lunes, 29 de septiembre de 2025

Sucio en su nuevo hogar

 


 La vida de Sucio dio un giro de ciento ochenta grados. De las calles y el abandono, pasó a tener un hogar cálido y lleno de amor junto a Joel y a su madre. Pero la adaptación no fue un camino de rosas. Sucio, acostumbrado a la libertad y a valerse por sí mismo, se sentía a veces un poco desorientado en su nuevo entorno, la cama suave, los cuencos llenos de comida y agua… y las caricias constantes eran algo nuevo y a veces abrumador.

 Un día Joel se sentó junto a Sucio, y acariciando su cabeza le dijo: ¿no te parece que es hora de cambiarte el nombre? Pues Sucio no te hace justicia. El perro agradecido asintió con un ladrido como queriendo dejar el nombre de Sucio atrás. ¿Qué te parece que te llamemos Titán? Más que nada por la fuerza que has demostrado al sobrevivir tu solo, en las tenebrosas calles de esta enorme ciudad… El perro miro tiernamente a Joel y nuevamente con un ladrido corto asintió, como diciéndole que estaba de acuerdo.

 Joel con su infinita paciencia fue su mejor guía. Le enseñó a jugar con la pelota, a caminar con correa por el parque, y a disfrutar de las sientas al sol. Lo más difícil para Titán era superar su miedo a los ruidos fuertes y a las personas desconocidas, sobre todo a las personas adultas. Cada vez que sonaba el timbre o alguien alzaba la voz, Titán se encogía y buscaba refugio bajo la cama de Joel.




 Un día, la abuela de Joel vino de visita. Era una mujer enérgica y ruidosa, con una voz potente y una risa estridente. Al ver a Titán, exclamó con alegría: “¡Qué perro tan simpático! ¡Ven aquí pequeño, que te dé un abrazo!”. Titán, aterrorizado se escondió debajo de la cama, negándose a salir. Joel trató de explicarle a su abuela la historia de Titán y sus miedos, pero ella con su carácter no lo entendía del todo.

 Joel, preocupado por el bienestar de Titán, tuvo una gran idea… recordó cómo la gominola había sido el primer paso para ganarse la confianza de Titán. Así que le pidió a su abuela que, en lugar de intentar abrazarlo, le ofreciera una golosina con suavidad y en silencio. La abuela, aunque un poco escéptica, accedió. Se sentó en el suelo con una galleta en la mano y esperó….

 Pasaron unos minutos tensos. Titán desde su escondite, olfateaba el dulce aroma. Poco a poco, con cautela asomo la cabeza, vio la mano extendida de la abuela, que se mantenía inmóvil. Se acercó despacio, tomó la galleta y regresó a su refugio para comérsela. La abuela sonrió… “¡Vaya, parece que tengo que ser más paciente con este pequeñín!”, dijo en voz baja.

 A partir de ese día, la abuela de Joel adoptó una nueva estrategia. En lugar de ser ruidosa y efusiva, se movía con suavidad y le hablaba a Titán con un tono de voz calmado. Le ofrecía pequeñas golosinas y… poco a poco, Titán empezó a salir de su escondite y a aceptar sus caricias. Descubrió que la abuela tenía manos suaves y que su risa ya no era tan aterradora… era la segunda persona adulta, después de la madre de Joel en la que confiaba.

 Titán aprendió que la paciencia y el cariño podían derribar cualquier barrera, incluso las que él mismo había construido. Y aunque siempre tendría un poco de su instinto callejero, ahora sabía que tenía un lugar seguro donde ser amado. La casa de Joel no solo le dio un techo, sino también la oportunidad de sanar su corazón y de aprender a confiar de nuevo.

 

  Alejandro Maginot


domingo, 28 de septiembre de 2025

Sucio

 




“Sucio” era el nombre con el que llamaban a este perro callejero, prueba viviente de lo cruel que puede ser el abandono de un perro. Lo llamaban así por su pelaje marrón y blanco sucio, abandonado por su dueño se había buscado la vida en las calles de la gran ciudad, comiendo las sobras que encontraba en los contenedores y enfrentándose a la dureza de un mundo que era cruel con él. Su corazón herido por el maltrato, se había llenado de desconfianza hacia los humanos.

