Zumbido era un mosquito
pequeño y soñador que vivía en un estanque rodeado de altos juncos y brillantes
flores de loto. Mientras los otros mosquitos se contentaban con revolotear sin rumbo,
Zumbido tenía un sueño muy particular: quería ser un gran bailarín.
Admiraba la elegancia
de las libélulas y la gracia con la que las ranas saltaban sobre las hojas, y
anhelaba moverse así de libre y ligero.
Cada vez que Zumbido
se preparaba para ensayar sus pasos de ballet, el resultado era siempre el
mismo. Se elevaba girando con todas sus fuerzas, pero en lugar de aterrizar suavemente
terminaba pinchando a alguien con su aguijón.
― ¡Ay! ¡Zumbido, ya basta!, gritaba una rana con el dolor que
le había producido el aguijonazo de Zumbido.
― ¡Otra vez no!, se quejaba una carpa, agitando la cola con
furia después de llevarse un pinchazo del mosquito.
Zumbido se sentía
terriblemente mal… No quería ser aguafiestas ni lastimar a nadie.
Estaba tan frustrado,
que en vez de bailar se escondía detrás de los juncos y suspiraba, sintiendo
que su sueño estaba fuera de su alcance.
Un día, mientras
Zumbido se lamentaba escuchó una melodía. Era el viento soplando a través de
una caña hueca, creando un sonido dulce y melódico. Intrigado Zumbido, se
acercó y sin pensarlo empezó a emitir un sonido intentando recrear el sonido
del viento.
Descubrió que podía
variar el tono y la intensidad de su melodía, creando notas altas y bajas… De
pronto, su frustración se desvaneció.
Se dio cuenta de que
no necesitaba intentar hacer ballet para sentirse bien. Había descubierto que
su verdadera pasión no era el baile, sino la música. Con su aguijón que antes
solo servía para molestar, ahora lo movía con gracia al son de la música que
creaba.
De esta forma,
Zumbido dejó de lado su sueño de bailar y se dedicó por completo a la música.
Perfeccionó su técnica y pronto se corrió la voz en el estanque sobre un
mosquito que no picaba… Sino que tocaba música.
La rana que una vez
fue su víctima, lo invitó a unirse a la “Orquesta del Pantano”. Zumbido se convirtió
en el solista de la orquesta, utilizando el sonido que creaba para tocar melodías alegres
y rítmicas.
Todos bailaban
poseídos por el ritmo… Mientras el pequeño mosquito que soñaba con ser
bailarín, se convirtió en el mejor trompetista de todos los alrededores,
haciendo que todos danzaran al son de su dulce y melódica música.
Y colorín colorado, este cuanto se ha acabado , plas,plas, plas. Aquí me tienes como una niña escuchando ese sonido de Zumbido ajajá.
ResponderEliminarMu bonito, me quedo con esa moraleja que leo entre líneas, y es que no hay que flagelarse si algo no nos sale bien, siempre habrá algo en lo cual seamos hábiles y podemos ejercitarlo para sentirnos felices.
Bueno, pues, ya tenemos otro cuento más , para poder contar a los más peques y mayores. A todos nos gusta que nos cuenten cuentos.
Un abrazo, y muy feliz fin de semana.