miércoles, 11 de junio de 2014

Me quede en el camino










Era un día soleado de agosto, nada me hacía presagiar lo que sucedería dos horas más tarde.
 De repente y sin contemplación, me plantaron el despido delante de mi cara.
 En aquel momento me sentí, como el reo que está siendo acusado en un tribunal de la santa inquisición, indefenso, tembloroso, sin voz, y nada ni a nadie a quien acudir, para buscar un apoyo.
 Tengo que decir, que las pulsaciones se me desbocaron, y el corazón se me salía por la boca.
 No hacía falta torturarme, para saber el dolor que podía sentir una persona al pie del patíbulo, si en ese momento me hubieran pinchado, no me habría salido ni una gota de sangre de mi cuerpo.
 Fueron segundos que parecieron años, o tal vez, años que se convirtieron en segundos.
 Cuando salí a la calle, iba diciéndome en voz alta, porque a mí, porque precisamente me tenían que haber despedido a mí.
 De repente, un mendigo que buscaba en unos cubos de basura, me oyó y me dijo: como tú te ves yo me vi, como me ves, te puedes ver algún día, pero has de saber amigo mío que no debes desesperar.
 Mi desolación, me hizo pararme con el mendigo a charlar, el tomo la palabra y me comento, no te aflijas muchacho, piensa que mientras a ti te despedían, en los hospitales de todo el mundo, se le estaba dando a muchas personas, la noticia de que le quedaban pocos días de vida, de que muchos niños morían de hambre en toda la tierra, sin tan siquiera poder haber sentido la rabia que a mí me embargaba, que miles de árboles del planeta ardían, sin poder correr ni gritar para pedir auxilio.
 Y yo dolorido le dije: yo entiendo esos sufrimientos, pero es que a mí no me queda nada, a lo cual el mendigo me respondió: tienes a tu mujer, padres y hermanos, no te das cuenta que con  eso lo tienes todo, por no decirte que estas totalmente sano, y puedes correr para protegerte del fuego, no como los pobres árboles, y no estarás contando los días que te quedan de vida, y podrás comer, lo que no harán miles de niños, y sobre todo y lo más importante, podrás gritar donde quieras y cuando quieras para desahogarte.
 Creo que son suficientes motivos, para que vuelvas a casa y le des un fuerte abrazo a toda tu familia, y vivas que es el don más preciado que tenemos.
 No pude más que dejar de llorar, y agradecerla a aquel buen hombre, el que me hubiera abierto los ojos, para darme cuenta que la vida es un suspiro o un simple abrir y cerrar de ojos.
 Aquel día, fue uno de los mejores días de mi vida, aquel mendigo me dio una lección que jamás olvidare, aquel  día el me enseño a vivir.




Fdo: Nadavepo.







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