Viajaba en un viejo y deteriorado vagón, que
había partido de una lúgubre y triste estación. Al salir de un interminable
túnel, advertí que un ratón estaba
royendo mi corazón. Sobresaltado le grité:
― ¡Joder! ¿Qué haces pequeño roedor?
El
animal dejó de roer y mirándome a los ojos me dijo:
― Disculpe señor por mis malos modales,
permítame que me presente: Mi nombre es Antón, y soy el ratón que devora el
corazón de la ilusión. ¡Entre otras sensibilidades!
Asustado y casi petrificado por lo que estaba
oyendo, impulsivamente traté de aplastarlo con mis manos. Después de varios
minutos apretando, cuál fue mi sorpresa al levantarlas, ver al roedor tan
tranquilo observándome.
― De nada le servirá tratar de eliminarme, no
soy un animal convencional, soy algo parecido a lo que vosotros los humanos
llamáis, inmortal. Así que le ruego amable señor, que desista de hacer
esfuerzos inútiles por destruir, lo que ya usted tiene casi aniquilado.
Yo más asustado aún, tal cual hubiera visto
a un espectro, le replique:
― ¡Minúsculo
roedor!, no entiendo tu juego de palabras, ¿qué quieres decir cuando hablas de
“esfuerzos por destruir, lo que yo ya tengo casi aniquilado”?
― Muy señor
mío, no atendió usted a mis primeras palabras, si recuerda me presenté
alegando, que era el ratón que devorará el corazón de la ilusión. ¿Lo recuerda?
― ¡Pues
claro que lo recuerdo! Pero… ¿qué tiene
eso que ver conmigo?, yo a ti no te conozco y entiendo que tú a mí tampoco.
― ¡Por
supuesto! Usted no me conoce, pero yo a usted si, lo mismo que conozco a todas
las personas que viajan en este viejo vagón, al igual que a todas las que están
en cada andén, por el que pasa este sombrío tren.
Casi en un estado catatónico. Y esforzándome
cada vez más por comprender lo que estaba sucediendo, me apliqué para
preguntarle al roedor:
― ¿Cómo
puedes conocer a todas las personas? ¡Eso es imposible!
― Señor,
vuelve usted a pecar de ingenuo. Le he dicho que soy el ratón del corazón, que
aparezco, evaluo y devoro cualquier corazón humano, que haya perdido la ilusión
¡o cualquier otra sensación!
Otra vez, casi desesperado volví a la carga,
ya casi suplicándole.
― ¡Mira
ratón! ya está bien de tanta confusión, yo no entro en los cánones que me estás
describiendo, así que por favor déjame viajar tranquilo.
Antón me miró amenazante, y tocándose el bigote me
dijo:
― ¡Como osas
decir, que usted no entras en estos cánones! ¿Acaso usted no tienes corazón? ¿Acaso no se rige por la razón? Por mucho que
se quieras autoconvencer, encaja perfectamente en estos requisitos, al igual
que todo aquel que tenga corazón. ¿O quizás usted conoce a alguien que pueda
andar por la vida, sin el músculo impulsor?
Me sentía totalmente desorientado, ese roedor
me estaba volviendo loco, pero yo continué advirtiéndole:
― Escúchame
de una vez por todas ¡fastidioso ratón! claro
que tengo corazón. ¿Cómo no lo voy a tener? Pero no entiendo, como teniéndolo,
osas a devorármelo.
―Ya se
acerca usted al quid de la cuestión, sabemos los dos que usted tiene corazón,
pero ha olvidado como usarlo. Usted sólo recuerda la función primaria del
corazón, que es utilizarlo como motor de nuestro cuerpo, para realizar las
tareas básicas de mover nuestros órganos. Pero ha olvidado, que el corazón
tiene más de una función, de hecho tiene miles de funciones, entre ellas la de
mantener viva la ilusión, cosa que… usted reconocerá que le falta
Aquella mala bestia, había dado en toda la
diana, ¿cómo podía él saber que había perdido toda la ilusión?, no alcanzaba a
comprender, si lo que me estaba sucediendo era real o sólo un sueño.
