viernes, 21 de agosto de 2015

La Reina de las Nieves











  Aún recuerdo el día en que la conocí.

  Bajaba de la montaña por el nevado camino, primero andaba, luego corría, para finalmente acabar rodando…

  Para deleite de los que la estábamos observando, mi asno perejil, mi perro yaco y el que esta historia os está contando.

  Me dirigí hacia ella para ver si se había lastimado, pero antes de llegar ya se había levantado.

  Al contemplar su cara y ver los copos de nieve en su pelo enredados, no tuve más remedio que coger y besar su mano…

  Pues creí encontrarme delante de la Reina de las Nieves, de los montes altos.

  Ella se sonrió al verme tan apurado y dijo.

― ¡Cálmese señor que no me he lastimado!  

― Gracias a Dios. Respondí.

― Pues si usted se hubiera lastimado, un pedacito de sol se hubiera apagado.

  Nuevamente su encantadora sonrisa afloro en sus labios.

― ¿Es usted de por aquí? Pregunto.

― Si señora, soy de un pueblecito de aquí al lado.

― ¿Cómo se llama el pueblo?

― Setenil.

― Vaya que coincidencia, hay estoy hospedándome yo.

― ¿En la venta María? Pregunte.

  Esta vez se rio abiertamente, yo me sonroje y replique.

― Es usted muy alegre, se ríe por todo.

  La comisura de sus labios se arqueo, esbozando una leve sonrisa respondiéndome.


― Me he reído por su pregunta, el pueblo es tan pequeño que solo está la venta María para alojarse.

Jajajaja, esta vez fui yo el que me reí abiertamente diciéndole.

― Que idiota soy, pues es verdad.

  Hice una pausa, observando como ella contemplaba la naturaleza que nos rodeaba, conforme avanzábamos la nieve se iba derritiendo. Pensé que era imposible pues faltaban dos meses para el deshielo, pero estaba sucediendo, a su paso la primavera iba brotando.

  Quede algo confuso, pero embelesado por sus encantos no lo tuve muy en cuenta. 

  Tenía muchas ganas de saber cosas de esa reina, por lo que le volví a preguntar.

― ¿Cómo se llama?

― Celeste, respondió con celeridad.

― ¿Y usted?

― Yo me llamo Esteban, pero por favor no se dirija a mí como usted.

― De acuerdo, tu tampoco. Repuso.

  Sin darle tregua volví a la carga con mis preguntas.

― ¿Qué haces por estas tierras tan remotas?

― Soy fotógrafa de paisajes naturales, trabajo para una prestigiosa revista de ciencias.

  Metió la mano en su bolsillo y me alargo lo que parecía una tarjeta de presentación.

― Hay tienes mi dirección y mi teléfono, para lo que necesites cuando valla a la ciudad.

― ¡Muchas gracias! Dije entusiasmado.

  Por un momento quede bloqueado sin saber que preguntarle, por lo que me dedique solamente a contemplarla. Su figura era la de una diosa escarlata, ojos fundidores de nieve, cabello ensortijado como enredadera dorada, labios que vibraban como alas de colibrí, nariz de pura vainilla.

  Mientras yo la seguía con mi mirada, ella jugaba con las flores al borde del arduo camino, docenas de mariposas la cortejaban mientras ella hablaba con los pájaros. Zorros, tejones, conejos y un sinfín de animales salían a nuestro paso, yo no daba crédito a lo que sucedía, pero era tan real como el pellizco que tuve que pegarme para saber que no estaba soñando.

  A partir de ahí, supe que sobraban las preguntas, la paz que nos transmitía a todos los que la rodeábamos incluyendo a mi testarudo burro perejil y a mi escandaloso perro Yaco, hizo que yo la viese como un ser mágico. Entrabamos por las calles del pueblo, cuando mirando el campanario de la iglesia me di cuenta que habían pasado cuatro horas, que me habían parecido segundos.

  El sol estaba alto, mi perro buscaba la sombra, los animales del bosque habían quedado atrás y ella solo me miraba y sonreía. Mientras bajábamos la calle en dirección a la venta, algunas personas que se cruzaban en nuestro camino me saludaban, no sé si correspondí a algún saludo pues la luz de sus ojos me tenía cegado.

  Las piedras de la calle me parecían caparazones de tortugas, las chimeneas dragones echando humo, todo era fantástico, el sol era un espejo, el color del cielo el paraguas en los días de lluvia, las rejas de las ventanas me parecían ser de cristal.

  Supe que estaba enamorado, por lo que ralentice el paso para tardar en llegar a la venta, no quería despegarme de ella, era magnetita pura para mi corazón. Cuando apenas quedaban dos calles para llegar, me atreví a cogerle la mano, yo para disimular dije.

― Perdona que te coja la mano, pero con este empedrado nunca se sabe, podría tener un accidente.

  A lo que Celeste respondió.

― No importa, hace tiempo que lo esperaba.

  Aquellas palabras hicieron brincar a mi corazón, unos impulsos eléctricos hicieron que un calor subiera desde la nada hasta mis mejillas, sonrojándolas de puro éxtasis, no sabía lo que me estaba ocurriendo, pero si aquello era el amor ¡Benditas las personas que están enamoradas!

