― No, por Dios María, si para mi
sus conversaciones me son sumamente amenas, no pueda usted imaginar lo
agradable que será para mis oídos, oír un poema escrito por vos mi señora, Así
que la insto a que me lo recite.
María acercó sus labios al oído de Rodrigo, dispuesta a narrar su poema…
― “¿Cómo llegó hasta mí el amor?, tan mágicamente como una preciosa
perla llegada del lejano oriente. De porte gallardo y aptitud valiente, quedé
prendada de vos cuando me besó la frente, aire cálido nuca ardiente, por un
abrazo suyo quedaría prendida a su corazón, hasta mi última oración”.
Rodrigo
quedó con mirada fija hacia los ojos de María, su cara era de sentimiento
indescifrable. Tres segundos y reaccionó diciendo:
― Anonadado quedo señora,
maravillosas letras usted me ofrenda. Pero puedo asegurarle querida dama, que
no hago justicia a ninguna de ellas, pues me halaga usted en demasía, sin saber
mi pasado ni el presente de mi vida.
― Mi querido caballero, el pasado
no importa, si en el presente te ofrecen una rosa, rosa sin espinas que puede
alegrar su vida, llenarla de belleza y hacerlo olvidar las calamidades de
aquellas guerras.
― No me haga caso bella María,
quizás son lapsus de la memoria aterrada por los dolores pasados, lo que a
veces me hace divagar. No obstante, le diré, que como poeta no tiene usted
precio y es un honor para mí, que vos me haya dedicado tan sublime poema.
Siguieron el paseo, hasta que el calor los hizo ir de nuevo al carruaje
de Rodrigo para volver al palacete. En el trayecto, María cogió la mano de Rodrigo
mientras apoyaba su cabeza en el hombro de éste. Mercedes leía su habitual
libro, mientras la pareja quedaba en silencio y con los ojos cerrados.
El trayecto era corto, pero fue tan intenso, que Rodrigo seguía
martirizándose con sus pensamientos, él estaba a gusto con María, pero le
faltaba algo, que él no sabía descifrar.
Estando en la puerta del palacete, Mercedes fue la primera en bajar del
carruaje, momento el cual aprovechó María para besar los labios de Rodrigo
apasionadamente, una vez pudieron separar sus labios, María dijo a Rodrigo:
― Mi señor, mañana si vos tiene
tiempo, le espero a las once de la mañana aquí en el palacete.
― Mi dama, aunque algún quehacer
tuviese, no dude que sacaría tiempo para vos, pues su compañía bien lo vale.
María bajó del carruaje, y cogiéndose al brazo de Mercedes entraron en
la casa mientras Rodrigo se alejaba mirándolas por la ventanilla.
Llegado el siguiente día, Rodrigo como buen caballero, estaba a la hora
acordada en la puerta del palacete. Éste accionó la campana, en apenas treinta
segundos, un sirviente abrió la puerta, al ver a Rodrigo le comentó:
― ¡Buenos días señor! Tengo
instrucciones que espere usted en la
biblioteca, mientras vienen a recogerlo, así que si me acompaña lo dejaré en
dicha sala, mientras le preparo lo que usted desee.
― ¡Buenos día! Lléveme a la
biblioteca que yo esperaré gustoso a que me recojan. ¡Ah! Y por favor no me
prepare nada, se lo agradezco.
Rodrigo se entretuvo en recorrer los estantes, mientras esperaba
llegaran a recogerlo. Quedo sorprendido al ver en una estantería la obra
satírica de Quevedo, ya que no se lo esperaba en dicha morada, así que cogió el
libro “Los sueños” y comenzó a ojearlo.
Habían pasado quince minutos, cuando apareció Mercedes por la puerta de
la biblioteca.
― ¡Buenos días caballero!
― ¡Buenos días Mercedes! ¡Qué
sorpresa!, esperaba que me recogiera María.
― Bueno, espero que no le
importe, pero como usted mi señor no conoce bien las estancias de la casa, soy
yo quien, por orden de mi señora, lo acompañaré a sus aposentos.
― ¡A sus aposentos!
Dijo Rodrigo un poco confuso.
― No creo que, a los padres o
hermano de María, les haga ninguna gracia que yo suba a sus aposentos.
Mercedes sonrió en un tono pícaro, dejando aún más atónito al caballero
que la miró con cara de asombro.
― No tenga usted reparo señor
Rodrigo, los padres de María partieron hacia Écija en un viaje de dos días,
mientras que el hermano de la señora, tuvo que partir a tierras onubenses para
asuntos de negocios. Fue mi señora la
que dispuso que subiese usted a sus aposentos.
― Bueno no sé qué decir, me deja
usted sorprendido. Pero bueno si es decisión de María tendré que complacerla… y
por supuesto señora, le doy las gracias por su atenta comprensión.
― Aclarado todo, si no le importa
señor Rodrigo, sígame que lo guiaré hasta los aposentos de mi señora.
Ambos atravesaron varias estancias, hasta dar con la subida de unas
enormes escaleras de mármol. La planta de arriba, se ensanchaba en una enorme circunferencia
que daba a numerosos pasillos, Mercedes tomó el del ala izquierda y Rodrigo la
seguía asombrado al ver el fondo de tan largo corredor. Llegaran a la altura de
una puerta, donde Mercedes dijo a Rodrigo:
― Señor, aquí acaba mi cometido,
ya no tiene más que llamar a la puerta mientras, yo me retiro.
― Gracias Mercedes, agradecido
quedo por tan atenta atención hacia mi persona.
