No se dé que habla el corazón de los demás, pero si se de lo que me habla mi corazón.
Desde el día en que
nací, el me advirtió que envejecería al ritmo de mis frustraciones, pero que
ese envejecimiento se aceleraría al paso
del dolor y las penas que acaeciesen a lo largo de mi vida, también me confeso
que con las alegrías y las satisfacciones, ese envejecimiento se ralentizaría y
podría tardar más en envejecer.
Cuando era niño, el
corazón me decía, estoy fuerte soy joven y no pienso en nada, solo corre y
vuela hasta el infinito, con el descubrí una etapa de mi vida maravillosa, todo
era olor a naranja, calor de padres y abrazos de amigos.
En la adolescencia me
seguía gritando, corre podemos enfrentarnos a todo lo que nos echen, yo me
sentía poderoso, me subía a mi bicicleta y podía estar todo el día pedaleando,
era el rey del mundo, ni calor en verano ni
frio en invierno.
En la juventud,
seguía animándome a hacer mil locuras, besando a todas las mujeres que
encontraba en mi camino, siendo líder de mi pandilla, no teniendo ni día ni
noche para dormir, en esa época iba muy acelerado pero no le dije nada a mi
corazón, pues el parecía permitírmelo.
Pero llego la
madurez, el me siguió animando, conocí al mejor amigo de mi vida y no parábamos de
viajar, mis padres estaban cerca de mí, todo era perfecto y maravilloso, aunque
yo seguía notándome muy acelerado, hable con mi corazón y me dijo que no me
preocupase, que iba envejeciendo al ritmo adecuado, incluso un poco más lento
debido a la vida tan feliz y alegre que yo llevaba.
En la segunda etapa
de mi madurez, ocurrió algo que yo no esperaba, pues yo pensé que mis padres me
durarían eternamente, y nada más lejos de la realidad, me equivoque y mi
corazón también, mi padre murió una de las noches más trágicas de mi vida,
desde ese día odio al mes de noviembre y a todos los meses del año donde pueda
morir una persona buena y sincera.
Volví a hablar con mi
corazón, y le dije que me había engañado, que él me dijo que ante una pena como
esta, envejecería un poco más rápido, pero no me dijo que yo estaría al borde
de la muerte, pues el que se suponía mi mejor aliado, ralentizó tanto su ritmo
de vida, que me paralizo todos los órganos de mi cuerpo, y en un año envejecí
cien.
Desde ese día deje de
hablar con mi corazón me agarre a la esperanza y con mis perros y mi madre
cogidas de la mano, comencé a andar entre las malezas de la vida, y con el
cariño que ellas me profesaban, intentaba ralentizar mi envejecimiento, pero ya
sin contar con las promesas de mi corazón.
Fdo: Nadavepo.
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