― No puedo
negarte estúpido ratón, que quizás haya perdido algo de ilusión. Pero creo que
eso no es motivo para que me roas el corazón.
El roedor volvió a mirarme fijamente, con una
mirada inquisidora. Y como si estuviese muy enfadado conmigo, me volvió a
argumentar:
― ¡Vamos a
ver! Intentaré explicárselo lo más
claramente posible, para que usted lo entienda: Los seres humanos, sois un
componente de muchos sentimientos, amor, fe, odio, bondad, rencor, etc. Si por
la más mínima desviación del destino, os faltase tan sólo uno de esos
sentimientos, ya no seríais humanos completos; viviríais, pero renqueando de
uno de vuestros sentimientos que, al no utilizarlo, soy yo el que os lo
quitaría, pues ya no os serviría para nada. Bien sabe al igual que yo, que
usted perdió la ilusión hace siete años, normalmente sólo permitimos no usarlo
durante cinco años, pero fuiste uno de los elegidos por ser una buena persona,
y se le otorgó dos años más para ver si se recuperaba. Vimos que no, que había
perdido la ilusión por amar, por soñar, por viajar y por muchas cosas más, fue
en ese mismo momento y después de agotar el plazo que se le había otorgado,
cuando el comité se dio cuenta, que usted era un caso perdido.
No sabía por dónde tirar, aquel diablo con
cola me había puesto entre la espada y la pared, pero lo más doloroso es que
sabía perfectamente todo el proceso por el que había pasado. Así que,
encontrándome derrotado por los argumentos del diablo gris, le dije:
― Ahora
entiendo lo que me estás diciendo, pero… ¿qué culpa tengo yo, de no encontrar
de nuevo la ilusión? No creo que sea cuestión de vida, que se me castigue por
eso.
El roedor contesto tajante:
― ¿Cómo que
no es cuestión de vida? Su falta de ilusión, está agotando la fuente de otras
personas, porque usted lo está desaprovechando. Es en ese justo momento, cuando
entramos nosotros para equilibrar la
balanza; lo que a usted le falta, otro ser humano lo está esperando. Para que
lo entiendas mejor: es como un trasplante de órganos, un sentimiento muere en
usted, y se lo trasplantamos a otro, para que ese mismo sentimiento pueda vivir
en él.
Anonadado estaba quedándome, con lo que aquel
bicho bigotudo me estaba diciendo, aunque en realidad llevaba toda la razón. Si
yo me había quedado sin ilusión, era lógico que otro corazón disfrutara de
ella. Aunque aquello del trasplante me asustó en tal cuantía, que pasé de dialogar,
a rogarle a Antón.
― ¡Por
favor, pequeño ratón! Te ruego que me perdones, hasta ahora no había tenido muy
claro, qué es lo que querías hacerme entender. Pues te diré que ya lo entiendo
perfectamente, y como bien dices, es verdad que he perdido la ilusión, y que,
por lógica, entiendo que tendrías que extirpármela para donarla a otro corazón.
Pero si me permites, te argumentaré…
No me dejó acabar la frase, el roedor me
interrumpió abruptamente diciéndome:
― ¡Que me
vas a argumentar! ¿Os parece poco los siete años, que se le han dado como
oportunidad? ¿No le parece que es tarde, para añadir una sola coma más? Es
imposible que en diez minutos que llevamos de conversación, pueda usted mejorar
lo que ha agotado ya.
Aquel enano panzón no paraba de relatar, no
hacía nada más que recriminarme, hablaba y hablaba y no me daba una oportunidad
para poderme explicar. Hasta que de repente, por un resquicio de la ventana,
entró una mariposa volando, que chocó contra el bigote del ratón, esto lo dejó
tan descolocado, que por un momento calló. La imagen era tan graciosa que yo me
reí a carcajadas y tras ello aproveché para decirle:
― ¡Ahora que
por fin callas! Te diré que he recuperado la mitad de mi ilusión charlando
contigo pequeño ratón, por no decirte que he adquirido otro veinticinco por
ciento de ilusión, al ver cómo te hizo callar una mariposa multicolor. Me has
hecho sonreír, cuando hacía, y tú bien sabes, años que no sonreía. Así te digo,
que sólo me falta otro veinticinco por ciento para llegar a mi cien por cien de
ilusión; no creo que, con semejante dato numérico, no seas capaz de darme una
segunda oportunidad… y no devorarme ya, cuando me invade un setenta y cinco por
ciento de ilusión.