 Sucio, se había refugiado en un solar abandonado, justo en la calle por donde pasaban los niños al salir del colegio. Cuando los veía el miedo y el resentimiento lo invadían. Les ladraba y le enseñaba los dientes, asustándolos para que no pasaran por la calle. Los niños aterrados, tenían que dar un rodeo enorme, lo que hacía que tardaran mucho en llegar a casa. Sucio con su aspecto desaliñado y su corazón roto, se había convertido en el guardián de la calle.  

 Pero un día todo cambió, salió del colegio un niño ciego llamado Joel. Este niño, al no poder ver los dientes de Sucio, solo escuchó los ladridos que para él sonaban como una invitación del perro. Sin miedo se acercó y le extendió la mano. Sucio, al sentir que el niño no lo veía, se dejó acariciar con un poquito de recelo. Joel le dio una gominola que llevaba en el bolsillo; Sucio que jamás había probado algo tan dulce, se quedó alucinado.

 Ese simple acto de bondad rompió el hielo. Sucio empezó a esperar a Joel todos los días con ilusión, y Joel con la sabiduría de un niño que ve con el corazón, le enseño que no todos los humanos eran iguales. Le dijo que había niños buenos y entre ellos algunos traviesos, y que no debía castigarlos a todos. Le pidió que dejara pasar a los niños, para que no tuviesen que dar tanto rodeo y llegaran a su hora a casa.




 Sucio, poco a poco empezó a confiar en los niños pero no tanto en los adultos. Los ladridos se convirtieron en suaves gruñidos y luego en juguetones gemidos. Día a día, se hizo amigo de todos los niños. Ellos en agradecimiento le llevaban comida y chuches… Y al final, a petición de Joel su madre acogió a Sucio en su casa. Y el perro abandonado, el guardián gruñón de la calle había encontrado, por fin, un hogar y una familia. Y su corazón, antes lleno de rencor, ahora estaba lleno de amor.

 

 Continuará…

 

 Alejandro Maginot 


viernes, 26 de septiembre de 2025

El solista de trompeta

 




 Zumbido era un mosquito pequeño y soñador que vivía en un estanque rodeado de altos juncos y brillantes flores de loto. Mientras los otros mosquitos se contentaban con revolotear sin rumbo, Zumbido tenía un sueño muy particular: quería ser un gran bailarín.

 Admiraba la elegancia de las libélulas y la gracia con la que las ranas saltaban sobre las hojas, y anhelaba moverse así de libre y ligero.

 Cada vez que Zumbido se preparaba para ensayar sus pasos de ballet, el resultado era siempre el mismo. Se elevaba girando con todas sus fuerzas, pero en lugar de aterrizar suavemente terminaba pinchando a alguien con su aguijón.

― ¡Ay! ¡Zumbido, ya basta!, gritaba una rana con el dolor que le había producido el aguijonazo de Zumbido.

― ¡Otra vez no!, se quejaba una carpa, agitando la cola con furia después de llevarse un pinchazo del mosquito.

 Zumbido se sentía terriblemente mal… No quería ser aguafiestas ni lastimar a nadie.

 Estaba tan frustrado, que en vez de bailar se escondía detrás de los juncos y suspiraba, sintiendo que su sueño estaba fuera de su alcance.

 Un día, mientras Zumbido se lamentaba escuchó una melodía. Era el viento soplando a través de una caña hueca, creando un sonido dulce y melódico. Intrigado Zumbido, se acercó y sin pensarlo empezó a emitir un sonido intentando recrear el sonido del viento.

 Descubrió que podía variar el tono y la intensidad de su melodía, creando notas altas y bajas… De pronto, su frustración se desvaneció.

 Se dio cuenta de que no necesitaba intentar hacer ballet para sentirse bien. Había descubierto que su verdadera pasión no era el baile, sino la música. Con su aguijón que antes solo servía para molestar, ahora lo movía con gracia al son de la música que creaba.

