Estábamos en una cena de amigos, cuando de repente surgió la conversación de los viajes hechos por cada uno de nosotros. Todos apostaban que el viaje más bonito había sido el suyo; yo, observaba callado mientras ellos tenían su batalla particular, intentando demostrar cuál había estado en el sitio más exótico, bonito y recóndito en la faz de la tierra. Mis colegas debatían mientras yo pensaba en mi viaje, el único y más bello viaje que había realizado en toda mi vida.
Roberto se dio cuenta de mi silencio y de
cómo me encontraba absorto en mitad de aquella algarabía; él llamo la atención
de todos haciéndolos callar y les dijo:
― Esperar un
momento, Alejandro lleva una hora sin hablar. ¿No os preguntáis cual ha sido su
mejor viaje?
Entonces Jaime soltó en un tono irónico,
mientras miraba a los demás.
― ¡Eso es
Alejandro! Cuéntanos ¿Cuál ha sido tu viaje más apasionante?
Quedé un poco dubitativo, pues si lo contaba
no sabía si me entenderían. Mis amigos viendo que tardaba en hablar, insistieron
nuevamente:
― ¡Anda, no
te hagas de rogar y cuéntanos!
Después de unos segundos en silencio, decidí
contarlo aún a consecuencia de no ser comprendido.
― Queridos
amigos, mi viaje empezó en los Jardines
Colgantes de Babilonia, que se encontraban en su hermoso rostro, sus cabellos
eran jazmines de seda dorados, que colgaban como enredaderas hasta sus
definidos hombros, deslumbrando a todo ser que pasaba cerca de ella.
Me pasee por su frente, que era el precioso
pórtico de la Biblioteca de Alejandría, hasta llegar a sus perfiladas cejas,
que era el más bello balcón, desde donde yo podía contemplar el mundo; bajé por
su sien derecha que vibraba como el vuelo del colibrí aleteando sobre la rosa,
hasta llegar a su preciosa oreja de forma elíptica y tan profunda como el
Coliseo de Roma, allí me deleite oyendo su eco reverberante diciéndome te amo.
Desde allí hasta su mejilla había sólo un
soplo de distancia, me senté en ella y desde ahí contemplé el cristalino de sus
ojos, que reflejaban la inmensidad del más hermoso cielo azul; me acomodé e
hice noche bajo las estrellas que paseaban en la bondad de su mirada. Al día
siguiente seguí mi camino hacia su nariz, de la cual hasta Nefertiti se hubiera
sentido celosa; baje un poquito más hasta sus labios, que ya quisiera haberlos
podido rozar el mismo Marco Antonio, seguro que se hubiera olvidado besar hasta
los de Cleopatra. Desde su boca y hasta su hombro derecho, anduve rodeando todo
su cuello, tan interminable como lo quiso ser la Torre de Babel; una vez en el
me deslice por su estilado brazo hasta la punta de sus dedos, parecía que me
deslizaba por las torres marmóreas del Taj Mahal.
Luego
volé hasta sus pechos, por donde escalé con la misma ilusión que el explorador
que alcanzo por primera vez el Machu Picchu, coroné esa escalada con un beso en
sus pezones, que endulzaron mi boca con el mismo frescor que lo hubiera hecho
el agua de la Fontana de Trevi. De nuevo subí hasta su hombro, para dejarme
caer por su espalda, recorriéndola como si recorriese la mismísima Muralla
China, acabando en la comisura de su culo; allí alunice cual primer hombre que
llegó a la luna y ahí casi acabo mi viaje, pues de allí no quería partir por
nada del mundo.
Días más tarde, fui rodeando sus caderas, a
través de las dunas del Sahara hasta llegar al oasis de su ombligo, de nuevo
hice noche en su acogedor refugio, para salir al día siguiente hacia una región
inhóspita y quizás la que más placer me daría explorar. En una gota de su sudor
me deslicé hasta su frondosa selva negra, toda de terciopelo, toda dulce a su
roce, toda cálida a los sentidos, ¡casi me pierdo atravesándola! Tuve que
acariciarla para abrirme camino hasta llegar a su Cañón del Colorado, para
poder bajar hasta sus entrañas y poder saciar mi deseo más contundente, mi sed
de el, mis ganas de parar el tiempo metido en él.
Allí estuve refugiado, como el que se refugia
en una confortable cabaña en una gélida noche de invierno; embriagado por su
aroma, casi me olvido de seguir el viaje, como el náufrago Robinson no supe el
tiempo que estuve allí , cuando pude salir de su embrujo, bajé hasta su ingle
donde se encontraba la Ciudad de Petra, tomé aliento y continúe rumbo al templo
de Artemisa, que se encontraba en los dedos de sus pies; tuve que prepararme
concienzudamente para mi último descenso, bajar por sus interminables piernas,
que era como bajar por el mármol puro y limpio de las esculturas de Miguel
Ángel.
Cuando por fin llegué a sus pies, miré hacia
arriba contemplado al mismísimo Coloso de Rodas, deduciendo que jamás tendría
la oportunidad de volver a hacer un viaje de esa magnitud, a través de las
maravillas del viejo y nuevo mundo.
Cuando acabé de relatar mi viaje, todos
quedaron en silencio, un poco estupefactos, hasta que Jaime rompió el silencio
diciendo:
― ¡Vaya
cursilada!
Yo sabía que no lo entenderían, pero me
atreví a decir:
― Si ser
cursi es atravesar la barrera del tiempo, amando, deseando y haciendo el amor
en cualquier lugar del mundo donde salga el sol, os permito que me llaméis
cursi, pero con seguridad que os moriréis y no habréis hecho vuestro más bello
viaje.
Viajes hay muchos, el que nos cuentas aquí único. Me alegro que rescates este relato que en su día me pareció genial y tiempo después conserva el mismo magnetismo.
ResponderEliminarLa imaginación tuya en esta historia es increible como ensalza el cuerpo de la mujer al máximo de belleza, no solamente física sino en sentimientos y emociones que van más allá de un amor racional.
Si alguien es capaz de hacer ese viaje no se le puede llamar cursi, sino un ser especial con alma de bohemio sabiendo volar!!.
Gracias por ofrecernos magia, ilusión y otra manera de viajar.
Un fuerte abrazo y te deseo una muy Feliz Navidad.
Gracias querida Campirela, como bien te has dado cuenta es un poema escrito hace tiempo, pero que he tratado de sacar del armario, desempolvarlo y darle algunos toques que se quedaron en el tintero en su día. Viajar de esa forma es viajar a los confines de la tierra aunque no te muevas de tu salón. Una vez más te doy las gracias deseándote un precioso día lleno de viajes aunque sea desde tu casa. Además quiero aprovechar para desearte una preciosa Navidad aunque sean mucho más diferente a lo que estamos acostumbrados, besos y abrazos.
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