  Por fin llegamos a la puerta del hospedaje, por unos segundos quedamos en una quietud tan profunda como las rocas de los acantilados de las montañas altas. Su mirada se clavó en la mía, a través de la mano que teníamos cogida ella me mandaba ensoñaciones fantásticas, de todo lo creado y por crear. No podía despertar de tan profundo letargo.

  De repente ella soltó mi mano y desperté.

― Esteban si me perdonas, tengo que hacer muchas cosas.

― Si si, respondí aturdido.

  Cuando pude encajar sus palabras, le pregunte.

― ¿Podríamos vernos esta tarde?

― Esta tarde me será imposible, tengo muchísimo trabajo. Pero tal vez mañana a primera hora me podrías acompañar al desfiladero, quisiera tirar unas fotos del eco.

  Confuso replique.

― ¿Del eco?

  A lo cual celeste respondió.

― Si, del eco de tu encantadora voz.

  Sonreí contento por su lisonja mientras ella decía sus últimas palabras, y digo sus últimas palabras literalmente.

― Hasta mañana Esteban, un placer haberte conocido.

  En aquel momento lo tome como un cumplido, yo no pensaba nada más que en que pasara el tramo de día que quedaba y la noche para volver a verla.

  Ella subía las escaleras, mientras yo daba pasos cortos para poderla observar hasta el último segundo. Cuando por fin desapareció por el pórtico, empecé a respirar acelerado como si me faltara el aire y no pudiera respirar, por un segundo tuve que detenerme, hasta que Perejil me empujo con su cabeza en la espalda para que siguiera andando, Yaco ladraba de una forma feliz, creo que se había contagiado de tanta felicidad.

  Cuando llegue a casa, me dirigí al establo para acomodar a mi asno y darle de comer, mi perro fiel se arremolinaba entre mis pies, todo era de ensueño, al salir del establo me dirigí hacia una encina, donde solía tumbarme al pie de su tronco y soñar, esta vez no soñaría pues el sueño se había hecho realidad, Yaco se tumbó a mi lado, acariciar su pelo me hacía amortiguar la celeridad con que quería que pasara el tiempo.

  Sin darme cuenta, entre en un sopor que me llevo a un sueño muy profundo, Celeste y yo volábamos en trapecios de colores, desde arriba observábamos a los domadores, a los payasos, caballos blancos como la nieve y negros como azabache giraban alrededor de la pista, equilibristas, funambulistas, serpentinas de colores, cartas mágicas que flotaban en el aire. Todo eran evocaciones de la felicidad, un público de cara ilegible nos miraba desde abajo, cuando de repente un foco nos alumbro como si fuésemos el centro de la atracción, nos mecíamos cada vez más rápido hasta que Celeste se soltó de mis manos y cuando la perdía de vista en la oscuridad… los lengüetazos de Yaco me despertaron.

  Me había quedado dormido debajo de la encina, calcule que serían las siete de la mañana, entre en casa a toda velocidad y me metí debajo de la ducha, una vez me había cambiado de ropa, cogí la cazadora que llevaba siempre y pase por la cocina cogiendo un trozo de pan y otro de queso. Salí degustando los manjares con toda celeridad hacia la venta.

  Me bebía el asfalto bajando la calle, mi perro casi no lograba alcanzarme, Perejil lo había dejado en el establo para ir más rápido. Cuando llegue a la puerta del hospedaje observe que Celeste no estaba todavía, pensé que estaría desayunando. Espere unos minutos y viendo que no salía me asome dentro del establecimiento, me tropecé con la señora María a la cual le pregunte.

― Señora María ¿Sabe usted si ha bajado la señorita Celeste de su habitación?

― ¡Que señorita Celeste! Dijo asombrada.

― Una fotógrafa, que está haciendo un trabajo para una revista. Respondí desconcertado.

― Aquí no hay alojada ninguna señorita Celeste, te lo puedo asegurar.

  El mundo se me cayó encima, la luz del sol se apagó para mí, salí a toda prisa del local. Mi perro sin entender lo que sucedía me seguía calle arriba, no pude retener unas lágrimas que se me escapaban, como se escapa el agua de las redes de los pescadores. Salía del pueblo hacia la montaña, de nuevo todo estaba nevado, el hielo afloraba en la cuneta del camino y el cielo estaba gris oscuro. No pude seguir más y me arrodille en la nieve, mi perro me miraba con pena, notaba mi dolor.

  Estando sobre la nieve, me acorde de la tarjeta de visita que Celeste me había dado, metí mi mano en el bolsillo de la cazadora y al sacarla solo saque una flor “Áster” de color celeste.

  Entonces quede pensativo… y me pregunte.

  ¿Qué fue?

  Una aparición, un espejismo o la ilusión de un corazón falto de cariño.





Nadavepo.






3 comentarios:

  1. La ilusión de un corazón falto de cariño para mi parecer aveces nos juega malas pasadas.. Maravilloso me ha encantado!!!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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Brisa