De repente, Rodrigo en una mezcla de locura y felicidad, abrazó a Paula
rodando por la cama de una punta a otra, hasta que su cuerpo quedó sobre el de
ella y mirándola fijamente a los ojos le dijo:
― Mi amada, como bien sabéis, no
me gustan los lujos, mi vida ha sido siempre moderada y austera, no estoy
acostumbrado a este mundo de etiquetas, no me gusta andar por la calle y que
todo el mundo haga una reverencia a mi paso, quiero vivir en el anonimato. Esta
noche he tenido un sueño, haré la mayor locura que puedo hacer por amor y
libertad, así que os ruego os vistáis, que tenemos que llevar a cabo esta
locura lo antes posible.
Mientras ambos se vestían, ella le pregunto:
― ¿Y por donde empezara dicha
locura? Mi amado señor.
― Pronto lo veras, baja a
desayunar y di a los sirvientes que preparen la calesa más veloz que tengan,
enseguida estaré contigo.
Rodrigo estaba subido en la calesa, ya había dado instrucciones previas
al chófer indicándole el destino donde irían, sólo quedaba que Paula subiese al
carruaje para partir.
― ¿Hacia dónde vamos mi señor? ¿Podría
contármelo?
― Vamos hacia el cortijo Paula,
haremos muchas cosas en el día de hoy.
Llegados al cortijo, Rodrigo mando reunir a todos los jornaleros con su
capataz al frente. Improvisó un pulpito en la zona de carga junto a su amada y
se dispuso a dar un discurso:
La gente aplaudió enfervorecida, hicieron un pasillo por donde pasó la
pareja hacia el carruaje, los jornaleros estuvieron vitoreándolos hasta que se
perdieron de vista.
― ¿Hacia dónde nos dirigimos
ahora? Si es posible conocer el destino mi señor.
Rodrigo eufórico y sonriente contestó a Paula:
― Vamos a la iglesia Paula.
― ¡A la iglesia!
Respondió la dama desconcertada, imaginando cual sería la cuestión que
llevaba a su amado a la iglesia.
Una vez estuvieron en el santo edificio, el párroco Don Bartolomé, los
recibió enseguida.
― ¿Qué deseáis hijos míos? Si os
puedo ayudar en algo aquí me tenéis.
Rodrigo se santiguó y soltó estas
palabras:
― Pues claro que nos puede ayudar
señor párroco, no sé si sabe quién soy.
Estando diciendo esto, el cura lo interrumpió:
― Pues claro que se quién eres
hijo mío, en los pueblos las noticias vuelan,
veo que traes la grata compañía de Paula, feligresa de la parroquia
además de ayudante de vuestro desgraciadamente fallecido tío abuelo.
― Pues entonces abreviaré, yendo
al grano. Padre, la cuestión que me trae ante usted, es breve y simple, le cedo
mi palacio para que en él puedan atender a enfermos, gente necesitada, niños
huérfanos, quiero que haga usted un trabajo justo y equilibrado con todo aquel
que necesite ayuda. Ahora, sólo le pondré una condición, los sirvientes de
palacio han de conservar su trabajo, ayudando en estas cuestiones.
El cura, bonachón y fiel creyente de las pautas que nos marcó nuestro Señor
Jesucristo, rápidamente se abalanzó sobre Rodrigo, dándole un fuerte abrazo.
― Muchas gracias hijo mío, no
sabes la necesidad que teníamos de un proyecto así en nuestra villa. No puedo
más que bendecirlo por esto, es usted un santo señor Rodrigo.
Despidiéronse del párroco y
continuaron su camino.
― Bueno mi amado, ¿qué más nos
queda por hacer? Porque os veo frenético en vuestras decisiones.
― Pues ahora, queda lo más
importante, espero que me sigáis en mis locuras, lo mismo que yo os seguiré a
cualquier parte. Pasaremos por el
palacio, vos recogeréis lo imprescindible, y antes de la noche estaremos en la
capital.
Estando Paula recogiendo lo necesario para el
viaje, Rodrigo dijo al chófer que quedaría en Carmona, trabajando al cargo de
la parroquia, detalle que el conductor le agradeció, pues toda su familia y su
vida estaba en la villa. Luego le pidió que por favor preparase dos caballos de
refresco para enganchar a la calesa, pues el viaje aunque no muy largo, era
tedioso para los animales por el calor de tierras Andaluzas.
Emprendido ya el camino, Paula cogió a Rodrigo por el brazo y apoyando
la cabeza en su hombro, le pregunto:
― Mi señor, mi amado. ¿Con cuál
menester me sorprenderéis ahora? Rabio por saber vuestro próximo paso, o como
vos lo llamáis, vuestra próxima locura.
― Lo próximo será fantástico
Paula, esta noche dormiremos en la casona que poseemos en Triana, mañana os
presentaré a mi mejor amigo Marcelo, pidiéndole el favor que ponga la casona de
Triana a la venta; mientras nosotros nos mudamos a una casita entre el rio
Guadalquivir y el poblado de San Juan de Aznalfarache. Esa será nuestra morada,
la descubrí hace años enamorándome de ella, y cuando supe lo de la herencia, le
roge al señor notario que la adquiriera para nosotros. Allí estaremos
tranquilos, entre los árboles frutales y las alamedas del rio seremos sumamente
felices. Concentraremos toda nuestra vida para amarnos.
Y de esta forma sucedió, Rodrigo perdió la razón en pro del corazón,
encontró lo que jamás busco, algo que él desconocía y que se llama amor.
Alejandro Maginot
Final de una historia, que aunque de tiempos modernos, quise trasladarla a época de Quevedo.
Si tuviera que valorar todas las buenas acciones de esta micro novela, diría que nos has dejado unas cuantas, entre ellas destacaría la nobleza,lealtad y sobre todo las ganas de vivir del personaje.
ResponderEliminarPero cuando llegamos al final de un libro y éste termina con todas sus cuitas en orden y un bello final como ha sido este sueño de Rodrigo solo queda cerrar la página y soñar.
Gracias por compartir durante estos días capítulo a capítulo (eso sí con ganas de saber el final ) está novela con tintes modernos envuelta en romanticismo del ayer.
El amor como queda demostrado en este último capítulo es el motor que hace cambiar cualquier norma establecida.
Ha sido un placer compartir la lectura.
Un abrazo y muy feliz semana.
Gracias querida Campirela, por tus comentarios que tanto me animan a escribir, ya sea en este genero o cualquier otro. Afortunadamente, esta mini novela acaba bien para todos los personajes, cosa casi imposible en aquellos tiempos pasados tan sufridos, pero que tanto nos han hecho soñar. Lo que más aprecio personalmente de este escrito, es el valor de la amistad, hasta donde puede uno escalar en la cúspide del amor, y como no, la educación y el saber estar de épocas antiguas. Nuevamente te doy las gracias, deseándote una bonita noche.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.