Quiero narrar con toda la brevedad del mundo
este relato. Porque, aunque tiene poco verso y menos prosa, quiero ir directo
al corazón de esta historia.
Sucedió en tiempos modernos, pero la situaré
en tiempos de Quevedo, porque ella era una dama y él, aunque tachado de
villano, era todo un caballero.
Un día gris, dos jóvenes caballeros tropiezan
a la salida de una taberna…
― Ruego a
Dios, que me pidáis perdón caballero, por haberme pegado tal achuchón, que casi
me arranca la abotonadura de mi jubón.
― Mi señor,
discrepo con lo que dice, pues lo que ha acontecido, es que vos me ha
arremetido sin mirar, casi dejando caer las plumas de mi sombrero, al mugriento
y grasiento suelo.
Estando en esta debacle, ambos caballeros
alzaron la mirada, al verse las caras uno de ellos respondió:
― ¡Por amor
de Dios! Rodrigo, ¿no me reconocéis?
― ¿Marcelo?
¡No puedo creerlo! Pensé que estabais en Ávila, mi estimado amigo.
― Regresé
hace dos años, ahora resido en el palacete de mis padres, cerca de las
atarazanas al lado de la Torre del Oro. ¡Pero que ilusión volver a
reencontrarnos estimado Rodrigo!
― Esto ha
sido una grata sorpresa, mi leal amigo, ¿Cuántas cosas has de contarme? Deseo
oírlas todas, será un placer escuchar las aventuras de vuestros largos viajes.
― Pues si
estáis dispuesto, os diré que mi familia me espera para almorzar, así que no os
podéis negar, quedáis invitado a dicho almuerzo, así no perderemos el tiempo de
poder parlamentar.
Partieron dichos amigos, marchándose de la
taberna a casa de Marcelo, mientras por las callejuelas, fueron contándose de
aquel grato rencuentro.
Una vez presentado Rodrigo ante los padres de
Marcelo, éstos buscaron en el jardín un banco, donde sentaron esperando la hora del almuerzo.
― Decidme
estimado Rodrigo ¿Qué es de vuestra vida?
― Hace un
año que regresé de los Tercios, y después de unos meses en Zaragoza,
decidí regresar a Sevilla, pues me
ofrecieron un trabajo como recaudador de impuestos.
Estando en esta conversación, aparecieron por
el fondo del jardín dos damas, que, rodeando la fuente central, se dirigieron
hacia ambos caballeros. Marcelo y Rodrigo al ver llegar a sendas damas,
pusieronsé en pie, prestos a inclinarse ante tan virtuosas señoras.
― Rodrigo,
os presento a mi hermana María, ojito derecho de mi padre. Y a Mercedes, dama
de compañía de mi querida hermana.
María sonrió, mientras Rodrigo besaba su
mano. La dama de compañía observaba la reverencia entre una mirada
interrogadora.
― Es un
honor señora conoceros, Marcelo me había hablado tanto de vos que, aunque quise
componerme una imagen suya, quedo distante mi pensamiento de lo que ahora veo.
― ¿Es para bien
o para mal, esa realidad Señor Rodrigo?
― No ha de
dudarlo señora, siempre imaginé la mitad de lo que usted es, pues la realidad a
veces nos puede sorprender.
― Eso me
agrada señor, y no haga caso a todo lo que Marcelo le haya contado de mí. Pues,
aunque yo sea el ojo derecho de mi padre, él lo es de mi madre.
Hubo un largo silencio, donde Rodrigo y María
sostenían sus miradas hipnóticamente, tal fue así, que Marcelo tuvo que romper
aquella escena diciendo:
― La comida
estará lista, ¿Qué os parece si entramos?
Estando la mesa completada, anfitriones e
invitado, mantenían una animada conversación, mientras degustaban los
magníficos manjares de tierras andaluzas Rodrigo trataba de responder a todo lo que se
le preguntaba, aunque sus ojos no perdían de vista los sutiles movimientos que
María hacía en la mesa.
Acabado el almuerzo y mientras los caballeros
tomaban el coñac de la sobremesa, María se acercó al grupo de los tres hombres
y pregunto:
― ¿Estáis
cómodo señor Rodrigo?
― Claro que si
mi señora, estoy encantado en la compañía de vuestro padre y hermano.
Ella sonrió
mirando a su padre, hizo una mueca de complicidad hacia éste y le argumentó:
― ¡Padre! Con vuestro permiso os
arrebataré a Rodrigo, me gustaría enseñarle las caballerizas, para mostrarle
vuestro caballo favorito.
Ambos salieron de la estancia, siempre acompañados por su dama de
compañía Mercedes. Recorrieron la galería y atravesaron los jardines hasta
llegar a las caballerizas.
Cuando llegaron a las cuadras, mercedes observo que Rozne, el caballo de
su padre no estaba en su cubículo, así que pregunto a un encargado de los
establos donde estaba el caballo de su padre, a lo cual éste respondió:
― Creo que el pura sangre, se
encuentra en el vallado, mi señora.
De esta forma los tres se dirigieron al corral, Rodrigo y María
encabezaban el paseo charlando animadamente, mientras Mercedes los seguía sin
perder detalle a cada gesto de la pareja. Cual fue la sorpresa al llegar al
corral, cuando los tres pudieron ver al pura sangre montando una yegua. Las
damas quedaron ruborizadas y sin palabras, como la escena se tornaba algo
violenta, Rodrigo habló rompiendo el silencio:
― Bueno mis señoras, no han de
ruborizarse por la monta del animal, bien es sabido que estos han de procrear
para dar buenos potros.