 De esta forma, Zumbido dejó de lado su sueño de bailar y se dedicó por completo a la música. Perfeccionó su técnica y pronto se corrió la voz en el estanque sobre un mosquito que no picaba… Sino que tocaba música.

 La rana que una vez fue su víctima, lo invitó a unirse a la “Orquesta del Pantano”. Zumbido se convirtió en el solista de la orquesta, utilizando el sonido que creaba para tocar melodías alegres y rítmicas.



 
Su música era tan contagiosa, que hacía que todos los demás animales quisieran moverse con ritmo. Las ranas saltaban al son de la música mientras croaban de alegría, las libélulas se deslizaban elegantemente al compás de los sonidos que emitía la “Orquesta del pantano”, y hasta las carpas se ondulaban con armonía.

 Todos bailaban poseídos por el ritmo… Mientras el pequeño mosquito que soñaba con ser bailarín, se convirtió en el mejor trompetista de todos los alrededores, haciendo que todos danzaran al son de su dulce y melódica música.

 

  Alejandro Maginot   


miércoles, 24 de septiembre de 2025

El burrito Pimpón

 




 En un prado verde, donde el viento jugaba con la brizna de las hierbas, vivía un burro muy especial llamado Pimpón. Era un burrito de pelaje gris claro, con unas orejas largas y una cola que movía con alegría. Pimpón era tan libre como el viento… corría, saltaba, y sobre todo, le encantaban las amapolas rojas que cubrían el prado como un manto de terciopelo.

 Pero Pimpón tenía un vicio difícil de controlar para el: amapola que veía, amapola que se comía haciendo desaparecer las flores de los tallos. Los aldeanos que vivían cerca de aquel prado, se daban cuenta de los destrozos que hacía Pimpón en dicho prado. Cada día que pasaba los aldeanos estaban más enfadados, pues las amapolas daban mucha vida y colorido al paisaje, además atraían a las abejas que luego polinizaban los  árboles frutales que rodeaban la aldea.

 “¡Pimpón, deja de comerte las amapolas!” le gritaban.

 Le riñeron un día si otro también, incluso lo castigaron sin alfalfa tres días seguidos, pero Pimpón no entendía por qué su pasatiempo causaba tanto revuelo entre las personas. Aun así el burrito seguía siendo igual de travieso.

 Un día un forastero llegó a la aldea. Era un hombre con barba gris, sonrisa amable y un zurrón lleno de hierbas y semillas. Los aldeanos cansados del burro, le contaron la historia de  pimpón y las amapolas al forastero.




 Este hombre de barba gris y sonrisa amable, se acercó al prado de amapolas, se sentó tranquilamente cerca de donde Pimpón pastaba. El burro se detuvo y con curiosidad se quedó pendiente de lo que hacia aquel hombre.

 “Pimpón”, le dijo el forastero con voz suave y tranquilizadora, “sé que te gustan las amapolas, pero tienes que entender que a los aldeanos también les gusta verlas florecer. ¿Qué te parece si te muestro otras cosas que puedas comer, cosas que no molestarán a nadie si te las comes?

 El burro empino sus orejas y lo miro con sus grandes ojos negros como el azabache. El forastero saco una rama de su zurrón con unas hojas tiernas y se las ofreció. Pimpón, desconfiado al principio, las olio y luego las probó masticándolas lentamente. ¡Guau! Se dijo el burrito, son deliciosas y están mucho más sabrosas que las amapolas.

 El hombre pasó los siguientes días caminando por el prado con Pimpón a su lado. Le enseñó a comer tréboles, a buscar las hojas más jugosas de los arbustos y a saborear las hierbas más frescas que estaban cerca del arroyo. Pimpón descubrió un mundo de nuevos sabores, descubrió que ya no necesitaba comerse las amapolas para ser feliz.

 Poco a poco, se creó un vínculo especial entre el forastero y el burro. Pimpón ya no corría alocadamente, siempre estaba cerca de su nuevo y mejor amigo y solo daba unos trotes a su alrededor para demostrarle  su alegría. Gracias a esto las amapolas volvieron a crecer llenando el prado de color rojo para la alegría de todos los aldeanos.