El roedor de panza blanca, apartó muy delicadamente
la mariposa de su estirado bigote, dejándola libre al dulce viento que entraba por la vieja
ventana. Una vez la liberó, me miró y me dijo:
― Si esto le
hubiera sucedido en el plazo de esos siete años, quizás podría haber hecho
algo. Pero como ya le he explicado, está fuera de plazo, así que no puedo hacer
nada por usted; y aunque pudiera el comité no os lo permitiría. La única
probabilidad que hubiera tenido, hubiese sido haber completado ese cien por
cien, y aun así lo tendría muy complicado.
Aquello me rompió el corazón, eché a llorar
desconsoladamente, fue en aquel momento, cuando verdaderamente me di cuenta de
todo lo que me había perdido en esos años, y ahora que había agotado el tiempo,
estaba más dolido aún, porque me quedaba una cosa muy importante por hacer, y
para ello necesitaba el poder de la ilusión. Cuando pude por fin mirar al ratón
a través de mis lágrimas, observé que me miraba con compasión, casi dolido por
todo lo que estaba sucediendo.
― Perdóname,
pero si me lo permite, a partir de ahora te tutearé ¡Deja de llorar por favor!
He hecho esto miles de veces y ninguno a los que he devorado el corazón me ha
llorado. ¿Sabes porque no me han llorado? porque ya se le había muerto el sentimiento de la
ilusión en su corazón, por eso no les preocupó que se lo devorará. Pero tu
llanto me conmueve, eso me indica, que a ti si te importa, que no quieres
perder la ilusión bajo ningún concepto, pero es tan difícil ya, que yo pueda rectificar,
que me pregunto ¿Qué es lo que te ha hecho llorar?
Sequé mis lágrimas con la manga de mi camisa,
miré al pequeño ratoncito, que para ese momento ya me parecía de lo más tierno,
y mirándolo ya resignado a lo que el destino me hubiera preparado, le dije:
― He llorado
porque sólo me quedaba una cosa por hacer, pero para eso me hace falta el poder
de la ilusión. Y aunque viajaba sin ninguna, conforme hemos ido hablando he ido
sumando ilusión, la cual me hace valiente para acometer, quizás la cosa más
importante que habré hecho en estos siete años perdidos. Con tu permiso te lo contaré:
Acudo a un encuentro, con una señorita que conocí a través de una prima,
siéndote sincero, no llevaba nada de ilusión, pero en este viaje y cómo has
podido comprobar, he ganado un setenta y cinco por ciento de ilusión; y al
llorar, he sumado ese veinticinco por ciento que me hacía falta, para llegar a
esa cita con un cien por cien de ilusión. Ahora de un sólo tajo has troceado
parte de mi corazón… sé que llegué tarde, pero aun así te pido perdón.
El pequeño ratoncito me observó, y después de
unos segundos mirándome con la cara compungida, sonrió. Estiró los brazos y
dándome un pequeñito abracito en mi dedo pulgar, reculó unos centímetros para
poder verme la cara y me dijo:
― Este gesto
que has tenido al final, me ha conmovido el alma que, aunque soy inmortal,
también tengo mi corazoncito. Te diré que no te quitaré ni un gramo de tu
corazón, te dejaré que sigas el viaje con la batería cargada de ilusión. ¡Pero
te diré una cosa! con esto que estoy haciendo, me estoy jugando mi puesto ante
el comité. Así que se lo ocultaré por todos los medios, ¡pero por favor! has de
prometerme, que no volverás a perder la ilusión.
― ¿Cómo
podría volver a perder la ilusión, si inicié este viaje por amor?, y tú me has
inyectado el resto de ilusión que me hacía falta, para no dejar de mover el
corazón en busca de más y más ilusión… allá donde se encuentre. Así que te doy
encarecidamente las gracias, mi querido y si me lo permites, apreciado ratoncito,
por darme esta definitiva oportunidad. Además, quédate tranquilo, puedes estar totalmente seguro, que no te voy
a defraudar.
