Que puedo decirte, que puedo escribirte, que
puedo dibujarte. Indícame el camino para llevarte a la felicidad. Estas
ausente, casi no me conoces, sólo te agarras a mi mano para que te ayude a
caminar.
Tus palabras son bucles, de
donde yo no te puedo sacar. Te canto para hacerte recordar, y tú no recuerdas
sólo sabes cantar. Acomódate en mi hombro, que yo ya lo hice en el tuyo ayer,
quiero que me digas, lo único que sabes decirme una y otra vez…
“Te quiero”.
Si no lo puedes en tu
memoria retener, olvídate de mi nombre, olvídate de mí ser, pero no dejes de
usar nunca la palabra querer.
Siempre has sido golondrina
abierta, al raso del amanecer, cumbre anieblada al medio día, y bosque profundo
al anochecer. Como se olvida la esencia, como te olvidas de tu propio ser.
Pululante tu cuerpo, lleno
de heridas provocadas por el no saber, porque tus neuronas te han abandonado,
porque el rio se secó ayer. Diré tu nombre una y otra vez, por si llego hasta
la oscuridad de tu cueva, poder dibujarlo en la pared.
Que gris se queda mi alma,
cuanto te veo apagada mirar por la ventana, sin saber lo que fuera ves. Con
Dios quiero hablar, de esta sin piedad, y hacerle un último ruego por ti mamá.
Clávame en tu cruz, rómpeme
los huesos, tritúrame en cenizas… pero por favor, no dejes que se vaya sin una
mirada con luz, sin esbozar una mágica sonrisa.
Nadavepo.