 Desde ese día, Pimpón dejo de ser “el burro travieso” y se convirtió en “el burro que siempre anda con el forastero”. Se volvieron tan inseparables el burro y el forastero, que su vínculo llego más allá de una amistad… como la mejor de las familias, estuvieron juntos para siempre.

 

 Alejandro Maginot


domingo, 21 de septiembre de 2025

Soledad

 




 El salitre se había convertido en el perfume de su vida, y el crujido de la madera, en la sinfonía que arrullaba sus noches. Huyendo de la asfixia de lo cotidiano, de los rascacielos que arañaban un cielo gris  y de la multitud que le pisaba los talones, Elías había zarpado hacia la inmensidad del pacífico. Su hogar era la Aurora, un pequeño velero que lo llevaba a la búsqueda de una soledad casi mística, esa que solo el océano puede ofrecer.

 Su rutina era un remanso de paz: el sol saliendo por la popa, la brisa  marina sobre la cara y el ritual sagrado del café de la primera hora del día. Una mañana, mientras el sol teñía de oro las aguas, Elías se dispuso a preparar su café. Lleno la cafetera, molió los granos con cuidado y espero que el aroma familiar se esparciera por toda la cabina. Pero al verter el líquido negro en su taza, algo fuera de lo común ocurrió.

 Del denso vapor que se elevaba de la taza, no surgió el aroma de siempre, sino la silueta etérea de una figura. No tenía más que unos centímetros de alta, pero sus formas eran perfectas. Una pequeña mujer, con el pelo hecho de hilo de humo y ojos que parecían dos gotas de café, se posó en el borde de la taza. Elías, incrédulo, se froto los ojos, pero la figura seguía allí. La ninfa lo miro con una picardía inesperada y, con una voz tan suave como el susurro de la brisa, le hablo.

−Sé que buscas la soledad, Elías, pero no puedes escapar de lo inevitable. Me he quedado fascinada por tu viaje, por tu búsqueda. Si me dejas, me transformare en tu compañera de vida. Creceré con cada amanecer, con cada milla que recorramos, hasta convertirme en una mujer de carne y hueso. Estaré a tu lado,  en los días de calma y  también en los de tormenta ¡pero tan solo si me lo permites!

 Elías guardo silencio. ¿Estaba la soledad que tanto anhelaba intentando engañarlo? ¿Era un espejismo de la soledad del océano? La ninfa, como si pudiera leer su mente, sonrió y salto al café, desapareciendo en un remolino. Solo quedó el aroma,  esta vez… más intenso que nunca.

 Dubitativo, Elías decidió esperar, observando siempre con cautela. Con cada taza de café que preparaba a lo largo del día, la ninfa se mostraba, un poco más grande cada vez. Al atardecer, su estatura ya era la de una niña pequeña. Elías la miraba fascinado. Era cierto, no se trataba de un sueño, sino de algo parecido a un milagro. Su soledad se había roto, pero no de la forma en que huía del mundo.

 A la mañana siguiente, al preparar la primera taza del día, la ninfa ya era una adolescente. Se sentó a su lado, tan curiosa como él, preguntándole por cada estrella y cada pez que veían. Elías le enseño a navegar, a leer las cartas de navegación, y en definitiva a entender el lenguaje del mar. Día a día, en cada sorbo de café, la ninfa crecía, llenando la cavidad del velero de risas y conversaciones.

 Llegó un día, en el que Elías se sirvió el café como siempre, pero de la taza ya no salió la magia del humo de las veces anteriores. Elías asustado, se levantó y se giró. A su lado, había una mujer de pelo castaño, ojos color café y una bella sonrisa que Elías ya conocía. Su ninfa se había convertido en una bella mujer. Con una voz profunda y melódica, la ninfa le habló.

−Mi amor, he crecido. Y ahora como te prometí soy tu compañera.

 Elías, con los ojos llenos de lágrimas, sonrió  temblorosamente. Por fin había encontrado una compañera que no le asfixiaba, que no lo condicionaba, una mujer que había surgido de la inmensidad del océano y del silencio de su alma. Había huido de las masas para buscar la soledad, pero jamás se le paso por la imaginación encontrar a la persona que lo complementaria, e ironías del destino… en la búsqueda de una soledad a medio gas, había encontrado un amor para la eternidad.

