Hoy día lluvioso, viene a mi mente recuerdos de la infancia, cuando paseaba junto a mi padre por aquel angosto camino adosado a la rivera del Guadalquivir, la lluvia caía sobre mi pelo, resbalando por mis pestañas, dejándome entre ver como el gris del cielo envolvía hasta las pisadas encharcadas que íbamos dejando a nuestro paso.
La atmosfera era mágica, todo lo que nos
rodeaba estaba impregnado con aromas cálidos, el olor atierra mojada era el que
más resaltaba. Los cinco sentidos los teníamos a flor de piel, el tacto tan
sensible al roce de nuestras manos con la hierba mojada, nos iba dejando
recuerdos de otoños pasados, en los que siempre practicábamos el ritual de
pasear bajo la lluvia, tuviese la intensidad que tuviese. La música acompasaba
nuestros oídos, el son de la lluvia golpeando sobre las hojas de los árboles y
nuestras pisadas sobre los charcos iban dejando un son que solo surge en días
como estos, el revolotear de los pájaros buscando refugio entre las ramas nos
deleitaba y todo nos enmarcaba en un cuadro de leyendas fantásticas que
acrecentaban nuestro regocijo al contemplar la magia de la naturaleza.
Podría volver a la infancia mil veces, pero no
volvería a vivir esos días con la intensidad que los viví junto a mi padre. Como
recuerdo la figura de mi padre andando entre tarajes y hierbas mojadas, yo lo
seguía embelesado, como el guerrero que iba tras el Cid en silencio hacia la
batalla, con la misma fe y el mismo ahínco de saber que estando junto a él todo
estaba ganado.
Su imagen dibujaba la silueta del Quijote, y yo me sentía su humilde servidor Sancho, que nunca lo abandonaba en ningunas de sus aventuras, lo seguía por los sitios más inverosímiles, subiendo por la falda de nuestro castillo mágico, atravesando casqueros sobre el rio, explorando cuevas donde pensábamos encontraríamos la espada de Abderramán y buscando ruinas de ciudades encantadas.
Fui tan feliz acompañándolo y viendo como
envejecía día a día, sin perder un ápice de su fuerza, que hasta el último día
de su vida pensé que mi padre no podría morir nunca, pero murió, murió como un
héroe de nuestras batallas, sin dar una queja, sin desplomarse, lucido y
valiente hasta el final, esa fue la última lección que me dio en vida, la más
importante como afrontar a la muerte sin miedo y pensando que hasta esa última
guerra la tenía vencida.
Infinidad de veces intente hacer un retrato de
mi padre, pero fue imposible, como retratar al David de Miguel Ángel, o como
desglosar la música de Mozart, o como contar la historia de la humanidad, por
eso me limite solamente a contemplarlo, pensé que era el mejor retrato que le
podía hacer.
Nada más tengo que decir que todo lo que soy,
se lo debo a él y a sus enseñanzas, con el aprendí a crecerme ante las
adversidades, a encontrar refugio, a entender a los animales, a respetar
nuestro entorno natural, y a estar aprendiendo cada día, sobre todo ha como ser
mejor persona.
Me enseño muchas cosas, pero nos faltó tiempo
para haber aprendido muchas más, como a hablar con los animales, a leer en la
pizarra de la naturaleza, o tratar la madera con la misma delicadeza con que se
acaricia las manos de una mujer, y sobre todo a como navegar entre las
personas, el las entendía dándole a cada una lo que necesitaba, no tengo más
que decir que la gente se la acercaba buscando su amistad, todo el que lo
conocía se hacía su amigo, tuvo un poder de atracción hacia las personas que yo
nunca llegare a tener.
En realidad mi padre no fue solo mi padre, fue
el padre de todos, de mis amigos, de los pobres, de los enfermos de los
animales, incluso de las planta, el savia como tratarlos a todos y siempre
tenía una palabra amable para cada uno de ellos.
Cerrare las alabanzas hacia mi padre,
diciendo, que si todos hubiéramos llevado la vida que llevo mi padre y
hubiésemos tenido la mitad de su corazón, con seguridad, no padeceríamos ni
guerras, ni hambre, ni tendríamos tanta si razón con la política, las
religiones y el odio entre razas, viviríamos con seguridad en un mundo mejor,
más afable y más llano donde todo podríamos vivir en paz.
Fdo: Nadavepo.
Qué bonito....
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