Cuando Rodrigo quedó sólo, tardó un momento en reaccionar, pues todavía
no acababa de salir de su asombro. Cuando por fin tocó con sus nudillos un par
de veces la puerta, se oyó al otro lado:
― Pase, ¡por favor!
Abrió la puerta el caballero, encontrándose a María tumbada en la cama,
cubriéndose parte del cuerpo con la sabana, menos uno de sus senos desnudo, que
había dejado deliberadamente fuera.
― ¡Por Nuestro Señor! Mi señora
por favor cúbrase, se lo ruego.
Al ver tan escandalizado María a Rodrigo, no tuvo más remedio que
intentar calmarlo.
― Mi señor, por favor. Más me ha
costado a mí preparar este encuentro, pues jamás había hecho yo algo semejante.
Esperaba que usted hubiese reaccionado de otra forma, pues usted como hombre de
mundo y curtido en mil batallas, sabría cómo socorrer a una dama en tal
situación.
― No le niego mi señora, que
algún bagaje tengo en estos lares. Pero para mí, usted es lo más sagrado, no
quiero perjudicar ni su imagen ni su reputación. Antes me quitaría la vida que
mancillar a una noble dama.
― No os preocupéis, mí amado
caballero. Soy yo la que os pide, soy yo la que os suplica, que apaguéis en mí
estas ansias, este deseo irrefrenable que siento por vos. Un día más sin culminar
nuestro amor, hará que palidezca cien años, os lo ruego Rodrigo hacedme
vuestra. Nadie os culpará mientras sea yo la que comete el delito de amar
desaforadamente. Y no me siento pecadora, pues a los ojos de Dios, una unión
carnal con amor, es una estrella que iluminará eternamente nuestras vidas.
―Pero compréndame mi apreciada
dama, para mí sería una traición hacia su familia. No podría vivir con tal
cargo de conciencia.
― Ya que os empecináis mi cortés
caballero, no os pondré en tal tesitura, esperaremos a hacer firme nuestro
compromiso… y después si sigue tan fiel a la lealtad hacia mi familia, estoy
dispuesta a esperar que lleguen nuestras nupcias.
Rodrigo, se sintió alterado en su interior, aunque trataba de fingir que
estaba normal. Pero sabía que, si aguantaba más en aquellos aposentos, María
notaria que algo le estaba sucediendo. Así que tomo la más drástica de las
soluciones, apresuro a marcharse diciendo a la dama:
― Lo siento mi señora, pero he de marcharme, me espera el cardenal para poner al día las recaudaciones hechas
esta última semana. Como le prometí, no falté a la cita, pero asuntos mayores
me esperan.
La dama quedó perpleja, pero el caballero se despidió cortésmente y
salió de la mansión como alma que lleva el diablo.
Rodrigo, estuvo varios días sin aparecer por casa de María. Y aunque ésta
le hacía llegar cartas todos los días, él siempre ponía una excusa para no
acudir a su encuentro. En el fondo había llegado a una situación algo delicada,
Rodrigo se sentía muy cómodo en compañía de María, pero en su fuero interior
notaba, que no era el momento ni la dama que lo pudiera llevar a un serio
compromiso.
Pasaron algunos días más, hasta que Rodrigo preso de sus inseguridades,
tomó la decisión de citar a María, para darle la explicación que ella merecía.
Habían quedado en el barrio de Santa Cruz. Rodrigo llevaba más de media
hora esperando, estaba nervioso y apesadumbrado, trataba de memorizar todo lo
que tenía que decir a la bella dama. De repente María y su dama de compañía,
aparecieron montadas a caballo. Ella con cara de enfado desmontó dejando las
riendas del caballo a su acompañante.
Anduvo hacia él y con tono y semblante serio le replicó:
― ¡Por fin os dejáis ver! Pensaba
que os había tragado la tierra. Creo que no os he dado motivos para que
desaparecierais de esa forma.
― Por favor María, pasemos
mientras os cuento mis motivos.
Ambos caminaron unos metros sin articular palabra, el enfado de María
era monumental. Así que fue el caballero quien tuvo que romper tan afilado
silencio:
― María, no os merezco, quiero
pediros disculpas por mi comportamiento. También he de pediros perdón, por si
os he hecho creer que lo nuestro podía llegar a algo más que una amistad.
La dama interrumpió bruscamente a Rodrigo.
Alejandro Maginot
Continuará...
Esta segunda parte las cosas parecen que no reman en la misma dirección, de ello no se puede culpar a nadie,el amor es así,nace o no y nadie lo puede forzar. María es normal que se sienta rechazada ella no esperaba esa aptitud de él.
ResponderEliminarNos has dejado en ese punto donde se pasa de la magia a la realidad, esperemos que haya un buen entendimiento, eso sí, alguien va a sufrir una pequeña o gran decepción. Las cosas del amor no las entiende la razón.
Una historia con matices de realidad, narrada en tiempos de antes pero sin duda las claves del amor son siempre las mismas.
Amar es libertad no obligación, el corazón no se deja mentir.
Gracias por esta segunda entrega...
Un abrazo, esperaremos la siguiente.
Feliz semana.
Efectivamente, aunque en un momento dado, están subidos a la misma barca, ambos reman en distinta dirección. Todo puede ser confundible, en esa fina linea que separa la amistad de lo que es el amor; además como bien dices, el amor es paralelo en todas las épocas, aunque con distintos matices. No se lo que sucederá con dicha pareja, tendremos que esperar a la próxima entrega, espero que suceda lo que suceda siga enganchando al lector.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y feliz semana.