lunes, 6 de julio de 2020

El poema de María ... Segunda parte










― No, por Dios María, si para mi sus conversaciones me son sumamente amenas, no pueda usted imaginar lo agradable que será para mis oídos, oír un poema escrito por vos mi señora, Así que la insto a que me lo recite.

  María acercó sus labios al oído de Rodrigo, dispuesta a narrar su poema…

  ― “¿Cómo llegó hasta mí el amor?, tan mágicamente como una preciosa perla llegada del lejano oriente. De porte gallardo y aptitud valiente, quedé prendada de vos cuando me besó la frente, aire cálido nuca ardiente, por un abrazo suyo quedaría prendida a su corazón, hasta mi última oración”.

  Rodrigo quedó con mirada fija hacia los ojos de María, su cara era de sentimiento indescifrable. Tres segundos y reaccionó diciendo:

― Anonadado quedo señora, maravillosas letras usted me ofrenda. Pero puedo asegurarle querida dama, que no hago justicia a ninguna de ellas, pues me halaga usted en demasía, sin saber mi pasado ni el presente de mi vida.

― Mi querido caballero, el pasado no importa, si en el presente te ofrecen una rosa, rosa sin espinas que puede alegrar su vida, llenarla de belleza y hacerlo olvidar las calamidades de aquellas guerras.

― No me haga caso bella María, quizás son lapsus de la memoria aterrada por los dolores pasados, lo que a veces me hace divagar. No obstante, le diré, que como poeta no tiene usted precio y es un honor para mí, que vos me haya dedicado tan sublime poema.

  Siguieron el paseo, hasta que el calor los hizo ir de nuevo al carruaje de Rodrigo para volver al palacete. En el trayecto, María cogió la mano de Rodrigo mientras apoyaba su cabeza en el hombro de éste. Mercedes leía su habitual libro, mientras la pareja quedaba en silencio y con los ojos cerrados.

  El trayecto era corto, pero fue tan intenso, que Rodrigo seguía martirizándose con sus pensamientos, él estaba a gusto con María, pero le faltaba algo, que él no sabía descifrar.

  Estando en la puerta del palacete, Mercedes fue la primera en bajar del carruaje, momento el cual aprovechó María para besar los labios de Rodrigo apasionadamente, una vez pudieron separar sus labios, María dijo a Rodrigo:

― Mi señor, mañana si vos tiene tiempo, le espero a las once de la mañana aquí en el palacete.

― Mi dama, aunque algún quehacer tuviese, no dude que sacaría tiempo para vos, pues su compañía bien lo vale.

  María bajó del carruaje, y cogiéndose al brazo de Mercedes entraron en la casa mientras Rodrigo se alejaba mirándolas por la ventanilla.

  Llegado el siguiente día, Rodrigo como buen caballero, estaba a la hora acordada en la puerta del palacete. Éste accionó la campana, en apenas treinta segundos, un sirviente abrió la puerta, al ver a Rodrigo le comentó:

― ¡Buenos días señor! Tengo instrucciones  que espere usted en la biblioteca, mientras vienen a recogerlo, así que si me acompaña lo dejaré en dicha sala, mientras le preparo lo que usted desee.

― ¡Buenos día! Lléveme a la biblioteca que yo esperaré gustoso a que me recojan. ¡Ah! Y por favor no me prepare nada, se lo agradezco.

  Rodrigo se entretuvo en recorrer los estantes, mientras esperaba llegaran a recogerlo. Quedo sorprendido al ver en una estantería la obra satírica de Quevedo, ya que no se lo esperaba en dicha morada, así que cogió el libro “Los sueños” y comenzó a ojearlo.

  Habían pasado quince minutos, cuando apareció Mercedes por la puerta de la biblioteca.

― ¡Buenos días caballero!

― ¡Buenos días Mercedes! ¡Qué sorpresa!, esperaba que me recogiera María.

― Bueno, espero que no le importe, pero como usted mi señor no conoce bien las estancias de la casa, soy yo quien, por orden de mi señora, lo acompañaré a sus aposentos.





― ¡A sus aposentos!

  Dijo Rodrigo un poco confuso.

― No creo que, a los padres o hermano de María, les haga ninguna gracia que yo suba a sus aposentos.

  Mercedes sonrió en un tono pícaro, dejando aún más atónito al caballero que la miró con cara de asombro.

― No tenga usted reparo señor Rodrigo, los padres de María partieron hacia Écija en un viaje de dos días, mientras que el hermano de la señora, tuvo que partir a tierras onubenses para asuntos de negocios.  Fue mi señora la que dispuso que subiese usted a sus aposentos.

― Bueno no sé qué decir, me deja usted sorprendido. Pero bueno si es decisión de María tendré que complacerla… y por supuesto señora, le doy las gracias por su atenta comprensión.

― Aclarado todo, si no le importa señor Rodrigo, sígame que lo guiaré hasta los aposentos de mi señora.

  Ambos atravesaron varias estancias, hasta dar con la subida de unas enormes escaleras de mármol. La planta de arriba, se ensanchaba en una enorme circunferencia que daba a numerosos pasillos, Mercedes tomó el del ala izquierda y Rodrigo la seguía asombrado al ver el fondo de tan largo corredor. Llegaran a la altura de una puerta, donde Mercedes dijo a Rodrigo:

― Señor, aquí acaba mi cometido, ya no tiene más que llamar a la puerta mientras, yo me retiro.

― Gracias Mercedes, agradecido quedo por tan atenta atención hacia mi persona.

