Nunca valoramos lo suficiente, lo bonita que es la vida, no sabemos aprovechar el día a día.
El simple hecho de
ver la luz y los colores que nos rodean,
es un placer para los sentidos.
El poder caminar,
viendo y teniendo al alcance todo lo que nos rodea, es maravilloso.
Pero lamentablemente,
no nos damos cuenta, hasta que nos falta esa movilidad, o nos encontramos entre
cuatro paredes, sin poder salir al mundo.
Cuando yo era niño,
todo lo veía de color rosa, nada me preocupaba, solo me dedicaba a investigar
todo lo que me rodeaba.
Por eso, cada día que
amanecía era una aventura para mí, cualquier cosa me embelesaba durante horas,
los días eran interminables, los olores me cautivaban, aún recuerdo cuando
pelaba las naranjas con mis manos, y se me impregnaban de su aroma todo el día.
Aun, llega a mi
memoria, los detalles de aquellos largos paseos, que daba con mis padres y
hermano, caminábamos por senderos, los cuales nos conducían a nuestro destino
final, que era una fuente maravillosa, donde refrescábamos nuestra sed, y donde
mi padre, me improvisaba un barco con la corteza de un pino como casco, una
rama como mástil y un folio como vela, luego yo jugaba a ser pirata con él, y a
navegar por los mares infectos de aventuras, todavía siento hoy en día, el
frescor de aquel agua en mis manos.
A la vuelta del
paseo, siempre volvía guerreando con mi hermano, con sendas espadas de madera,
que mi madre transportaba en el bolso para la ocasión, nuestras luchas entre
los maizales, eran prolongadas, hasta que uno de los dos desarmaba al otro.
Qué bonito era el
paseo de vuelta a casa, andando entre
amapolas y margaritas, desprendiendo sus colores, sobre nuestros
calzados, y que olores nos rodeaban, todos embriagadores, pero el olor que más
me marco, fue el de los hinojos, un olor difícil de definir y mucho más de
explicar, pero lo cierto es que lo masticábamos y su sabor estallaba dentro de
la boca dejándonos un sabor a campo, difícil de olvidar.
Fdo: Nadavepo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario