domingo, 30 de agosto de 2015

Preciosa mujer










  Preciosa mujer, de colores tibios y cálido corazón.

  Eres cereza sobre fresa… acaparas de todas las frutas, el dulce y el color.

  Amarte es fácil, quererte más aun… y desearte, un sueño a tras luz.

  Gracias amor mío… por ser como el mundo tan acogedor.

  Bella y tierna, como los pétalos de una flor… no hay cuadro en el mundo, que pueda enmarcar nuestro amor.

  Con la fuerza de mi cariño, de polo norte a polo sur… te mando besos demoledores, para todo tu ser.

  Encuentro en ti, palabras firmes de amor constante… por eso te ruego amor, que nunca dejes de amarme.

  Y cuando llegue la noche y entremos en el reino de la fantasía… duras rocas en su corazón, protegerán nuestra poesía hasta que amanezca el día.




Nadavepo.





domingo, 23 de agosto de 2015

Felicidad










   Salía del trabajo, cuando vi pasar un autocar. En su lateral llevaba un letrero que decía lo siguiente: “Si sube con nosotros, le llevaremos a conocer la plena felicidad”, así que sin dudarlo ni un segundo salí corriendo detrás del bus, hasta que pude alcanzarlo en la siguiente parada.

   Subí nervioso a la vez que entusiasmado, el conductor me invito a sentarme en un asiento situado junto a la ventanilla. Cuando por fin recobre el aliento y la cordura, empecé a observar a las personas que había sentadas a mi alrededor. No las veía especialmente felices, creo que como yo buscaban encontrar la cúspide de la felicidad.

  Después de varios kilómetros, paramos a almorzar en lo que nos dijeron era uno de los mejores restaurantes del mundo, después de comer volvimos al transporte que nos llevaría a la cima de la felicidad. Pasamos por paisajes fantásticos, casi de ensueño, la gente estaba pletórica sacando fotografías a tan bellos paisajes.

  Anochecía el primer día de viaje, cuando nos hospedaron en uno de los hoteles más colosales del mundo. Al día siguiente continuamos con el viaje, atravesamos paisajes exóticos llenos de insólitos y salvajes animales. La gente seguía fotografiando todo lo que encontraban a su paso, no daban la oportunidad a sus ojos de ver el mundo sin esconderse detrás de un visor.

 Ocho mil kilómetros habíamos recorrido en quince días, nos encontramos con la nieve, con desiertos, con preciosos ocasos y delicados amaneceres. Pero cuando entrabamos en los cincuenta últimos kilómetros de regreso, las personas empezaron a cambiar de semblante, ya no llevaban las cámaras adosadas a su cuerpo, sus sonrisas se entrecortaron.

  Yo partí a ese viaje con lo puesto, sin ropa, sin cámara, sin reloj. No puedo negar que disfrute, y mucho. Pero al contrario que los demás pasajeros, conforme llegábamos a casa mi corazón estaba más henchido, era inmensamente más feliz. Había descubierto una cosa muy, pero que muy importante, descubrí que la felicidad no está a ocho mil kilómetros, ni detrás de una cámara, ni en el mejor hotel del mundo.

 Comprobé en mi propio ser, que  nadie te puede vender la felicidad, ni incluso la puedes comprar con todo el oro del mundo. La felicidad está más cerca de ti de lo que tú crees. Aquella misma tarde salí pitando hacia el parque en el que me reunía con mis amigos, estuvimos charlando hasta la madrugada. Al día siguiente me dirigí a casa de mis abuelos, escuche una vez más todas las historias que ellos me contaban de su laboriosa vida.

 Por la tarde empezó a llover, yo andaba por la calle pisando charcos como en mi niñez, la lluvia me mojaba y yo flotaba hasta llegar al escaparate de la pastelería, donde trabajaba la niña de mis ojos, espere danzando bajo las gotas de agua hasta que salió ella. Me cogió de la mano y sacándose un bombón del bolsillo me lo alargo, degustando tan rico presente empezamos a caminar calle abajo, hasta pararnos en un soportal donde nos besamos apasionadamente, la mezcla del sabor de la lluvia junto al chocolate y la fresa de sus labios, fue un atroz derroche de felicidad.

  Jamás volveré a surcar la tierra para encontrar la felicidad, la plena felicidad está en la punta de mis dedos.





Nadavepo.





viernes, 21 de agosto de 2015

La Reina de las Nieves











  Aún recuerdo el día en que la conocí.

  Bajaba de la montaña por el nevado camino, primero andaba, luego corría, para finalmente acabar rodando…

  Para deleite de los que la estábamos observando, mi asno perejil, mi perro yaco y el que esta historia os está contando.

  Me dirigí hacia ella para ver si se había lastimado, pero antes de llegar ya se había levantado.

  Al contemplar su cara y ver los copos de nieve en su pelo enredados, no tuve más remedio que coger y besar su mano…

  Pues creí encontrarme delante de la Reina de las Nieves, de los montes altos.

  Ella se sonrió al verme tan apurado y dijo.

― ¡Cálmese señor que no me he lastimado!  

― Gracias a Dios. Respondí.

― Pues si usted se hubiera lastimado, un pedacito de sol se hubiera apagado.

  Nuevamente su encantadora sonrisa afloro en sus labios.

― ¿Es usted de por aquí? Pregunto.

― Si señora, soy de un pueblecito de aquí al lado.

― ¿Cómo se llama el pueblo?

― Setenil.

― Vaya que coincidencia, hay estoy hospedándome yo.

― ¿En la venta María? Pregunte.

  Esta vez se rio abiertamente, yo me sonroje y replique.

― Es usted muy alegre, se ríe por todo.

  La comisura de sus labios se arqueo, esbozando una leve sonrisa respondiéndome.


― Me he reído por su pregunta, el pueblo es tan pequeño que solo está la venta María para alojarse.

Jajajaja, esta vez fui yo el que me reí abiertamente diciéndole.

― Que idiota soy, pues es verdad.

  Hice una pausa, observando como ella contemplaba la naturaleza que nos rodeaba, conforme avanzábamos la nieve se iba derritiendo. Pensé que era imposible pues faltaban dos meses para el deshielo, pero estaba sucediendo, a su paso la primavera iba brotando.

  Quede algo confuso, pero embelesado por sus encantos no lo tuve muy en cuenta. 

  Tenía muchas ganas de saber cosas de esa reina, por lo que le volví a preguntar.

― ¿Cómo se llama?

― Celeste, respondió con celeridad.

― ¿Y usted?

― Yo me llamo Esteban, pero por favor no se dirija a mí como usted.

― De acuerdo, tu tampoco. Repuso.

  Sin darle tregua volví a la carga con mis preguntas.

― ¿Qué haces por estas tierras tan remotas?

― Soy fotógrafa de paisajes naturales, trabajo para una prestigiosa revista de ciencias.

  Metió la mano en su bolsillo y me alargo lo que parecía una tarjeta de presentación.

― Hay tienes mi dirección y mi teléfono, para lo que necesites cuando valla a la ciudad.

― ¡Muchas gracias! Dije entusiasmado.

  Por un momento quede bloqueado sin saber que preguntarle, por lo que me dedique solamente a contemplarla. Su figura era la de una diosa escarlata, ojos fundidores de nieve, cabello ensortijado como enredadera dorada, labios que vibraban como alas de colibrí, nariz de pura vainilla.

  Mientras yo la seguía con mi mirada, ella jugaba con las flores al borde del arduo camino, docenas de mariposas la cortejaban mientras ella hablaba con los pájaros. Zorros, tejones, conejos y un sinfín de animales salían a nuestro paso, yo no daba crédito a lo que sucedía, pero era tan real como el pellizco que tuve que pegarme para saber que no estaba soñando.

  A partir de ahí, supe que sobraban las preguntas, la paz que nos transmitía a todos los que la rodeábamos incluyendo a mi testarudo burro perejil y a mi escandaloso perro Yaco, hizo que yo la viese como un ser mágico. Entrabamos por las calles del pueblo, cuando mirando el campanario de la iglesia me di cuenta que habían pasado cuatro horas, que me habían parecido segundos.

  El sol estaba alto, mi perro buscaba la sombra, los animales del bosque habían quedado atrás y ella solo me miraba y sonreía. Mientras bajábamos la calle en dirección a la venta, algunas personas que se cruzaban en nuestro camino me saludaban, no sé si correspondí a algún saludo pues la luz de sus ojos me tenía cegado.

  Las piedras de la calle me parecían caparazones de tortugas, las chimeneas dragones echando humo, todo era fantástico, el sol era un espejo, el color del cielo el paraguas en los días de lluvia, las rejas de las ventanas me parecían ser de cristal.

  Supe que estaba enamorado, por lo que ralentice el paso para tardar en llegar a la venta, no quería despegarme de ella, era magnetita pura para mi corazón. Cuando apenas quedaban dos calles para llegar, me atreví a cogerle la mano, yo para disimular dije.

― Perdona que te coja la mano, pero con este empedrado nunca se sabe, podría tener un accidente.

  A lo que Celeste respondió.

― No importa, hace tiempo que lo esperaba.

  Aquellas palabras hicieron brincar a mi corazón, unos impulsos eléctricos hicieron que un calor subiera desde la nada hasta mis mejillas, sonrojándolas de puro éxtasis, no sabía lo que me estaba ocurriendo, pero si aquello era el amor ¡Benditas las personas que están enamoradas!

  Por fin llegamos a la puerta del hospedaje, por unos segundos quedamos en una quietud tan profunda como las rocas de los acantilados de las montañas altas. Su mirada se clavó en la mía, a través de la mano que teníamos cogida ella me mandaba ensoñaciones fantásticas, de todo lo creado y por crear. No podía despertar de tan profundo letargo.

  De repente ella soltó mi mano y desperté.

― Esteban si me perdonas, tengo que hacer muchas cosas.

― Si si, respondí aturdido.

  Cuando pude encajar sus palabras, le pregunte.

― ¿Podríamos vernos esta tarde?

― Esta tarde me será imposible, tengo muchísimo trabajo. Pero tal vez mañana a primera hora me podrías acompañar al desfiladero, quisiera tirar unas fotos del eco.

  Confuso replique.

― ¿Del eco?

  A lo cual celeste respondió.

― Si, del eco de tu encantadora voz.

  Sonreí contento por su lisonja mientras ella decía sus últimas palabras, y digo sus últimas palabras literalmente.

― Hasta mañana Esteban, un placer haberte conocido.

  En aquel momento lo tome como un cumplido, yo no pensaba nada más que en que pasara el tramo de día que quedaba y la noche para volver a verla.

  Ella subía las escaleras, mientras yo daba pasos cortos para poderla observar hasta el último segundo. Cuando por fin desapareció por el pórtico, empecé a respirar acelerado como si me faltara el aire y no pudiera respirar, por un segundo tuve que detenerme, hasta que Perejil me empujo con su cabeza en la espalda para que siguiera andando, Yaco ladraba de una forma feliz, creo que se había contagiado de tanta felicidad.

  Cuando llegue a casa, me dirigí al establo para acomodar a mi asno y darle de comer, mi perro fiel se arremolinaba entre mis pies, todo era de ensueño, al salir del establo me dirigí hacia una encina, donde solía tumbarme al pie de su tronco y soñar, esta vez no soñaría pues el sueño se había hecho realidad, Yaco se tumbó a mi lado, acariciar su pelo me hacía amortiguar la celeridad con que quería que pasara el tiempo.

