domingo, 14 de febrero de 2016

Piel de naranja













  Tomabas café a toda prisa, llegabas tarde al trabajo. Es lo que imaginaba cuando te contemplaba en el bar, te veía desconcertada, atropellada y siempre  a contra reloj.

  Hasta aquel día no había tenido el valor de saludarte, ni tan siquiera haber roto el hielo con unos buenos días. Yo hacía conclusiones de cómo serías, estaba claro que no eras mi tipo de mujer físicamente, por lo menos es lo que pensé en aquel instante, aunque  noté  que había algo en tí que me atraía o por lo menos causabas curiosidad en mí.

  Cuando salías a toda prisa del local, tiraste mi abrigo al suelo, con la cabeza gacha  evitando  mirarme a los ojos, recogiste mi gabán y pidiéndome perdón me lo entregaste. Creí que era la oportunidad más audaz para conocerte, nada más lejos de la realidad. Antes de yo pronunciar  palabra, saliste del local como alma que lleva el diablo.

  Yo como imbécil quedé estático, empecé a preguntarme todas las chorradas que un tío gilipollas puede hacerse en esa situación:

― ¿Será muy tímida? O tal vez al no ir maquillada, le dio vergüenza pararse. También puede ser que al estar gordita tenga complejos, o quizás tiene novio. Podría ser que un capullo como yo no le interese.

  Así estuve debatiéndome mientras apuraba mi café, el caso es que después de tanto tiempo viéndola en los desayunos, la curiosidad me embargaba.

  Día tras día acudía a mi cita con el café del desayuno, pero ni rastro de ella. Así pasaron varias semanas, hasta que una mañana  y sin esperarlo apareció de nuevo, esta vez  no iba a perder la oportunidad de conocerla, al precio que fuese.

  Puse a trabajar la máquina del ingenio, a ver de qué forma le entraba, sólo se me ocurrió la estúpida idea de volver dejar caer mi abrigo al pasar junto a ella. No fué la mejor idea, con ojos de miedo se sobresaltó, yo rápidamente dije:

―Por favor no se asuste, soy un torpe, he dejado caer mi abrigo sin querer.
  Estando balbuceando estas palabras, ella se levantó marchándose a toda prisa  del bar.

―Joder he metido la pata hasta la rodilla, no se puede ser más tonto. Me respondía a mí mismo, en un estado de nerviosismo y vergüenza que me hizo abandonar el local en un suspiro.

  Ese día no me había dado cuenta de una cosa, pero cuando pude entrar en cordura y relajarme, vislumbré en mi mente los ojos con los que me miró y cómo todo su cuerpo se convulsionó al asustarla. No paré en todo el día en darle vueltas en mi cabeza a lo sucedido, no sé cómo, pero llegue a pensar que aquella chica tenía un grave problema con los hombres. En aquel momento no lo sabía, pero no me equivocaba.

  Yo seguí con mi rutina, siempre desayunaba allí al lado de mi trabajo. Pero de ella ni rastro, pasaban los días y yo perdía la esperanza de volver a verla, aunque os mentiría si no os dijera que la curiosidad me mataba por dentro, a la vez que estaba preocupado por ella.

  Ya casi olvidado todo, aquella mañana al entrar en la cafetería me llevé una grata sorpresa. Allí estaba sentada aquella mujer en su mesa de siempre, yo quede absorto, tuve que hiperventilar para meter mi cuerpo en cintura, no estaba dispuesto una vez más a dejarla escapar tirándolo todo por la borda.

  Una vez estuve totalmente relajado, me dirigí hacia su mesa.

―Por favor no se asuste. Dije con la voz más suave que pude poner.

  Ella levantó un poco su cara, pero sin llegar a mirarme a los ojos.

―No sé si se acuerda de mí, soy el imbécil que la sobresaltó la última vez que estuvo aquí. Quiero empezar de nuevo, sin tropelías, así que permítame pedirle perdón y darle los buenos días.

  Seguía sin mirarme directamente, por un momento titubeó, pensé que se levantaría huyendo de nuevo, pero sorprendentemente articuló con una voz casi inaudible.

―Buenos días, perdóneme usted a mí.

  Quede verdaderamente absorto, que musicalidad tenía en aquel pequeño susurro de voz.

―Le importa que me siente, si no es ninguna molestia para usted.

  Muy tímidamente respondió.

―Si no le importa no estoy preparada, ahora tengo que marchar quizás en otro momento.

  Yo casi egoístamente, por poco meto la pata, pues no quería que desapareciera de nuevo sin saber nada de ella, pero afortunadamente reaccioné  con mesura.

―Como usted lo desee, y por favor le ruego me perdone nuevamente.

  Casi en un acto reflejo y al levantarse de la mesa, cruzamos nuestras miradas.

―No es culpa de usted caballero, no tiene por qué pedir tantas veces perdón. Que pase usted un buen día.

  Esa fué la presentación y la despedida más corta de mi vida. Pero resignado acepté el destino.

  No sé, pero resetear mi mente para no verla en mis pensamientos me era imposible, no podía apartarla de mi cabeza. Su melódica voz martilleaba mis oídos durante todo el día, sus ojos pequeños con reflejos de melancolía se me habían incrustado en mi retina, hervía por volver a verla.

  Pasaron tres días que se hicieron eternos, pero por fin apareció de nuevo. Se iba a sentar en otra mesa, porque yo estaba sentado en la que a ella le gustaba.

― Disculpe  señorita, he ocupado su mesa pensando que ya no volvería, pero enseguida se la dejo libre para que se siente.