  Cuando Rodrigo quedó sólo, tardó un momento en reaccionar, pues todavía no acababa de salir de su asombro. Cuando por fin tocó con sus nudillos un par de veces la puerta, se oyó al otro lado:

― Pase, ¡por favor!

  Abrió la puerta el caballero, encontrándose a María tumbada en la cama, cubriéndose parte del cuerpo con la sabana, menos uno de sus senos desnudo, que había dejado deliberadamente fuera.

― ¡Por Nuestro Señor! Mi señora por favor cúbrase, se lo ruego.

  Al ver tan escandalizado María a Rodrigo, no tuvo más remedio que intentar calmarlo.

― Mi señor, por favor. Más me ha costado a mí preparar este encuentro, pues jamás había hecho yo algo semejante. Esperaba que usted hubiese reaccionado de otra forma, pues usted como hombre de mundo y curtido en mil batallas, sabría cómo socorrer a una dama en tal situación.

― No le niego mi señora, que algún bagaje tengo en estos lares. Pero para mí, usted es lo más sagrado, no quiero perjudicar ni su imagen ni su reputación. Antes me quitaría la vida que mancillar a una noble dama.

― No os preocupéis, mí amado caballero. Soy yo la que os pide, soy yo la que os suplica, que apaguéis en mí estas ansias, este deseo irrefrenable que siento por vos. Un día más sin culminar nuestro amor, hará que palidezca cien años, os lo ruego Rodrigo hacedme vuestra. Nadie os culpará mientras sea yo la que comete el delito de amar desaforadamente. Y no me siento pecadora, pues a los ojos de Dios, una unión carnal con amor, es una estrella que iluminará eternamente nuestras vidas.

―Pero compréndame mi apreciada dama, para mí sería una traición hacia su familia. No podría vivir con tal cargo de conciencia.

― Ya que os empecináis mi cortés caballero, no os pondré en tal tesitura, esperaremos a hacer firme nuestro compromiso… y después si sigue tan fiel a la lealtad hacia mi familia, estoy dispuesta a esperar que lleguen nuestras nupcias.

  Rodrigo, se sintió alterado en su interior, aunque trataba de fingir que estaba normal. Pero sabía que, si aguantaba más en aquellos aposentos, María notaria que algo le estaba sucediendo. Así que tomo la más drástica de las soluciones, apresuro a marcharse diciendo a la dama:

― Lo siento mi señora, pero  he de marcharme, me espera el cardenal  para poner al día las recaudaciones hechas esta última semana. Como le prometí, no falté a la cita, pero asuntos mayores me esperan.






  La dama quedó perpleja, pero el caballero se despidió cortésmente y salió de la mansión como alma que lleva el diablo.

  Rodrigo, estuvo varios días sin aparecer por casa de María. Y aunque ésta le hacía llegar cartas todos los días, él siempre ponía una excusa para no acudir a su encuentro. En el fondo había llegado a una situación algo delicada, Rodrigo se sentía muy cómodo en compañía de María, pero en su fuero interior notaba, que no era el momento ni la dama que lo pudiera llevar a un serio compromiso.

  Pasaron algunos días más, hasta que Rodrigo preso de sus inseguridades, tomó la decisión de citar a María, para darle la explicación que ella merecía.

  Habían quedado en el barrio de Santa Cruz. Rodrigo llevaba más de media hora esperando, estaba nervioso y apesadumbrado, trataba de memorizar todo lo que tenía que decir a la bella dama. De repente María y su dama de compañía, aparecieron montadas a caballo. Ella con cara de enfado desmontó dejando las riendas del caballo a su acompañante.

  Anduvo hacia él y con tono y semblante serio le replicó:

― ¡Por fin os dejáis ver! Pensaba que os había tragado la tierra. Creo que no os he dado motivos para que desaparecierais de esa forma.

― Por favor María, pasemos mientras os cuento mis motivos.

  Ambos caminaron unos metros sin articular palabra, el enfado de María era monumental. Así que fue el caballero quien tuvo que romper tan afilado silencio:

― María, no os merezco, quiero pediros disculpas por mi comportamiento. También he de pediros perdón, por si os he hecho creer que lo nuestro podía llegar a algo más que una amistad.

  La dama interrumpió bruscamente a Rodrigo.


                                                                                            Alejandro Maginot


                             Continuará...





2 comentarios:

  1. Esta segunda parte las cosas parecen que no reman en la misma dirección, de ello no se puede culpar a nadie,el amor es así,nace o no y nadie lo puede forzar. María es normal que se sienta rechazada ella no esperaba esa aptitud de él.
    Nos has dejado en ese punto donde se pasa de la magia a la realidad, esperemos que haya un buen entendimiento, eso sí, alguien va a sufrir una pequeña o gran decepción. Las cosas del amor no las entiende la razón.
    Una historia con matices de realidad, narrada en tiempos de antes pero sin duda las claves del amor son siempre las mismas.
    Amar es libertad no obligación, el corazón no se deja mentir.
    Gracias por esta segunda entrega...
    Un abrazo, esperaremos la siguiente.
    Feliz semana.

    ResponderEliminar
  2. Efectivamente, aunque en un momento dado, están subidos a la misma barca, ambos reman en distinta dirección. Todo puede ser confundible, en esa fina linea que separa la amistad de lo que es el amor; además como bien dices, el amor es paralelo en todas las épocas, aunque con distintos matices. No se lo que sucederá con dicha pareja, tendremos que esperar a la próxima entrega, espero que suceda lo que suceda siga enganchando al lector.
    Un fuerte abrazo y feliz semana.

    ResponderEliminar

Brisa