  Sin darme cuenta, entre en un sopor que me llevo a un sueño muy profundo, Celeste y yo volábamos en trapecios de colores, desde arriba observábamos a los domadores, a los payasos, caballos blancos como la nieve y negros como azabache giraban alrededor de la pista, equilibristas, funambulistas, serpentinas de colores, cartas mágicas que flotaban en el aire. Todo eran evocaciones de la felicidad, un público de cara ilegible nos miraba desde abajo, cuando de repente un foco nos alumbro como si fuésemos el centro de la atracción, nos mecíamos cada vez más rápido hasta que Celeste se soltó de mis manos y cuando la perdía de vista en la oscuridad… los lengüetazos de Yaco me despertaron.

  Me había quedado dormido debajo de la encina, calcule que serían las siete de la mañana, entre en casa a toda velocidad y me metí debajo de la ducha, una vez me había cambiado de ropa, cogí la cazadora que llevaba siempre y pase por la cocina cogiendo un trozo de pan y otro de queso. Salí degustando los manjares con toda celeridad hacia la venta.

  Me bebía el asfalto bajando la calle, mi perro casi no lograba alcanzarme, Perejil lo había dejado en el establo para ir más rápido. Cuando llegue a la puerta del hospedaje observe que Celeste no estaba todavía, pensé que estaría desayunando. Espere unos minutos y viendo que no salía me asome dentro del establecimiento, me tropecé con la señora María a la cual le pregunte.

― Señora María ¿Sabe usted si ha bajado la señorita Celeste de su habitación?

― ¡Que señorita Celeste! Dijo asombrada.

― Una fotógrafa, que está haciendo un trabajo para una revista. Respondí desconcertado.

― Aquí no hay alojada ninguna señorita Celeste, te lo puedo asegurar.

  El mundo se me cayó encima, la luz del sol se apagó para mí, salí a toda prisa del local. Mi perro sin entender lo que sucedía me seguía calle arriba, no pude retener unas lágrimas que se me escapaban, como se escapa el agua de las redes de los pescadores. Salía del pueblo hacia la montaña, de nuevo todo estaba nevado, el hielo afloraba en la cuneta del camino y el cielo estaba gris oscuro. No pude seguir más y me arrodille en la nieve, mi perro me miraba con pena, notaba mi dolor.

  Estando sobre la nieve, me acorde de la tarjeta de visita que Celeste me había dado, metí mi mano en el bolsillo de la cazadora y al sacarla solo saque una flor “Áster” de color celeste.

  Entonces quede pensativo… y me pregunte.

  ¿Qué fue?

  Una aparición, un espejismo o la ilusión de un corazón falto de cariño.





Nadavepo.






sábado, 1 de agosto de 2015

Mis Quince Años











Que distancia queda, desde que nací hasta mis quince años.

Que agradecida estoy, por lo que por mí mi madre ha velado.

Atrás voy dejando esos juguetes, que en mi niñez me ilusionaron tanto.

Ahora mi cuerpo está cambiando, ahora mis sueños ya no son imaginarios.

Quiero abrazar al mundo que me rodea… y gritar al viento, que ya no soy la niña que hace unos días era.

En una mujer me he convertido… y quiero presumir delante de todos mis amigos.

Quiero ser madura y tener los pies sobre la tierra… demostrándole a los que me quieren, que soy una mujer formal y sincera.

Agradecida quedo a la vida, por haberme cubierto de tanta belleza… y por tener una familia, que son la gloria aquí en la tierra.

Danzare en este día tan especial… para contagiar de mi felicidad, a todos los que cumplan esta edad.

Rodearme de amor quiero… y por ahora me conformo con el amor que me dan mis padres.

¡Que es el más sincero!

Aguardarme amores venideros… que en mi diario escribiré, mi historia como si fuese un cuento.




Dedicado a la dulce hija de Iriana.




Nadavepo.






Brisa