Quiero deciros mi señora, que contemplar
vuestros ojos negros, me derrite como el sol a la vaselina.
Que la miel que
deja vos en mis labios es pura golosina.
El día que os
contemple desnuda, para mi será como viajar a la luna.
Cual abeja reina
me desbloqueas la mente, para conducirme a las plantas más florecientes, desde
las cuales arrastrare el polen hasta vuestra simiente.
Pues si vos me
apura, yo saltare en chispas de mil colores, donde el color blanco satén
predominara sin duda alguna.
Y si me concede
ese privilegio, me sentiré valiente y arrojado, lo que hará que en mis
quehaceres con vos me vuelva intrépido y arriesgado, forjándome en las lisas
del amor puro y desenfrenado.
Y aunque tenga que
esperar milenios o siglos y estos me lleven a la perdición de mi cuerpo y alma,
yo gustoso moriré en dicha espera aunque
tenga que enfrentarme a cien mil batallas.
Imaginaros mi
Dama lo que mi daga sintió, al apoderarse mis ojos de vuestra esbelta figura,
casi no pude resistir tal envite, con tanta feromona casi me derrota mi Señora.
Usted mi dueña,
hace que mi respiración se acelere al igual que mi pulso y los latidos de mi
corazón, que se vuelven audibles a metros de distancia, desde mis sienes se derraman
unas gotas de sudor que me delatan.
Pierdo los
estribos ante tanto furor, mientras ardo al pie de vuestras ascuas, donde mi
armadura se endurece y tengo que sacarle lustre y brillo.
Temo que mis
compañeros de armas puedan descubrir en el estado en que me ha dejado vuestra
magia y aunque me encuentro en el frente de batalla, no puedo aunque se resiste
elevar mi bandera, no quiero perder mi honor y salir a batallar de esas guisas.
Por eso os
suplico mi dueña, mi ama, mi señora, encerradme en vuestra mazmorra y no me
deje salir de ese rincón tan dulce y oscuro, donde el descanso del caballero se
transforma el gozo del guerrero.
Nadavepo.