En un pequeño pueblo rodeado de bosques, vivía un erizo llamado Rombito. Era un erizo adorable, con una carita redonda y unos ojos grandes y curiosos. Sus padres lo querían con locura y siempre intentaban llenarlo de besos, pero Rombito tenía un problema: era increíblemente tímido y cada vez que sus padres se acercaban para darle un beso, Rombito avergonzado y con rubor en sus mejillas, agachaba la cabeza y su pequeñas púas, aunque suaves la mayor parte del tiempo al ponerse nervioso se ponían de punta, ¡pinchando a cualquiera que atreviese a acercarse demasiado para darle un beso!
Esto entristecía mucho a Rombito. No quería
pinchar a sus padres, solo quería sentir el calor de sus besos. Sus papas
también se sentían un poco apenados, aunque nunca jamás se enfadaban con el
porque los pinchara.
Un día el tío de Rombito el “Tío Agujas”,
llego de visita. El Tío Agujas era conocido en el pueblo por ser el mejor
peluquero de todos los alrededores, con, unas manos mágicas para cortar y
peinar cualquier tipo de pelo, ¡o en este caso de púas! Al ver la tristeza de
Rombito y la frustración de sus padres, el Tío Agujas tuvo una idea brillante.
−“¡No hay problema que una buena tijera no
pueda solucionar!”, exclamó con una sonrisa.
Con mucho cuidado, el Tío Agujas empezó a cortar las púas de rombito, dejándolas suaves y cortitas, especialmente las de su cabecita. Rombito se sintió un poco raro al principio, pero cuando sus padres se acercaron de nuevo pudo mantener la cabeza erguida. ¡Y por primera vez, sintió los suaves besos de sus padres en sus mejillas sin pincharlos! La alegría llenó el hogar, y Rombito se sintió el erizo más feliz del mundo.
Aunque sus púas volvieron a crecer con el
tiempo, gracias a su tío Rombito había tenido un rayito de esperanza. Y así con
el paso de los años Rombito creció, y aunque su timidez seguía siendo parte de
él, aprendió a manejarla un poco mejor.
Un día conoció a una hermosa eriza llamada
Espinita, que era dulce, paciente y que entendía perfectamente la timidez de
Rombito. Poco a poco, con sus palabras amables y su sonrisa contagiosa,
Espinita ayudó a Rombito a sentirse más seguro de sí mismo. Le enseñó que la
timidez no era algo de lo que avergonzarse, sino parte de su encanto.
Una tarde, mientras paseaban por el bosque
cogidos de la mano (o de la patita en su caso), Rombito sintió una nueva
valentía: Miró a espinita, sus ojos se encontraron y esta vez no agachó la
cabeza. Sus púas se mantuvieron suaves y su corazón latía con fuerza. Se
inclinó lentamente y con sus propios labios, ¡por primera vez, besó a Espinita!
Fue un beso tierno y dulce, lleno de todo el amor y la gratitud que Rombito
sentía.
Desde ese día… Rombito y Espinita compartieron
muchos besos, con la calidez y la
conexión que solo dos almas gemelas pueden encontrar. Rombito aprendió que la
verdadera valentía no estaba en no tener púas, sino en superar sus miedos y
abrir su corazón.
Alejandro Maginot
Bueno, bueno, te estás superando a ti mismo.
ResponderEliminarToda una delicia leer este cuento, es pura ternura.
Desde el principio hasta el final , mi perfección de este bello y encantador cuento es la timidez y el cariño de quien te rodea.
El amor, salvo esos obstáculos y pudo ser el erizo más feliz del universo.
Te felicito, y a seguir ofreciendo sonrisas con tus cuentos.
Un abrazo, y muy feliz jueves.