Mercedes seguía tapándose los ojos, ocasión que María aprovecho para dar
un furtivo beso a Rodrigo, continuando la conversación con las siguientes
palabras:
― Como usted bien dice señor, la
naturaleza ha de seguir su curso, no somos nosotros quienes paremos lo que Dios
puso en la tierra para procrearse. Pero creo que para Mercedes sería más cómodo
que nos marchásemos de los establos. Así mi querido señor, ¿qué le parece, si
le muestro el lago donde a veces me entretengo escribiendo poesía?
Mientras María no paraba de hablar, Rodrigo imaginaba que la atracción
entre ambos, surgió nada más mirarse a los ojos, pero aún así había quedado absorto en un sólo pensamiento…
¿que había significado aquel furtivo beso, recibido por tan bella dama?
La tarde siguió plácidamente, llegaron al estanque y la pareja se sentó
en un banco al borde del agua, mientras Mercedes quedó leyendo un libro en un
banco al otro lado del estanque, siempre con visión de la pareja.
Una vez quedaron lejos de la dama de compañía, Rodrigo que se sentía
observado por ésta, aprovechó la distancia a la que había quedado dicha dama,
para poder hablar con tranquilidad con María.
― Mi señora, ya sabemos la
función de las damas de compañía, pero… ¿no cree usted, que la suya es muy
celosa de sus funciones? No hemos tenido un minuto hasta ahora para poder
intimar.
María se rió sin poder evitarlo, cuando pudo contener la sonrisa,
comentó al caballero:
― Mi señor, perdóneme que me ría,
pero me hizo gracias como expuso usted lo de las damas de compañía. Es cierto
que ya sabemos cuál es su función, ella sólo realiza el trabajo que tiene
encomendado, pero le diré que en este caso soy afortunada. Mercedes más que una
dama de compañía, es una amiga en la que puedo confiar, guarda mis secretos con
celo, así que tranquilos señor Rodrigo, puede confiar en ella plenamente.
Aquella tarde noche, fue el principio de una historia que más adelante
se desvelará. Lo que, si es cierto, es que todas las visitas posteriores al
palacete de Marcelo, no las hizo Rodrigo para ver a su estimado amigo, fueron
para ver a María. Los padres e incluso el hermano, veían con buenos ojos esta
relación, que aunque no formalizada del todo, si estaba iluminada entre
bambalinas.
Pasaron los días con la relación viento en popa, más para María que para
el propio Rodrigo, pues ya a estas alturas, él empezaba a cuestionarse sus
sentimientos.
Una mañana, Rodrigo recogió en su carruaje a María y a su dama de
compañía, tenían la idea de pasear por el mercadillo de la rivera de Triana. Un
mercadillo lleno de colorido, donde daba gusto pasear al fresco del rio
Guadalquivir y en el que se podía encontrar cualquier tipo de mercancía, desde
especias de las indias hasta la más delicada tela de seda de la china.
― Hoy hace un día espléndido,
¿verdad mi señor?
― Tenemos la gran suerte mi bella
dama, de encontrarnos en una de las ciudades más bellas del mundo, pocos días
sin sol tenemos al año. Es un placer pasear cualquier mañana del año por el
mercado.
― Bueno mi estimado caballero, le
diré que ayer le escribí una poesía, la cual aprendí de memoria y si vos me lo
permite, se la recitaré con todo mi amor hacia usted.
Rodrigo quedó un poco sorprendido, aunque se sentía a gusto en compañía
de María, sus sentimientos estaban encontrados consigo mismo, así que después
de unos segundos en silencio María le dijo:
― Espero mi señor, no haberos
ofendido con tan grave atrevimiento, no pensé que le molestaría unos versos
escritos con todo mi cariño. Si es así me abstendré de recitárselos.
Rodrigo reaccionó rápidamente diciendo:
Alejandro Maginot
Continuará...
Alejandro Maginot
Continuará...
Espléndida entrada donde habrá que esperar a tal desenlace que ya empiezas a dejarnos pistas,lo has dejado en un momento ideal.
ResponderEliminarTengo que decir que este género donde verso y prosa se mezclan es como volver a esas novelas de Damas y caballeros que tanto dio en su época.
Me gusta que en esta ocasión sea la Dama la que empiece el cotejo, más si nos basamos en los años que lo has puesto, en los años de Quevedo, es todo un atrevimiento pero que leído en ese tono encaja a la perfección .
Creo que por el momento esperaremos a ver cómo se desarrolla esta bella historia, de amor o amistad o tal vez de un romance ideal.
Abrazos y felicidades!
Bueno
Gracias querida amiga Campirela, me encanta que te vaya gustando la trama, efectivamente es un atrevimiento de la dama, insinuarse en dicha época, pero recordaremos siempre que hubo personas adelantadas a su tiempo. Veremos como se desarrolla dicha historia, creo que puede dar un giro inesperado, aunque como tu creo que se ha quedado en uno de los mejores momentos. Espero que los capítulos siguientes, te dejen un buen sabor de boca. Te deseo un precioso día lleno de buenas sensaciones.
ResponderEliminarTe mando un abrazo con cariño.