lunes, 21 de diciembre de 2020

El Más Bello Viaje

 






  Estábamos en una cena de amigos, cuando de repente surgió la conversación de los viajes hechos por cada uno de nosotros. Todos apostaban que el viaje más bonito había sido el suyo; yo, observaba callado mientras ellos tenían su batalla particular, intentando demostrar cuál había estado en el sitio más exótico, bonito y recóndito en la faz de la tierra. Mis colegas debatían mientras yo pensaba en mi viaje, el único y más bello viaje que había realizado en toda mi vida.

 

  Roberto se dio cuenta de mi silencio y de cómo me encontraba absorto en mitad de aquella algarabía; él llamo la atención de todos haciéndolos callar y les dijo:

 

― Esperar un momento, Alejandro lleva una hora sin hablar. ¿No os preguntáis cual ha sido su mejor viaje?

 

  Entonces Jaime soltó en un tono irónico, mientras miraba a los demás.

 

― ¡Eso es Alejandro! Cuéntanos ¿Cuál ha sido tu viaje más apasionante?

 

  Quedé un poco dubitativo, pues si lo contaba no sabía si me entenderían. Mis amigos viendo que tardaba en hablar, insistieron nuevamente:

 

― ¡Anda, no te hagas de rogar y cuéntanos!

 

  Después de unos segundos en silencio, decidí contarlo aún a consecuencia de no ser comprendido.

 

― Queridos amigos, mi viaje empezó  en los Jardines Colgantes de Babilonia, que se encontraban en su hermoso rostro, sus cabellos eran jazmines de seda dorados, que colgaban como enredaderas hasta sus definidos hombros, deslumbrando a todo ser que pasaba cerca de ella.

  Me pasee por su frente, que era el precioso pórtico de la Biblioteca de Alejandría, hasta llegar a sus perfiladas cejas, que era el más bello balcón, desde donde yo podía contemplar el mundo; bajé por su sien derecha que vibraba como el vuelo del colibrí aleteando sobre la rosa, hasta llegar a su preciosa oreja de forma elíptica y tan profunda como el Coliseo de Roma, allí me deleite oyendo su eco reverberante diciéndome te amo.

  Desde allí hasta su mejilla había sólo un soplo de distancia, me senté en ella y desde ahí contemplé el cristalino de sus ojos, que reflejaban la inmensidad del más hermoso cielo azul; me acomodé e hice noche bajo las estrellas que paseaban en la bondad de su mirada. Al día siguiente seguí mi camino hacia su nariz, de la cual hasta Nefertiti se hubiera sentido celosa; baje un poquito más hasta sus labios, que ya quisiera haberlos podido rozar el mismo Marco Antonio, seguro que se hubiera olvidado besar hasta los de Cleopatra. Desde su boca y hasta su hombro derecho, anduve rodeando todo su cuello, tan interminable como lo quiso ser la Torre de Babel; una vez en el me deslice por su estilado brazo hasta la punta de sus dedos, parecía que me deslizaba por las torres marmóreas del Taj Mahal.

   Luego volé hasta sus pechos, por donde escalé con la misma ilusión que el explorador que alcanzo por primera vez el Machu Picchu, coroné esa escalada con un beso en sus pezones, que endulzaron mi boca con el mismo frescor que lo hubiera hecho el agua de la Fontana de Trevi. De nuevo subí hasta su hombro, para dejarme caer por su espalda, recorriéndola como si recorriese la mismísima Muralla China, acabando en la comisura de su culo; allí alunice cual primer hombre que llegó a la luna y ahí casi acabo mi viaje, pues de allí no quería partir por nada del mundo.

  Días más tarde, fui rodeando sus caderas, a través de las dunas del Sahara hasta llegar al oasis de su ombligo, de nuevo hice noche en su acogedor refugio, para salir al día siguiente hacia una región inhóspita y quizás la que más placer me daría explorar. En una gota de su sudor me deslicé hasta su frondosa selva negra, toda de terciopelo, toda dulce a su roce, toda cálida a los sentidos, ¡casi me pierdo atravesándola! Tuve que acariciarla para abrirme camino hasta llegar a su Cañón del Colorado, para poder bajar hasta sus entrañas y poder saciar mi deseo más contundente, mi sed de el, mis ganas de parar el tiempo metido en él.

  Allí estuve refugiado, como el que se refugia en una confortable cabaña en una gélida noche de invierno; embriagado por su aroma, casi me olvido de seguir el viaje, como el náufrago Robinson no supe el tiempo que estuve allí , cuando pude salir de su embrujo, bajé hasta su ingle donde se encontraba la Ciudad de Petra, tomé aliento y continúe rumbo al templo de Artemisa, que se encontraba en los dedos de sus pies; tuve que prepararme concienzudamente para mi último descenso, bajar por sus interminables piernas, que era como bajar por el mármol puro y limpio de las esculturas de Miguel Ángel.

  Cuando por fin llegué a sus pies, miré hacia arriba contemplado al mismísimo Coloso de Rodas, deduciendo que jamás tendría la oportunidad de volver a hacer un viaje de esa magnitud, a través de las maravillas del viejo y nuevo mundo.

 

  Cuando acabé de relatar mi viaje, todos quedaron en silencio, un poco estupefactos, hasta que Jaime rompió el silencio diciendo:

 

― ¡Vaya cursilada!

 

  Yo sabía que no lo entenderían, pero me atreví a decir:

 

― Si ser cursi es atravesar la barrera del tiempo, amando, deseando y haciendo el amor en cualquier lugar del mundo donde salga el sol, os permito que me llaméis cursi, pero con seguridad que os moriréis y no habréis hecho vuestro más bello viaje.

 

 Alejandro Maginot

 

martes, 8 de diciembre de 2020

Una Ilusión







    Queridos  Reyes Magos:

 

   Sé que estáis enfadados con la humanidad, lo entiendo perfectamente, pues yo me siento igual de enfadado que vosotros.

 

  Sé que no soy perfecto, y poco me queda pediros este año, sólo os rogaría que le dierais un poco más de cordura a esos que se creen por encima del bien y del mal; porque yo pienso que, si por mi culpa muriesen mis abuelos,  padres o hermanos, con ellos como castigo, pediría  marcharme.

 

  Nunca llegue a pensar que la inaptitud de la mayoría, forjara la tristeza de una minoría.

 

  Encerrado me encuentro, desde que todo esto empezó;  y si por necesidad salgo, lo hago sin coartar la vida de los demás, pues me acorazo para dar paso a la libertad de otro que quizás estén  asesinando, creyendo que son más inocentes que nuestro niño… Jesús claro está.

 

  Amo sin querer amar, a esos seres que desprecian la vida de los demás; porque me educaron de esa forma tan especial, respeto siempre aunque al que tengas delante sea un patán.

 

    Y este año os pido un milagro, quizás muy difícil para que lo podáis hacer vosotros, pero si por encima tenéis a alguien que lo pueda hacer, os ruego que le digáis, que cambie a las buenas personas que cumplieron y están en la uci, por imbéciles que nos pusieron a todos en el filo de la navaja.

 

   Gracias por escucharme,  y ya  sé que el destino está echado,  pero sé que vosotros lo complementareis, salpicando más pronto que tarde este mundo de amor.  

 

   

Alejandro Maginot

 

 

Brisa