La conocí un catorce de febrero, día de los enamorados, y
supe que sería para mi nada más verla, con ella disfrute una de las mejores
etapas de mi vida.
Ella me enseño a ver
la vida de otra forma, su vitalidad desbordante me apabullaba, nunca pude
seguir su ritmo, pero si me enseño la dinámica del movimiento y su importancia
para la salud, obligándome a dar paseos interminables, lo que yo siempre le
agradecí enormemente.
También me educo en
el arte del juego, formato que yo había dejado olvidado en mi niñez, sus juegos
eran agotadores, no paraba de correr y de saltar, era una acróbata con la
pelota, nadando y en salto de altura, nunca pude llegar a su nivel. Pero donde
nunca llegue a su altura, fue en su honestidad, yo no sé si llegare a ser tan
honesto con alguien, como ella lo fue conmigo.
Pero de todas sus
cualidades, la que mejor me demostró fue su lealtad, nunca en mi vida tuve al
lado a alguien tan leal, ni yo mismo con ella fui tan leal como ella lo fue
conmigo.
Pero lo que más frio
me dejo de ella, fue su arrojo ante la enfermedad que sufrió en el último año
de su vida, yo tuve que realizarse unas curas muy dolorosas, y solo conozco a
otro ser querido, que afrontase el dolor con esa valentía y resignación, y ese
fue mi padre.
Quiero dedicar estas
líneas a la memoria de estos dos seres tan queridos, que se marcharon de mi
lado sin dar una queja, ni tan siquiera un lamento de dolor, solo se despidieron
con un te quiero, uno me lo expreso con sus labios y otro me lo dijo con sus
ojos.
Dedicado a la memoria
de mi padre y a la del mejor perro del mundo.
Fdo: Nadavepo.
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