― En eso
deposito toda mi fe, que no me defraudes, aunque sé muy bien que no lo harás.
Bueno el tiempo apremia, tengo muchas cosas que hacer, así que aquí me despido
de ti, pero antes de partir te diré… que la vida sin ilusión no es vida, y que
huyas de la oscuridad, porque es la antítesis de la ilusión. ¡Hasta la vista
querida amigo!
Despidiéndose de mí, el pequeño ratoncito
empezó a difuminarse hasta que desapareció. Sucedió todo tan rápido, que casi
no me dio tiempo de despedirme del ratón que me devolvió la ilusión.
Me has dejado pensativa, creo recordar otro gran relato tuyo de hace años que hablaba de un canto rodado, el cual le enseñaba a un hombre muchas claves de la vida, todo esto es para decirte que este cuento se le parece mucho, aunque aquí el protagonista con el permiso del ser inanimado del canto es un ratoncito que al menos tiene sangre caliente pero es igual de tierno y trata de salvar ese corazón que por algún motivo estaba falto de ilusión.
ResponderEliminarUn cuento donde nos viene a decir que por muchos sentimientos que se tengan, quizás la ilusión sea la base de las demás emociones.
Tengo que decirte que me gusta leerte en cuentos, porque siempre nos dejas claves para activar y poner en marcha las emociones, que al fin y al cabo son las que nos hacen personas.
Te diré para finalizar que Ilusión es la que nos dejas en tus textos, en ellos encontramos esa parte emotiva para ilusionarnos y seguir adelante ..
Un abrazo y que el ratoncito reparta siempre ilusión .
Efectivamente querida amiga, se asemeja mucho a mi otro cuento “El canto rodado” en él, al igual que en este último, trato de llevar a lector a reflexionar a través de una moraleja. Gracias por alabar este género, que según tú, se me da bien, el cuento es versátil en todas sus posibilidades, que aunque lo llamemos cuento, lleva mucha dosis de realidad. Nuevamente te doy las gracias querida Campirela, por este comentario siempre tan bien venido, además hagamos que nuestro estandarte sea la ilusión. Te deseo un resto de semana formidable.
EliminarTe mando un abrazo con todo mi cariño.
Sabes me he emocionado mucho al leerlo porque a veces las personas somos tan tontas que damos por sentado tantas cosas. A medida vamos creciendo la ilusión va muriendo en nosotros, nos volvemos materialistas, lo importante es trabajar, cubrir nuestras necesidades, el tener una relación aquí o allá, pero nos olvidamos de nosotros de lo importante de la vida, de ver la magia de un amanecer o atardecer, el buscar a alguien que nos acompañe a lo largo de nuestra vida pero que nos acompañe y sume, que crezcan juntos. Ahora es un cuento para reflexionar en lo que estamos haciendo mal y no solo el reflexionar sino el tratar de corregir.
ResponderEliminarLa vida es tan corta pero no se porque razón creemos que tenemos comprada nuestra existencia y nunca nos vamos a ir, debemos buscar aquellas cosas que nos hagan sentir bien ya sea con amistades, trabajos o no se un sinfin de cosas mas.
Mi proposito al leerte hoy fue recobrar mi ilusion, el quererme. Me encanta tu forma de escribir siempre te lo he dicho, nos invitas a seguirte paso a paso, sea el genero que sea, pero nos llevas siempre de la mano. Gracias por todo, de verdad.
Te mando un fuerte abrazo y un superbeso jajjajjajjajja. Creo te hice leer mucho jajjaajjajjajajjaja.
Gracias siempre a ti, querida Rocio. Sabes, tus comentarios me encantan, porque son una mezcla de realidad, aderezada con algún toque de humor, que siempre resulta fantástico. Efectivamente, como tu bien dices, al crecer vamos perdiendo la ilusión sana, sólo nos va quedando en menor cuantía, una ilusión materialista; quizás sea ese el motivo por el que siempre me comporto como un niño, lo hago seguramente intentando conservar la ilusión de la niñez. Te deseo un maravilloso resto de semana.
ResponderEliminarTe mando abrazos con mucho cariño.