Un hermoso día, paseaba yo por una amplia
avenida de una gran ciudad. Alertado por una masa de personas que se dirigían a
un polideportivo, mi curiosidad me invito a seguirlas.
Una vez estuve dentro del recinto, me di
cuenta de que se trataba de un mitin electoral y aunque yo no soy adepto a esta
clase de eventos, decidí quedarme un rato. La algarabía era mayúscula, la gente
hablaba en voz alta y zarandeaba banderas, esperaban la entrada de su líder.
Por cierto este se hizo esperar, tardo media hora más en llegar de lo previsto.
Cuando el líder entro, tengo que reconocer
que me asuste un poco, la masa de personas se puso en pie, gritando,
aplaudiendo, chiflando y pataleando sobre las gradas, por un momento creí que
el edificio se nos caería encima.
Tengo que deciros aunque os asombre, que
pensé que había viajado en el tiempo a la antigua Roma, el líder entraba
escoltado por sus centuriones y alabarderos, con un sequito de meretrices,
bufones y retratistas, era increíble la presentación tan estudiada tanto en sus
cánticos, como en sus movimientos y danzas.
Cuando el cesar llego al atril, se hizo un
silencio espectral entre la multitud, este carraspeo su garganta y empezó su discurso, al principio de este
hablaba y hablaba de las mejoras que haría para el populacho, la gente se
desgañitaba gritándole su nombre y llamándolo presidente, algo que yo no
entendía pues ya lo llamaban por un
nombre, que en el mejor de los casos todavía no le pertenecía.
La segunda parte de su discurso la baso en
descalificar a sus rivales, en llamarlos enemigos y en sacar todas sus faltas,
como si él no hubiera cometido los mismos errores que sus opositores.
¡Ay hice
una reflexión!, si nuestro estado es una democracia, no sería mejor no descalificarse,
no buscarse enemigos y ganase quien
ganase las elecciones ir todos a una a mejorar nuestro país.
Pero me di cuenta que eso era imposible,
porque mi país basa su política en los
cimientos del odio, la envidia y la descalificación, pude apreciarlo al oír los
comentarios de la gente que me rodeaban y los del propio cesar.
El líder se
afanaba en sacar los aplausos y vítores de la masa borreguil, yo podía leer en
su mirada que el para su interior se decía, ustedes votarme y asegurarme la
entrada al reino de midas, que luego os darán por detrás y si me buscáis nunca
estaré.
Quede tan desencantado de aquel circo, que
hubiera preferido estar en el de la antigua Roma, así que decidí salir de allí
sin demora antes de ponerme a vomitar.
Una bocanada de aire fresco me volvió a mi
ser, por lo que decidí seguir mi paseo y no volver la vista hacia atrás, con el
miedo en el cuerpo de poderme de esos energúmenos contagiar y convertirme en
estatua de sal.
Nadavepo.