 

     Alejandro Maginot

 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

París

 




 



 Te valoré, como si fueses en ti misma la ciudad de roma… sabiduría, belleza y  cultura.

 Te quise, como si Atenas hubiera dejado en ti la impronta de la humanidad… huella, género y hermandad.

 Te adore, como los turistas adoran Madrid o Barcelona Cuando las descubren…Y cuando se marchan se preguntan ¿Cuándo podremos regresar?

 Te veneré, como todo dueño venera su casa de puertas azules y paredes blancas… en las maravillosas islas canarias.

 Te necesite, como Venecia necesitas sus canales… para que transiten las góndolas de negro lacadas.

 Te extrañé, como los tunecinos extrañan las arenas del Sahara… cuando de su tierra se marchan.

 Te admire, como napoleón admiro las pirámides a su llegada a Egipto. Tan colosales que nadie hubiera pensado… que estaban allí antes de que naciera Jesucristo.

 Te amé, como se ama París cuando paseas por los Campos Elíseos… Ciudad de la luz, ciudad del amor, ciudad sin sentido si no paseas junto a tu amor.

 Pero todas estas sensaciones se me derrumbaron, cuando te marchaste dejándome  una flor entre las manos… Sin saber ¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¿Dónde nos equivocamos?

 Y cuando de ese mal sueño desperté, no tuve más remedio que preguntarme… ¿nos quedara parís? O jamás volveremos a amarnos.

 

  

          Alejandro Maginot

 

 

martes, 9 de septiembre de 2025

El diapasón

 



 

  El metrónomo sobre el piano, no marcaba el tempo de la partitura si no el ritmo de mi corazón.

 ¡Ay de mí!

 Odioso metrónomo que marcas el ritmo acompasado cuando amas… y desbocado cuando alteras el amor.

 ¡Ay de ti!

 Que huyes cuando la rima se ha roto y te escondes detrás  de un si bemol.

 Corazón roto, como cuerda de piano oxidada por la triste melodía… que tantos años interpreto.

 ¡Ay de mí!

 Como de frágil puede ser la nota, que cuando te conocí me fascino… rombo, cuadrado o quizás un diapasón.

 ¡Ay de ti!

 Que crees que todo se basa en seducir… para luego sin piedad destruir.

 Amor, no carrera por atrapar, para luego si no te interesa… como lastre soltar.

 ¡Ay de mí!

 Que no se subir por la escala musical, que como elefante a cada paso… la fragmento como lamina de cristal.

 ¡Ay de ti!

 Que en el espejo te contemplas, como si no fueses a envejecer… como grajo que se borra con un simple pañuelo de papel.

 Clave de sol que no rojo clavel… que se diluye en las lágrimas que por ti derrame ayer.

 

 Alejandro Maginot

 


domingo, 31 de agosto de 2025

Locura

 




 Salí al balcón y contemple el mar que como purpurina lanzaba estalas luminosas sobre la arena, mágico me pareció aquel momento… aunque más mágico fue mirar hacia nuestra cama y ver tu cuerpo tiznado por el sol.

 Abrace mis pensamientos recordando lo que había sucedido aquella noche, todo lo que me rodeaba se volatizo en un instante cuando te abrace, tu magnetismo hizo que mi mente desconectara del mundo para evadirme cual muerte celestial de todo y de todos.

 Solo tú… pues ni yo creía ser algo formado de materia, me sentí como aire compuesto simplemente por el oxígeno que se esconde en las gotas de roció del amanecer.

 Si me hubiese sentido un ser mortal, pensaría que había estado en una locura transitoria, pues ni daba ni quitaba crédito a lo  que tu respiración producía sobre mis poros rellenos de agua salada… maremotos que convulsiones de placer me provocaban.

 Era oro lo que relucía o tus ojos clavados en mi corazón, como se te clava  en el alma… la más bella de las poesías.

 Y al amarte, en cada suspiro me sentía como aviador que remonta esa montaña rusa de nubes blancas… que sobresaltan en la noche y parpadean por la mañana.

