Era un día soleado de agosto, nada me hacía presagiar lo que sucedería dos horas más tarde.
De repente y sin
contemplación, me plantaron el despido delante de mi cara.
En aquel momento me
sentí, como el reo que está siendo acusado en un tribunal de la santa
inquisición, indefenso, tembloroso, sin voz, y nada ni a nadie a quien acudir,
para buscar un apoyo.
Tengo que decir, que
las pulsaciones se me desbocaron, y el corazón se me salía por la boca.
No hacía falta
torturarme, para saber el dolor que podía sentir una persona al pie del
patíbulo, si en ese momento me hubieran pinchado, no me habría salido ni una
gota de sangre de mi cuerpo.
Fueron segundos que
parecieron años, o tal vez, años que se convirtieron en segundos.
Cuando salí a la
calle, iba diciéndome en voz alta, porque a mí, porque precisamente me tenían
que haber despedido a mí.
De repente, un
mendigo que buscaba en unos cubos de basura, me oyó y me dijo: como tú te ves
yo me vi, como me ves, te puedes ver algún día, pero has de saber amigo mío que
no debes desesperar.
Mi desolación, me
hizo pararme con el mendigo a charlar, el tomo la palabra y me comento, no te
aflijas muchacho, piensa que mientras a ti te despedían, en los hospitales de
todo el mundo, se le estaba dando a muchas personas, la noticia de que le
quedaban pocos días de vida, de que muchos niños morían de hambre en toda la
tierra, sin tan siquiera poder haber sentido la rabia que a mí me embargaba,
que miles de árboles del planeta ardían, sin poder correr ni gritar para pedir
auxilio.
Y yo dolorido le
dije: yo entiendo esos sufrimientos, pero es que a mí no me queda nada, a lo
cual el mendigo me respondió: tienes a tu mujer, padres y hermanos, no te das
cuenta que con eso lo tienes todo, por
no decirte que estas totalmente sano, y puedes correr para protegerte del
fuego, no como los pobres árboles, y no estarás contando los días que te quedan
de vida, y podrás comer, lo que no harán miles de niños, y sobre todo y lo más
importante, podrás gritar donde quieras y cuando quieras para desahogarte.
Creo que son
suficientes motivos, para que vuelvas a casa y le des un fuerte abrazo a toda
tu familia, y vivas que es el don más preciado que tenemos.
No pude más que dejar
de llorar, y agradecerla a aquel buen hombre, el que me hubiera abierto los
ojos, para darme cuenta que la vida es un suspiro o un simple abrir y cerrar de
ojos.
Aquel día, fue uno de
los mejores días de mi vida, aquel mendigo me dio una lección que jamás
olvidare, aquel día el me enseño a
vivir.
Fdo: Nadavepo.
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