andando por el verde trigal.
Nadavepo.