 Y me enriqueces… con solo pronunciar unas palabras, que retumban en mi corazón como eco en la montaña, trasladándome de árbol en árbol sin tener que trepar por sus ramas.

 Y ahora en este mismo instante, si un puñal me clavaran… ni sentiría, ni padecería, ni sufriría, pues cogido a tu mano me siento en el nirvana.

 Llore, y también adolecí por muchas causas, como cualquier persona que sobre la tierra anda. Pero a tu lado todo quedo en el olvido… porque me has tatuado a sangre y fuego dos palabras “amor y esperanza”.

 

   Alejandro Maginot


miércoles, 12 de febrero de 2025

El escondite

 




 Te busqué bajo la cama y no estabas.

 Te busqué detrás de la cortina y no aparecías.

 Te busqué bajo la mesa de té y no te encontré.

 Te busqué en el balcón y solo aire apareció.

 Te busqué en el armario y ya me estaba desesperando.

 Pues nunca me ha gustado jugar a ese juego, por miedo a que en un mal sueño no aparecieras.

  Y sólo jugaba a él porque a ti te encantaba… pues cuando te encontraba temblaban hasta los cimientos de la cama.

 Te busqué en la terraza y ya perdía la esperanza.

 Te busqué detrás del sofá y ni tu aroma pude detectar.

 Ya no sabía dónde buscar, así que salí al jardín y te busque entre las plantas para no perder la esperanza… ¡pero nada!

 Estaba en tal estado de nerviosismo inusitado que grite para estar a tu lado… no hubo respuesta, en ese momento casi pierdo la cabeza.

 Por fin mire hacia el fondo del jardín, y en una corazonada de lo más acertada hacia las flores corrí… y como una más entre ellas te encontré.

 Las lágrimas se me saltaron y te pegue el mayor de los abrazos, como no queriéndote perder ni en ese momento ni en el tiempo.

 Te besé, te abracé y te mimé como si no hubiera un mañana, mientras tú te preocupabas… pues notabas de qué forma tan amarga temblaba, como un niño que al llegar a la vida no respira hasta que le dan dos palmadas.

 

 Alejandro Maginot   

 


martes, 4 de febrero de 2025

Fotografía


 

 


 Fotografié una playa, fotografié un pájaro carpintero,  fotografié un girasol y lo más importante… fotografié tu sombra bajo el sol.

 Y yo necesito muy poco para excitarme contigo, con sólo fotografiar tu sombra me pongo loco perdido… y si por mi nariz entra tu olor corporal ¡ni te digo!

 Mi imaginación te tiene en todo momento presente, aunque no estés conmigo… por eso al piano me siento sólo y acompañado sólo contigo.

 Vuelo a ras del suelo, porque para mí estar tumbado a tu lado es como estar en el cielo… vertiendo néctar sobre tu cuerpo.

 Somos diferentes a toda la gente, no porque seamos mejores ni especiales… es porque somos naturales.

 El gato maúlla, el perro ladra, yo grito de asombro porque me encantas… que bonito es junto a ti, no perder la esperanza.

 Te doy mi desvelo para que duermas plácidamente en nuestra cama, mientras yo velo por tus sueños de hada, quiero que cuando despiertes… me des ese beso que me convierte de rana en príncipe o de príncipe en rana, me da igual siempre que duermas en nuestra cama.

 Alucino al ver tu reflejo en el cristal de la ventana, imagina cuando te miro a los ojos cual loca se vuelve mi alma… me da igual ser tu príncipe que tu fantasma, o tal vez de tu cuento esa bonita rana.

 Arranca mi corazón como si de tu scooter se tratara, para varear tu sexo y dejar que todas tus fresas caigan… mientras las embadurnamos con mi dulce nata blanca.

 Y terminare dejado sobre la almohada una carta, ya que salgo a trabajar y no quiero perturbar tu lindo sueño. Así cuando despiertes leerás del día mis primeras palabras, y estas dirán: no te preocupes amor, no se me olvidara traerte lo que anoche me dijiste… la botella de aceite y el kilo de patatas.

