Una
vez más, me siento ante el ordenador.
Abro
la última conversación que tuvimos.
Son
palabras que he sido incapaz de borrar aún.
De
ellas se deduce, que se ha acabado nuestra historia de amor.
Una
historia que por lo menos para mí, era hermosa y yo pensaba que inacabable.
De
repente sentí la necesidad de añadir algunas letras, suplicándote, rogándote,
implorándote.
¡Pero
no fui capaz!
Lo
único que conseguí fue derramar unas lágrimas.
Una
de ellas cayó en el teclado sobre la letra D.
Aquello
me pareció una premonición, D de desamor, desazón, dolor.
Lo
que jamás entenderé fue tu punto y final, lo vi abstracto, surrealista.
Seguramente
tú como autora de ese final lo entendías perfectamente, en definitiva era tu
obra.
Pero
yo neófito en arte surrealista y absurdo, no entendí nada de nada.
Quede
anclado al vapor de la desesperanza y navegando sin rumbo.
Hasta
que un día, una buena amiga me dijo que visitara el museo de la vida, un museo
según ella lleno de cuadros realistas con toques de frescura y coherencia.
Y
tenía toda la razón, los cuadros que allí se pintaban tenían una gama de
colores interminable.
Aquel
día borre la última conversación que tuve con una artista, absurda en sus
formas y con finales abstractos.
Nadavepo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario