El cielo estaba de un azul tan profundo que cegaba mis ojos que miraban hacia arriba.
Mi boca tenía un ligero sabor a sangre fresca y a la derecha de mi cuerpo, un señor encapuchado de negro me miraba fijamente.
A lo lejos oía al gentío dar gritos y aplausos acaloradamente, pero la nebulosa de mi mente estaba en otro lado. En un jardín donde besaba los labios de un triste amor.
Y ahora me he dado cuenta de la cruda realidad, mi cabeza está en un cesto de mimbre.
Nadavepo.
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