¡Qué paseo más corto fue mi vida! No niego que
la bebí sin respirar y a grandes sorbos ¡Pero que pronto vi el fondo!
Anduve a veces encarrilado pero la mayoría
descarrilado, pero he de jurar que fue cuando estuve fuera del buen camino
cuando más disfrute.
Aunque camine por el filo de la navaja la
mayor parte del tiempo, y aún a sabiendas de que podía caer en el abismo, la
adrenalina me hizo sentirme el rey del mundo.
Gente abstracta y variopinta me rodeaba y cada
aventura se tornaba más arriesgada, pero me sentía con el poder de romperle la
cara a todo el matón que en mi camino se cruzaba.
Sólo tenía de humano la apariencia, pues yo me
sentía huracán y tormenta, casi inmortal y entre las personas algo
sobrenatural… pues no había plaga ni arma que conmigo pudiera acabar.
Cabellos largos como Sansón y un duro corazón,
que sólo se ablandaba cuando una fémina me gustaba.
Creedme que fui rompeolas y destructor, aunque
el haber estado en tantas batallas dulcificó mi corazón, volviéndome de los
débiles y vulnerables defensor.
Odio la prepotencia y soy amable con la
inocencia, pues aprendí a distinguir a quien merecía la pena seguir.
Sin miedo al frio o al calor… hice locuras
sobre la nieve y bajo el sol abrasador.
Y de mis pasos aquí en la tierra que juzguen
los que me conocieron, porque los que me odiaron ya lo hicieron, envidiosos de
que yo ignorara no odiara a las personas que quisieron quemarme en la hoguera.
Por eso cuando desaparezca, quiero hacerlo como
lo hace el viento y la marea.
Alejandro
Maginot.