 

  

 Alejandro Maginot

 


jueves, 23 de enero de 2025

Árboles




 


 Salpícame con tu sabia, dime de tu indignación, arrójame todo tu dolor, háblame de tu impotencia y frunce tu seño con toda la razón.

 Entiendo tu postura y como yo muchas personas, aunque también reconozco que no somos una mayoría… y si me lo permites te pondré voz:

 Estamos despreciados y nos sentimos infravalorados, además de esa impotencia de no tener pies para huir de vosotros, pues con una sola cerilla… irónicamente hecha de madera y sacada de nosotros, nos prendéis fuego sin piedad sabiendo que aportamos oxígeno para que podáis respirar.

 No quiero hablar de estadísticas ni de tantos por cientos, pero si no nos protegéis vuestra propia tumba cavareis… y con el atenuante de que no tendréis un ataúd de madera para compaginaros con la tierra.

 Desagradecidos y más que humanos os llamo marranos… pues de basura nos rodeáis y a la misma vez que a vosotros nos asfixiáis.

 Y os hacéis llamar civilizados, cuando son los animales los que nos cuidan y vosotros nos aniquiláis… como a las hormigas cuando las pisáis.

 Somos árboles, y no os dais cuenta que somos vuestra fortuna… pues os damos de comer y regulamos la temperatura.

 Y no os digo nada más… seguid destruyéndonos y solo desierto os quedara.

 

 Alejandro Maginot


domingo, 19 de enero de 2025

Lo máximo

 




 

 Mi Reina… fiera entre las fieras y hada entre las hadas, que me haces intuitivamente coger los frutos de tus ramas.

 Mi Reina… tan libre en la vida como en un tablero de ajedrez, donde nadie te puede detener.

 Mi Reina… que haces que como el tronco de un olivo me retuerza, cuando en mi ombligo metes tu lengua.

 Mi Reina… que de las cabañas a los palacios me elevas, mientras en el camino como Aladino en su alfombra levito.

 Mi Reina… que de burbujas de regaliz llenas mi boca, cuando con tu flexible lengua la rozas.

 Mi Reina… que con solo un abrazo mi cuerpo como marioneta dislocas, mientras mis rodillas de pura pasión se aflojan. 

 Mi Reina… loca en tus decisiones y llena de bonitas aspiraciones, mientras conviertes en carrozas a calabazas y ratones.

 Mi Reina… te adoro aunque vayas descalza, porque por donde andas las flores armoniosamente y al unísono cantan.

 Reina destronadora de reinas, amapola en el núcleo del sol… “te amo amor”

 

  Alejandro Maginot


jueves, 2 de enero de 2025

Luces

 






 Rodea mi cuerpo con tus brazos como lo hacen las luces de colores con el árbol… de navidad.

 Y apriétame tan fuerte, que me dejes apretujado como si te sentaras sin querer… en un mantecado.

 Quiero que me arrees impetuosamente, como si fuese un reno tirando de tu blanco… trineo.

 A sorbos has de beberme, como si fuese el líquido dorado con el que brindamos cuando entra… el nuevo año.

 Y si quieres desangrarme de felicidad, escríbeme una tarjeta por navidad… mejor que sea una postal.

 Y si por algún volunto quieres mandarme un regalo, mándamelo con los reyes magos, que no quiero perder nuestras tradiciones y me lo regale un tío vestido de rojo… con los calzoncillos blancos.

 Yo te prometo aportar un abeto, pero de plástico del bueno y con bolas de goma, que no quiero dañar a la naturaleza… ni en broma.

 Y para hacerte feliz, saldré en la cabalgata de reyes vestido de campana… mientras tú te ríes desde tu ventana.

 En el momento en el que entre el nuevo año, te regalare un vestido blanco mientras yo me auto regalo un delantal para hacerte una ensalada… con aceitunas peladas.

 Y si con estas líneas no te hago reír, vete a tomar viento mientras yo me bebo un refresco… de cola.

 Así que feliz año, que yo sigo navegando en una lata de sardinas mientras busco las llaves de casa… en el fondo del mar.

 A disfrutarrrrrrrr

 

 Alejandro Maginot.



Sucio en su nuevo hogar