  Esta vez quedé sorprendido, al ver cómo me hablaba con algo más de seguridad en sí misma.

―Por favor, ni se le ocurra moverse, ya me siento yo en esta otra.

  En ese momento, no tuve otra alternativa que rogarle.

―Perdone que insista, pero le rogaría que se sentase conmigo, le debo una disculpa y le pido por favor que me acepte un café.

  Para nada esperaba que se sentase conmigo, pero como casi siempre el destino se volcó hacia el lado que menos esperas.

―De acuerdo, le acepto ese café.

  Aquella mañana estuvo sentada media hora conmigo, en la cual sólo hablamos de cosas banales. Aunque debo decir que había tocado alguna tecla en mí, lo sé porque la tuve todo el día en mi pensamiento.

  A raíz de ese día, solíamos tomar café juntos, y aunque sólo era media hora a mí me alimentaba para todo el día. Ya tenía claro, que me equivoqué al pensar que aquella mujer no era mi tipo.

  Conforme pasaban los meses, fuimos tomando confianza. Ella empezó a sincerarse conmigo.

―Tengo que confesarte una cosa, estuve casada durante cinco años.

  Antes de que entrara en más profundidad, le repliqué.

―No tienes porque contarme nada, de verdad que no.

―Quiero hacerlo, te lo debo. Así sabrás porque estuve tan reacia a conocerte al principio.

  Asentí, diciéndole. 

―Como quieras, si así te encuentras mejor, adelante.

―Cuando te ví por primera vez tenía pánico a los hombres, me costó tres años de terapia poder  enfrentarme a una conversación con alguien de distinto sexo, afortunadamente has sido tú el primer hombre con el que me sincero desde lo acaecido en mi matrimonio.

  Se detuvo un segundo y bebió un sorbo de agua, para continuar diciéndome.

―Cinco años de humillaciones, al principio fueron insultos como gorda, vaya pistoleras que tienes, tienes piel de naranja agria. Eres una inútil, no sirves para nada, todas estas cosas eran lo más liviano que me decía.

  Volvió a hacer una pausa, la garganta se le secaba y tenía que beber agua constantemente.

―De los insultos pasó a las manos, aún tengo guardada en el alma la primera bofetada que me pegó, simplemente por haberme pintado los labios para ir a por el pan.

  No pude más, en aquel momento me sentí lo más ruin del mundo, y solo por el hecho de ser hombre. No tuve más remedio que interrumpirla para decirle.

―Por favor, no continúes, no te martirices te lo ruego.

  Unas tímidas y amargas lágrimas brotaron de sus ojos. Yo continué, después de unos segundos catatónicos.

―Divina flacidez la de tu vientre, que será mi almohada en el sopor de la paz que me transmite una mujer como tú. Mágico tu vientre, que será el nido durante nueve meses de los hijos que me darás.

  Ella, abrió los ojos como nunca y siguió escuchándome, mientras su respiración se iba acompasando, dándome a mí la fuerza de seguir  argumentándole.

―No te imaginas, con qué locura sueño todos los días, el poder acariciar y besar tu piel de naranja. Sólo el hecho de ser madre, demuestra que eres sabia no sólo en tu capacidad, sino también en el interior de tu cuerpo.  

  Sus lágrimas se fueron cortando, absorta me contemplaba mirándome a los ojos sin evadir ni un segundo mi mirada. Yo no podía parar de decirle las cosas que hace tanto tiempo quería decirle.

―Soñar contigo cada día, desde mucho antes de conocerte ha sido un privilegio para mí, de esto podrás deducir lo que significa que te hayas hecho realidad, materializándote a mi lado.

  Esta vez, fui yo el que necesité un sorbo de agua para  poder continuar.

―Yo seré un borrador, que borrará de tu corazón esos negros recuerdos. Resetearé tu mente y volveremos a empezar juntos una nueva vida. Seré el almendro que florecerá para ti cada día, perfumando tu alma.

  Continué.

―Y si me lo permites, te amaré siempre como lo hacen los girasoles cuando le dan la mano al sol. Tus palabras, serán el bálsamo que cure las heridas, de todas las caídas que tuve antes de conocerte a ti. Cuidaré de tí, en cualquier extremo de la cuerda en el que te encuentres. Conseguiré que pises firme, por cualquier terreno por muy inestable que esté.

  Mientras yo hablaba,  ella me cogió las manos temblorosas de emoción y dijo:

― ¡Calla! yo también te amo, hace tiempo que borraste en mí todo lo doloroso de mi pasado. Empecemos hoy, lo que hace años llevamos soñando.

  Un abrazo juntando nuestras mejillas, fué el comienzo de una vida  que ya estaba escrita.




Nadavepo.






4 comentarios:

  1. Hola Alejandro , hoy tú relato me ha sorprendido gratamenten, pues has descrito con bastante tacto lo que por desgracia esta a la orden del día el maltrato de genero , pero no solo eso sino saber como alguien en este caso una mujer, puede llegar a superarlo con la ayuda de otro hombre que la haga sentir que ella con sus defectos y virtudes es todo lo que él necesita , esa autoestima que es tan importante para salir del bache a las que son sometidas .. una vez más enhorabuena por acordarte y escribir sobre el tema tan sutil-mente un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Angeles por tu comentario tan bonito, besos.

    ResponderEliminar
  3. No se que decirte son unas palabras muy bonitas para decir lo que sucede con muchas mujeres en estos días.
    Gracias porque me has hecho reflexionar y pensar en muchas cosas

    ResponderEliminar

Brisa